El grupo de Yisus avanzaba por las calles desoladas, el sonido de sus pasos resonando en el silencio opresivo. Cada esquina traía consigo un recuerdo, una sombra de lo que había sido la ciudad. Mientras caminaban, la mujer que había aceptado unirse a él se acercó, su mirada fija en el horizonte.
“¿Cómo te llamas?”, le preguntó Yisus, rompiendo el hielo.
“Clara”, respondió ella, sin apartar la vista de su entorno. “Y espero que no te importe, pero tengo que saber más sobre ti y tus intenciones. No soy de fiarme fácilmente”.
“Lo entiendo”, dijo Yisus, asintiendo. “La desconfianza es lo que nos ha mantenido en este estado. Pero si queremos cambiar las cosas, necesitamos ser honestos unos con otros”.
“¿Y qué sabes sobre este refugio que mencionaste?”, inquirió Clara, ahora con un tono más inquisitivo. “¿Qué lo hace tan especial?”
“Escuché historias de él antes de que todo colapsara”, explicó Yisus, recordando cada palabra que su abuelo le había contado. “Era un antiguo centro de emergencias, con suministros y herramientas. Si logramos llegar allí, podríamos encontrar lo que necesitamos para empezar a reconstruir”.
“¿Y cómo planeas protegernos de los que podrían querer robarnos lo que encontremos?”, interrumpió uno de los hombres del grupo, un tipo robusto con cicatrices en el rostro. “El mundo no es amable, amigo”.
“Con ingenio y trabajo en equipo”, respondió Yisus, sintiendo que la presión aumentaba. “Cada uno de nosotros tiene habilidades que pueden ser útiles. Quiero que cada uno de ustedes comparta lo que sabe hacer”.
“¿Y qué si no tenemos habilidades especiales?”, preguntó un joven con voz temblorosa. “Solo he estado tratando de sobrevivir”.
“Sobrevivir es una habilidad en sí misma”, dijo Yisus, animando al chico. “Todos hemos pasado por eso. Pero la supervivencia no es suficiente. Necesitamos avanzar”.
Clara se detuvo de repente, su mirada fija en un edificio colapsado. “Mira, ahí hay un lugar donde podemos refugiarnos por un momento. Tal vez podamos planear mejor”.
El grupo se adentró en el edificio, y Yisus sintió una mezcla de incertidumbre y emoción. Una vez dentro, se encontraron en un vestíbulo cubierto de polvo y escombros, con el sol filtrándose a través de un gran agujero en el techo.
“Este lugar está lleno de recuerdos”, murmuró Clara, mirando alrededor con nostalgia. “Yo solía venir aquí con mis amigos antes de que todo se desmoronara”.
“¿Qué pasó con ellos?”, preguntó Yisus, sintiendo la tristeza en el aire.
“Se fueron… unos se marcharon a buscar comida y no regresaron. Otros simplemente se dieron por vencidos”, respondió ella, su voz temblando. “Es difícil perder a la gente que amas”.
“Lo sé”, dijo Yisus, sintiendo un nudo en el estómago. “Pero aquí estamos, juntos. No estamos solos. No podemos permitir que la desesperación nos consuma”.
El grupo se sentó en el suelo, formando un círculo. Yisus miró a cada uno de ellos, sintiendo la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros.
“Les propongo lo siguiente”, comenzó. “Debemos establecer un plan. Necesitamos decidir quién se encargará de qué, y cómo llegaremos al refugio. Y más importante aún, necesitamos una razón para luchar”.
“¿Y si nos encontramos con otros grupos?”, preguntó el hombre robusto, cruzando los brazos. “No todos serán amistosos”.
“Es cierto”, asintió Yisus. “Pero en lugar de pelearnos, podríamos intentar negociar. Este mundo necesita más alianzas, no más enemigos. Si logramos unir fuerzas, podríamos tener una oportunidad”.
“¿Y si no quieren negociar?”, insistió Clara, su mirada desafiante. “¿Qué haremos entonces?”
“Entonces, lucharemos. Pero siempre habrá una opción de diálogo primero”, respondió Yisus. “No quiero perder más vidas innecesariamente”.
“Me gusta tu forma de pensar”, dijo Clara, sonriendo por primera vez. “Tal vez tengas más de un héroe de pacotilla en ti”.
Yisus sonrió, sintiendo que la tensión se desvanecía un poco. “No soy un héroe, solo un tipo que quiere hacer lo correcto”.
El grupo comenzó a discutir ideas y estrategias, y con cada intercambio, la atmósfera se volvió más ligera. Había un sentido de camaradería que comenzaba a formarse, un hilo de esperanza que conectaba a todos ellos.
“Cada uno de nosotros tiene una historia que contar”, dijo Yisus, levantando la voz para que todos lo escucharan. “Pero también tenemos un futuro por construir. ¿Quién está conmigo?”
“¡Yo!” gritó el joven, levantando su mano. “¡Quiero luchar por algo más que solo sobrevivir!”
“¡Yo también!” exclamó otra mujer, su cara iluminada por la emoción.
Pronto, todos se unieron, gritando sus promesas de lucha y colaboración. Yisus sintió una oleada de energía recorrerlo. Era el momento de despertar la esperanza que se había apagado en el mundo.
Mientras el sol comenzaba a caer, lanzando tonalidades doradas sobre las ruinas, Yisus miró a su alrededor y sintió que, a pesar de las sombras que acechaban, había algo que resplandecía en su interior. La llama de la esperanza había sido encendida, y ahora dependía de ellos mantenerla viva.
“Vamos”, dijo Yisus, decidido. “El refugio no se va a encontrar solo. Juntos, podemos lograrlo”.
Con esa convicción, el grupo salió del edificio, dispuestos a enfrentar lo que viniera. La historia de Yisus y sus nuevos aliados apenas comenzaba, y la incertidumbre del futuro no era más que una invitación a luchar por un mañana mejor. La noche caía, pero con ella, la promesa de un nuevo amanecer.