El Último Amanecer

Sombras En El Horizonte

Los días de Leonel y Adriel eran una danza armoniosa entre la rutina y la pasión, como dos estrellas que giran en un cielo eterno. Leonel, con su guitarra en mano, llenaba el aire de melodías que resonaban como susurros de ángeles, mientras Adriel, con la agilidad de un halcón, conquistaba las pistas y los campos. Sus vidas cotidianas eran una sinfonía de tranquilidad, una obra maestra de simpleza y belleza.

Sin embargo, bajo la superficie de esta calma, algo oscuro comenzaba a agitarse. Fue una tarde, mientras Leonel practicaba una nueva canción en su habitación, cuando la primera visión lo asaltó. Cerró los ojos, y de repente, se encontró en medio de un campo de batalla celestial.

Ángeles y demonios se enfrentaban con furia, sus alas deslumbrantes y oscuras entrelazándose en un ballet de luz y sombra. Los cielos ardían con llamas doradas, y el suelo temblaba bajo el peso de la contienda. Era un espectáculo de caos y belleza, una tormenta de divinidad y condena.

Leonel observaba, paralizado por la magnitud de lo que veía. Cada golpe resonaba como un trueno, cada grito era un lamento que atravesaba su alma. Un ángel con una espada de fuego se alzó sobre los demás, su luz eclipsando todo a su alrededor. Entonces, una figura oscura y formidable se lanzó contra él, y en ese instante, la visión se desvaneció.

Adriel había tocado su hombro, devolviéndolo a la realidad con la suavidad de una brisa. Leonel abrió los ojos, su corazón latiendo desbocado.

— ¿Estás bien, hermano? Parecías perdido en otro mundo.
— Sí, solo... solo estaba concentrado en la música.

Intentaba disimular, pero la intensidad de lo que había visto lo dejó tembloroso. Una sombra oscura de preocupación se instaló en su mente, sus pensamientos arremolinándose como hojas en una tormenta. No podía compartir lo que había visto, no aún. Debía entenderlo primero.

Con el paso de los días, las visiones se hicieron más frecuentes. En momentos de calma, una niebla densa y oscura comenzaba a aparecer ante sus ojos, flotando como un presagio silencioso que solo él podía ver. La sombra de Luzbel dentro de él se despertaba, y con ella, los ecos de un pasado olvidado.

Leonel se sentía atrapado entre dos mundos, su vida cotidiana un tenue reflejo de lo que ocurría en su interior. Trataba de mantener la fachada de normalidad, riendo y bromeando con Adriel y sus amigos, pero cada vez que cerraba los ojos, la batalla volvía a aparecer, más vívida y aterradora.

Una noche, mientras caminaban de regreso a casa después de una de las competencias de Adriel, Leonel sintió que algo cambiaba en el aire. Una quietud antinatural descendió sobre ellos, y el sonido de sus pasos se amplificó en el silencio. La niebla oscura se arremolinó a su alrededor, densa y palpable.

De repente, una figura emergió de las sombras. Belial, con una sonrisa oscura y ojos que reflejaban un abismo sin fin, se paró frente a ellos.

— Ah, Luzbel... veo que has despertado.

Adriel se tensó, sintiendo el peligro en el aire, pero sin comprender del todo la magnitud de lo que enfrentaban. Leonel, con el corazón latiendo frenéticamente, dio un paso adelante, sus ojos fijos en el demonio.

— ¿Quién eres y qué quieres de nosotros?
— Solo he venido a saludar a un viejo amigo. Pero no te preocupes, Luzbel, nuestro tiempo juntos apenas comienza.

Con un movimiento casi imperceptible, Belial desapareció, dejando a los gemelos sumidos en la confusión y el temor. Leonel sintió el peso de una guerra antigua posarse sobre sus hombros, una batalla que ahora debía enfrentar. Adriel, aunque sin entender del todo, se acercó a su hermano, decidido a protegerlo a toda costa.

El cielo nocturno se cerró sobre ellos, y en la distancia, las estrellas parecieron brillar con una intensidad renovada.

La oscuridad y la luz estaban destinadas a enfrentarse una vez más, y los gemelos Leonel y Adriel se encontraban en el epicentro de esta batalla celestial.




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