Instalarme en el piso nuevo fue una experiencia… peculiar. Mis dos compañeras eran como el yin y el yang: por un lado, Ale, una chica cercana, auténtica y con quien conecté desde el minuto uno; por otro, Victoria, una chica que rebosaba "pijismo" y pizpireta por todos lados, pero a la que parecía que le faltaba un hervor. Bueno, quizás dos.
Los primeros días me dieron varias pistas sobre su personalidad, pero una conversación marcó un antes y un después. Mientras Ale y yo intentábamos preparar algo de comer, Victoria apareció con una mirada seria y nos soltó:
—¿Os habéis preguntado alguna vez de dónde viene el agua que sale del grifo?
Ale y yo nos miramos en silencio, intentando descifrar si era una pregunta profunda o un intento fallido de filosofía barata. La primera vez nos dio risa nerviosa. La segunda, en la que nos preguntaba "¿Las nubes pesan algo o solo flotan porque son ligeras?" ya directamente carcajadas. Pero después de la tercera, la indignación tomó el mando cuando tomando un café asomada a la ventana filosofaba sobre lo siguiente: "¿Por qué los pájaros no se electrocutan cuando se posan en los cables?"
—Por Dios, está estudiando Magisterio. ¿Qué cojones va a enseñar a las pobres criaturas? —me susurró Ale mientras Victoria seguía reflexionando esta vez sobre el misterio de si los peces bebían agua o se la tragaban sin querer.
Un día, Ale y yo decidimos decorar el salón con un póster de Kurt Cobain, nuestro pequeño homenaje al líder de Nirvana, cuya música había marcado nuestros años adolescentes. El póster en blanco y negro mostraba un primer plano de su cara con las fechas de nacimiento y muerte en la parte inferior: 20.02.67 - 05.04.94. Lo colgamos orgullosas en la pared principal del salón.
Victoria entró al rato y, al verlo, exclamó emocionada:
—¡Dios, qué chulo! ¡Me encanta Nirvana! Cuando vengan a España seré la primera en ir. Soy su fan número uno.
Ale y yo nos miramos, intentando no partirnos de risa. Pero, ¿cómo se le explicaba sin arruinarle la vida?
—Victoria… Kurt Cobain murió hace casi ocho meses —intenté decirlo con suavidad.
—¿¿Qué?? Tías, me estáis vacilando… —su cara alternaba entre incredulidad y ofensa.
—Victoria, mira las fechas en el póster —dijo Ale, apuntando con el dedo.
Victoria frunció el ceño, claramente pensando que éramos unas mentirosas patológicas.
—Esas fechas no significan nada. Y según vosotras, ¿de qué murió? —inquirió, cruzando los brazos como si fuera una abogada defensora.
—De un disparo en la cabeza —respondió Ale, seca.
Victoria soltó una risa nerviosa.
—Sí, claro, qué peliculero. Y ahora me diréis que ha sido un fan, rollo John Lennon.
—No, fue él mismo. Se suicidó —esta vez fui yo la que contestó, intentando contener la risa.
Victoria bufó, rodó los ojos y se marchó murmurando algo sobre nuestras "historias macabras". Ale y yo pensamos que ese sería el final del tema, pero no. A los pocos días, Victoria irrumpió en el salón con cara de haber visto un fantasma:
—¡Madre mía, teníais razón! ¡Kurt Cobain ha muerto!
Y, sin decir nada más, se dio media vuelta y cerró la puerta. Ale y yo estábamos demasiado ocupadas aguantándonos la risa para intentar consolarla.
Por suerte, Ale y yo formábamos un tándem perfecto. Teníamos gustos musicales similares, compartíamos valores y siempre había algo de lo que hablar. Era una tía muy guay, de las que disfrutan la vida sin preocuparse demasiado: fumadora empedernida, le gustaba el buen vino y, de vez en cuando, se echaba algún porro. Pero, sobre todo, era inteligente y auténtica. Pronto nos volvimos inseparables, lo cual era un alivio, porque equilibrar la ecuación Victoria-Ale era todo un reto.
Ale también estudiaba Magisterio pero en la privada, y quienes tuvieran la suerte de tenerla como maestra iban a salir ganando. Su pasión y su sentido común eran envidiables. Victoria, por otro lado… Bueno, dejemos algo de margen a la esperanza. Quizá con los años espabilara. O quizá no.
Era mi último año en Mallorca, si todo salía bien. Y no iba a ser por falta de esfuerzo, porque pensaba darlo todo. Muchos de mis amigos ya habían vuelto a casa tras terminar sus carreras: Elena, Vicente, Pablo, María, incluso Eva. Cada uno estaba tomando su propio camino, y aunque los extrañaba, entendía que era parte de la vida.
Lucía, por su parte, había empezado a compartir piso con compañeras de su clase, todas estudiantes de Derecho. Un grupo en el que las palabras pijas y elitistas eran prácticamente un requisito de entrada. A Lucía también se le notaba que estaba cambiando: cada vez menos ganas de salir con nuestra antigua pandilla y más inclinación a rodearse de su nuevo círculo. Quedábamos de vez en cuando, pero prefería llevarme a sitios que no me interesaban lo más mínimo. Un ambiente de postureo que no iba conmigo.
No me preocupé demasiado. Con Ale, que ya se había convertido en mi compañera inseparable, con Juan viviendo en el piso de abajo y con gente de mi clase, tenía suficiente para mantenerme ocupada y feliz. Mallorca seguía ofreciéndome lo mejor de sí misma, aunque los capítulos de mi vida allí estuvieran cada vez más cerca de cerrarse.
Editado: 11.05.2025