El Último Amanecer

La Caída De La Luz

El aire se tornó denso, impregnado con el peso de una decisión que cambiaría el curso del destino. Leonel, de rodillas entre las ruinas de la aldea, sentía el eco de los gritos de Adriel reverberando en su mente, cada alarido era como un cuchillo que atravesaba su alma.

Pero no era solo el dolor de su hermano lo que desgarraba su ser; era también la desesperación creciente de Luzbel, quien, al percibir la luz de Miguel mermando peligrosamente, se vio forzado a enfrentar el dilema que había evitado durante siglos.

Luzbel (en la mente de Leonel): No puedo permitir que Miguel sufra más, no puedo dejar que su luz se extinga... no otra vez.

La luz de Miguel, que una vez había brillado con la intensidad de mil soles, ahora era un tenue resplandor, como la llama vacilante de una vela a punto de apagarse. Luzbel sentía esa luz desvanecerse, deslizándose lentamente hacia la oscuridad, y cada momento lo desesperaba más.

Leonel (con voz temblorosa): Luzbel, no podemos ceder... no puedes volver a lo que eras...

Pero Luzbel, atrapado entre el deseo de proteger a su hermano y el temor de perderlo para siempre, sentía la oscuridad dentro de él agigantarse, una sombra que había tratado de mantener a raya durante tanto tiempo, pero que ahora amenazaba con devorarlo.

Luzbel (en la mente de Leonel): No hay otra opción, Leonel. Si Khaos no es detenido, todo estará perdido... incluso Miguel y Adriel.

La oscuridad comenzó a envolver a Luzbel, una presencia palpable que se extendía como una marea negra, cubriendo su esencia de luz con sombras profundas. Pero esta vez, la oscuridad no era una fuerza incontrolable, sino un poder que Luzbel decidió abrazar con la intención de utilizarlo para un propósito único: eliminar a Khaos y regresarlo al abismo del cual nunca debió haber emergido.

Luzbel: Volveré a ser lo que fui... el Príncipe de las Tinieblas, pero lo haré para destruir a Khaos y liberar a Miguel.

Dentro de Leonel, Luzbel comenzó a ejercer un control cada vez mayor, sus sombras envolviendo el alma de su receptáculo como cadenas invisibles que se apretaban lentamente, robando la luz y la voluntad de Leonel con cada momento que pasaba.

Leonel (luchando por mantener el control): No... no puedo dejar que esto suceda...

Pero el dolor en su mente, amplificado por los alaridos desgarradores de Adriel, debilitaba sus defensas. Cada grito de su hermano era como un golpe a su espíritu, minando su resistencia, mientras Luzbel continuaba avanzando, adueñándose de su cuerpo y mente.

Luzbel (en la mente de Leonel): Es la única manera, Leonel. No hay otro camino. Lo siento...

La lucha interna entre Leonel y Luzbel se intensificó, una batalla sin cuartel que se libraba en lo profundo de su alma. Por un lado, la pureza de Leonel, su deseo de proteger a su hermano y de resistir la oscuridad que amenazaba con consumirlos a ambos. Por el otro, la voluntad de Luzbel de salvar a Miguel a cualquier costo, incluso si eso significaba volver a convertirse en lo que había jurado no ser nunca más.

Leonel (en sus últimos momentos de resistencia): No puedo dejarte... no puedo dejarte caer, ni para salvar a mi gemelo....

Pero la oscuridad era implacable, y las fuerzas de Leonel comenzaron a flaquear. Las cadenas invisibles que Luzbel había tejido alrededor de su alma se cerraron con una fuerza abrumadora, hasta que, finalmente, la resistencia de Leonel se rompió como una rama seca bajo el peso de la tormenta.

Luzbel (con voz sombría): Lo siento, Leonel... no hay otro camino. No puedo dejarlos morir a ninguno de los dos.... Miguel....Adriel...por ustedes soy capaz de renunciar a mi deseo de redención.....

En ese instante, la lucha interna llegó a su fin. Leonel, agotado y sin fuerzas, fue finalmente vencido. La oscuridad de Luzbel se adueñó por completo de su cuerpo, transformándolo en el Príncipe de las Tinieblas una vez más. La luz que había sido la esencia de Leonel se desvaneció en las sombras, dejando solo una tenue chispa de lo que había sido.

Luzbel (ahora en control total) : No más vacilaciones. No más dudas. Solo la oscuridad y el propósito que me guía.

Con una determinación férrea, Luzbel se dirigió hacia la guarida de Khaos, donde Adriel y Miguel estaban prisioneros. A medida que avanzaba, las sombras que lo rodeaban crecían, como si el mismo mundo reconociera su retorno y se inclinara ante su poder. Los árboles se marchitaban a su paso, y el aire se llenaba con el eco de los susurros de la oscuridad.

Al llegar a la entrada de la guarida, Luzbel no necesitó pronunciar palabra alguna; la puerta se abrió ante él como si reconociera al señor que una vez había sido. La guarida era un lugar de pura maldad, donde las sombras se arrastraban por las paredes como serpientes vivas, y el aire estaba cargado con el olor a sangre y desesperación.

En el centro de la cámara principal, Adriel yacía encadenado, su cuerpo temblaba de dolor bajo las torturas que Khaos había desatado sobre él. Miguel, dentro de Adriel, apenas era un destello de luz, una chispa que parpadeaba peligrosamente, al borde de la extinción.

Khaos (con una sonrisa triunfal): Así que has venido, Luzbel. Sabía que tomarías la decisión correcta. Una vez más, el Príncipe de las Tinieblas camina entre nosotros.

Luzbel miró a Khaos, su rostro impasible, pero dentro de él, las sombras bullían con la ira de siglos de rencor acumulado. Ya no había duda en su mente, ya no había vacilación. Solo un propósito lo guiaba ahora: liberar a Miguel, sin importar el costo.

— Déjalos ir, Khaos. No tienes poder sobre ellos mientras yo esté aquí — dijo Luzbel.

Khaos soltó una carcajada fría, su voz resonó en la cámara como un trueno oscuro.




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