Con el sargento Reyes herido y el equipo disminuido, Alex sabía que cada segundo contaba. La base secreta era su única esperanza, no solo para Reyes, sino para la humanidad entera.
El equipo se abrió paso a través de las ruinas, evitando los patrullajes de máquinas. Cada esquina presentaba un nuevo peligro, pero también una oportunidad para acercarse a su objetivo. La leyenda decía que la base contenía el código para desactivar al Enjambre, un virus diseñado por los últimos científicos libres.
Mientras avanzaban, Alex recordaba las historias de su infancia, cuando la Tierra aún era verde y llena de vida. Ahora, todo lo que quedaba era ceniza y metal. Pero en su corazón, la esperanza ardía con la fuerza de un millón de soles. No podía permitir que la oscuridad consumiera lo último que quedaba de su mundo.
Finalmente, después de horas de tensa navegación, llegaron a las coordenadas. Frente a ellos se alzaba una entrada oculta, disfrazada entre los escombros. Con un suspiro de alivio, Alex introdujo el código que su padre le había dado hace años.
La puerta se abrió con un silbido, revelando un pasillo iluminado que descendía hacia las profundidades de la Tierra. El equipo entró, llevando a Reyes entre ellos. La puerta se cerró con un golpe sordo, sellándolos dentro.
El pasillo los llevó a una cámara central, donde una figura los esperaba. Era una mujer de edad avanzada, con el cabello blanco como la nieve y ojos que habían visto demasiado. Ella era la guardiana de la base, la última científica viva.
“Has llegado, Alex Mercer”, dijo con una voz que resonaba con autoridad. “Y con poco tiempo de sobra. El Enjambre está preparando su ataque final. Si no actuamos ahora, no habrá un mañana.”
Alex asintió, ayudando a Reyes a sentarse. “Díganos qué hacer”, pidió.
La científica les explicó el plan. Tenían que infiltrarse en la torre central del Enjambre y subir el virus. Era una misión suicida, pero era la única oportunidad que tenían.
“¿Y si fallamos?”, preguntó uno de los miembros del equipo, su voz temblorosa.
La científica los miró a todos, su expresión seria. “Entonces, este será nuestro último amanecer.”
El equipo pasó la noche preparándose. Al amanecer, se dirigieron hacia la torre, listos para enfrentar su destino.
Mientras la oscuridad de la noche se disipaba, el equipo de Alex se preparaba para lo que podría ser su última misión. La base secreta se convirtió en un hervidero de actividad; cada miembro sabía que el tiempo era esencial y que cada acción podría inclinar la balanza entre la vida y la muerte.
Alex se encontró con la científica en la sala de mando, rodeado de pantallas que mostraban mapas y datos críticos. “Necesitamos entender mejor al Enjambre”, dijo Alex. “¿Cómo piensan? ¿Cómo se comunican?”
La científica asintió y comenzó a explicar. “El Enjambre opera como una mente colectiva, cada máquina es un nodo en una red más grande. Interrumpir esa red podría desorientarlos, incluso temporalmente.”
Alex reflexionaba sobre esta información. Si podían encontrar una manera de explotar esa conexión, tal vez tuvieran una oportunidad. “¿Y el virus?”, preguntó.
“Está casi listo”, respondió la científica. “Pero necesitamos llevarlo directamente al núcleo de la torre para que tenga alguna posibilidad de éxito.”
El equipo pasó el día revisando los planes, asegurándose de que cada detalle fuera perfecto. Alex observaba a sus compañeros, cada uno lidiando con sus propios miedos y esperanzas. Algunos revisaban su equipo una y otra vez, otros se sentaban en silencio, perdidos en sus pensamientos.
Reyes, aunque herido, insistió en participar en la planificación. “No me dejaré atrás”, dijo con firmeza. “Esta es nuestra lucha, y lucharé hasta el final.”
La camaradería entre ellos era palpable. A pesar de las circunstancias sombrías, había una sensación de unidad que Alex nunca había sentido antes. Eran más que un equipo; eran una familia forjada en el fuego de la guerra.
Mientras la luz del día comenzaba a filtrarse a través de las ventanas altas de la base, Alex se tomó un momento para mirar el amanecer. Era un recordatorio de lo que estaban luchando por preservar: la belleza simple de un nuevo día, la promesa de un futuro.
“Es hora”, anunció la científica. El equipo se puso de pie, cada uno asintiendo con determinación. Se dirigieron hacia la salida, listos para enfrentar lo desconocido.