El último amanecer

I

Durante tres meses se había librado la campaña de Verdan, y por primera vez el sol azotaba contra las trincheras; las cuales descansaban y reposaban tranquilas a las afueras de Monte Alba. Las nubes sobrevolaban el campo grisáceo repleto de agujeros negros y cadáveres abandonados, pequeñas varillas de metal se alzaban prominentes en torno a las montañas que cercaban el lugar, unas que otras guardando carne humana en sus filos. El relieve era indescriptible y la bruma apenas comenzaba a disiparse.

El pueblo de Monte Alba permanecía expectante, las pequeñas casas achatadas se golpeaban, creciendo como extremidades de la gran iglesia católica situada en el centro del asentamiento. En la mayoría de las casas vivían grandes familias que se escondían de los horrores de la guerra, pero ahora que se vivía cierta quietud la casa Montreal estaba en movimiento.

—Arregla la mesa Chucho, mientras cubro las ventanas. Martin, por favor tráeme las cubetas de agua fresca que deje ayer en el patio. Estos mentados cañones me sacaron un buen susto. — María pronunciaba mientras tomaba unas cuantas cobijas de un mueble. Agarraba pequeños ganchos y las colgaba en las ventanas.

El pequeño Chucho limpiaba el comedor y removía el yeso que se había desprendido del techo. Mientras que Martin salía de la pequeña casa a recoger las cubetas oxidadas que portaban agua potable, sustentarían a la familia por unos meses más. Los días anteriores habían tenido que dormir en el sótano olvidado que el abuelo Carlos había construido durante la guerra civil, solían usarlo como "tiradero" incluso se llenaba de alimañas. En su tiempo, María trató de convertirlo en un salón de belleza, pero simplemente no resultó. Ahora, no era nada más que un refugio; cuando la artillería francesa resonaba, la familia Montreal corría tambaleándose por todo el lugar hasta llegar ahí.

—Ándale, niño, recoge eso rápido que ya voy a servir la comida, aprovechando que esos mentados cañones no andan molestando.

—Ya voy Tita, es que esto esta difícil de limpiar. Nomás quito y vuelve a ensuciarse. — María volvió su mirada al menor y se percato de que ensuciaba de nuevo la mesa cuando trataba de remover el yeso, puesto que sus manos ya estaban sucias por igual.

—¡Ay, chamaco! Mira nomás como andas limpiando — Removió a chucho y tomó un trapo que guardaba en su mandil. Inició en las orillas para terminar en el centro, dejando el cristal del comedor un poco empañado pero listo para servir. Chucho la miraba y al mismo tiempo revisaba sus pequeñas manos.

—Pero, ni están tan sucias— Alzó sus manos a la vista de María. Mostraba un puchero y hacía muecas con la boca.

—Cómo no, mejor váyase a lavar, que ya bastante hizo. — Chucho asintió saliendo del comedor para incorporarse al pequeño medio baño de la primera planta.

María regresó a la cocina, movía con cuidado el estofado de champiñón que con sumo trabajo había cocinado, tomaba unos viejos limones del refrigerador oxidado, los cortaba y exprimía en una jarra mediana, pintada con pequeñas flores rojas y amarillas. Martin entraba y volvía con las cubetas, dejaba unas cerca de la puerta y tres más por la cocineta, tallaba sus ojos y rascaba su espalda. Luego de un rato María ya ponía los platos en la mesa, al igual que unos pequeños vasos de plástico, guardaba los de cristal fino para importantes ocasiones, o como ella diría "para apantallar".

—¡Bájense a comer! — Apenas terminaba de gritar y ya se encontraban sentados. María, Martin, Carlos, Magdalena y el pequeño Chucho.

Devoraban el estofado y se servían del agua de limón -un poco amarga- tomaban unos panes rígidos, y los partían remojándolos en salsa. Sus semblantes desprendían quietud y serenidad. Rompían el silencio por minutos y después seguían degustando de la comida. Las nubes comenzaban a asentarse cubriendo el Sol incandescente produciendo una ligera estela detrás, tornando los colores fuertes por unos más grisáceos. Martin carraspeaba y seguía frotando sus ojos, esta vez con más intensidad.

—Ay mijo ¿Qué traes? — Inquirió María, consternada.

La familia volvió la mirada a Martin, sus ojos estaban llorosos y su piel un tanto más roja de lo normal.

—¡Parece un tomate! — Exclamó Chucho inocentemente.

—Ni yo sé, Mari. Salí acá fuera por las cubetas y como que me dolieron los ojos, pero ni sé por qué. — Mantenía su ojo izquierdo cerrado y unas cuantas lagrimas recorrían sus mejillas.

—Mejor vete acá al sótano con tu tito Carlos. Deja que el te revise, te miras bien rojo y tus ojos ya me preocuparon. — Sus semblantes habían cambiado radicalmente, estaban preocupados, sin embargo, como no sabían de que se trataba pretendían ignorarlo y dejarlo al experto, en este caso Carlos.

—Sí, Mari. — Carlos y Martin se levantaron casi sincronizadamente. El abuelo cubrió con su brazo a Martin y lo llevó al sótano.



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Editado: 03.03.2018

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