La muerte de Lucas pesaba sobre Eva como una losa de plomo. Cada paso que daba en la Ciudadela Estelar resonaba con su dolor y su determinación. La verdad estaba cerca, pero también lo estaba el abismo.
El observatorio estaba lleno de artefactos antiguos, sus superficies polvorientas ocultando siglos de conocimiento. Eva se detuvo frente a un antiguo telescopio, sus lentes apuntando al cielo nocturno. Las estrellas parpadeaban como faros distantes, y Eva se preguntó si alguna de ellas había visto la caída de su hermano.
En una mesa cercana, encontró un pergamino amarillento. Las palabras estaban escritas en un idioma antiguo, pero Eva las entendió. Hablaban de una profecía, una que hablaba de un elegido que podría cambiar el destino de la galaxia. El elegido debía enfrentarse al abismo estelar, un lugar donde la realidad se desgarraba y las verdades más profundas se revelaban.
Eva sabía que ella era ese elegido. Su conexión con las estrellas, su habilidad para ver más allá de lo evidente, todo apuntaba a su papel en esta guerra cósmica. Pero también sabía que el abismo no era solo un lugar físico; era un estado mental, una prueba de su voluntad y su coraje.
Con el pergamino en mano, Eva ascendió al punto más alto de la Ciudadela. Allí, en una plataforma de piedra, miró hacia el abismo estelar. Las estrellas parecían girar, formando un torbellino de luz y oscuridad. Eva respiró hondo y dio un paso adelante.
El abismo la envolvió. Las estrellas se multiplicaron, y Eva sintió que su mente se desgarraba. Visiones de mundos en llamas, de criaturas ancestrales y de secretos insondables la asaltaron. Pero también vio a Lucas, sonriéndole desde más allá del velo.
“Eva”, susurró su hermano, “la verdad está en tu interior. No temas al abismo. Encuentra la respuesta que buscas.”
Eva luchó contra las fuerzas que intentaban arrastrarla. Recordó las palabras de Lucas antes de morir: “No dejes que mi muerte sea en vano”. Y entonces, en medio del caos, encontró la clave.
La inteligencia superior que dirigía al Enjambre no era una entidad externa. Era una parte de ella misma, una conciencia ancestral que había despertado en su sangre. Eva era la conexión entre las estrellas y la humanidad, la clave para detener el Plan Maestro.
Con un grito de determinación, Eva se liberó del abismo. Cayó de rodillas en la plataforma, su mente ardiendo con conocimiento. Las estrellas le habían revelado la verdad: el Enjambre no era solo una invasión, sino una prueba. La humanidad debía evolucionar, unirse y trascender su propia naturaleza para sobrevivir.
Eva regresó a la base, llevando consigo la profecía y la esperanza. Los líderes la escucharon en silencio, y Alex asintió. “Entonces, Eva, ¿cuál es nuestro próximo movimiento?”
Eva miró a las estrellas a través de la ventana. “Debemos encontrar la fuente del Enjambre, la inteligencia superior. Solo allí encontraremos respuestas y la posibilidad de un nuevo amanecer.”
La resistencia se preparó para su última batalla. Eva sabía que el abismo estelar aún la acechaba, pero también sabía que no estaba sola. Las estrellas la guiaban, y la promesa de un futuro mejor la impulsaba hacia adelante..