El Último Amanecer.

Capítulo 1: El Eco del Silencio.

El viento gélido silbaba a través de las ruinas de lo que una vez había sido una próspera ciudad. Los ecos de un pasado vibrante reverberaban en cada esquina, pero ahora solo quedaban sombras. Yisus se encaramaba a la cima de un viejo coche desguazado, sus ojos castaños fijos en el horizonte grisáceo. El cielo estaba cubierto por nubes pesadas, como si el mundo entero estuviera conteniendo el aliento, esperando que el destino se decidiera.

Las calles, que solían estar llenas de vida, ahora eran un laberinto de escombros y silencio. A lo lejos, se escuchaba el crujir de metal y el distante murmullo de voces. Yisus se sintió como un fantasma en su propio hogar. Había sido un mecánico, un hombre de herramientas y motores, pero ahora, su único trabajo era sobrevivir. La civilización se había desmoronado, y con ella, cualquier vestigio de normalidad.

"¿Qué demonios hago aquí?", murmuró, mientras se sacudía el polvo de las manos. En el fondo de su mente, una idea lo atormentaba: el mundo podía cambiar, pero no sin un sacrificio. Se bajó del coche, decidido a encontrar algo que pudiera ayudarlo a seguir adelante. La vida en la ruina era un juego peligroso, y Yisus quería ser el jugador que definiera las reglas.

Mientras caminaba por calles cubiertas de maleza, recordó las historias contadas por su abuelo sobre la antigua humanidad, su avaricia y su caída. "Nunca olvides, Yisus", le decía, "la mayor fortaleza reside en la unión". Esa lección lo había llevado a buscar aliados entre los supervivientes, pero cada intento había terminado en desilusión.

De repente, un grito desgarrador rompió el silencio, haciendo que el corazón de Yisus se acelerara. Sin pensarlo, corrió hacia la fuente del sonido, sus instintos de mecánico transformándose en los de un guerrero. Cada paso resonaba en su mente como un tambor de guerra, y al llegar a una esquina, se encontró con una escena que le heló la sangre.

Un grupo de hombres armados, figuras amenazantes con cicatrices de batallas perdidas, rodeaban a un joven. El chico, no más de diecisiete años, tenía los ojos desorbitados, y su respiración era un susurro asustado. Yisus sintió un impulso irracional de intervenir, aunque sabía que la lógica le aconsejaba mantenerse al margen.

"¡Suéltalo, monstruos!", gritó, su voz resonando con una mezcla de rabia y determinación. El grupo se volvió hacia él, y por un momento, el tiempo pareció detenerse. En sus miradas, Yisus leyó la sorpresa, seguida de una burla inquietante.

"¿Qué tenemos aquí? Un héroe de pacotilla", se burló el líder, un hombre de ojos fríos y una cicatriz que le surcaba la mejilla. "¿Vas a salvar al niño? ¿Con qué? ¿Con tus palabras vacías?"

Yisus sintió el fuego de la indignación arder en su pecho. "No tengo miedo de ustedes", respondió, aunque sabía que sus palabras eran más una afirmación que una verdad. "Déjalo ir, y quizás, solo quizás, no tendré que hacerles daño".

El líder soltó una risa resonante que parecía burlarse del mismo concepto de la esperanza. "¿Y qué nos impide hacer lo que querramos? Este mundo es nuestro, chico".

Sin pensarlo más, Yisus lanzó una piedra hacia el grupo, distrayendo momentáneamente a los hombres. "¡Corre!", gritó al joven, que no se hizo de rogar. El chico salió disparado, y en ese instante, Yisus sintió que el tiempo se deslizaba como arena entre sus dedos.

Los hombres se volvieron furiosos hacia él, y Yisus se preparó para lo que vendría. Sabía que el enfrentamiento era inevitable, pero había algo más que lo impulsaba, una chispa de esperanza que resonaba en su interior. El eco del silencio había sido roto, y aunque la batalla parecía perdida, él no se rendiría tan fácilmente.

"¡Vamos!", gritó, cargando hacia ellos con la determinación de un hombre que ha perdido mucho, pero que aún se niega a rendirse. Fue en ese momento, en medio del caos, cuando comprendió que su propia lucha apenas comenzaba.

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La adrenalina corría por sus venas, y cada golpe era un recordatorio de que la vida aún podía ser luchada. Pero en el fondo, Yisus sabía que el verdadero desafío no eran los hombres armados que tenía frente a él, sino un mundo entero que había olvidado cómo vivir. Con cada golpe, con cada grito, se acercaba un poco más al final de su historia… o al comienzo de algo mucho más grande.



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En el texto hay: suspenso drama

Editado: 11.12.2025

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