El último aullido

Prólogo

Prólogo

Oscura era la noche, y el doctor miraba desde la ventana de su castillo. Observaba la lluvia caer contra el cristal, mientras sostenía en su mano derecha una copa de brandi.
Sus invitados no tardarían en llegar. 
Todo estaba listo para su recibimiento. Era una pareja joven, la cual se ofreció voluntaria y muy orgullosos de ser ellos los conejillos de indias para su experimento.
Ambos eran amantes de lo oculto y científicos como él, dispuestos a ofrecerse para algo increíble y único.
De pronto se oyó tocar a la puerta tres veces.
Eran ellos.
Raudo, el doctor bajó a recibirlos, pero no sin antes escribir en su libro de notas tal hecho. Un gran libro donde narraría sus avances con sus nuevos invitados.
Abrió el portón y los vio allí, empapados por el aguacero.
Los invitó a pasar con amabilidad y ambos entraron.
La pareja conoció al doctor en su país de origen, cuando este daba una conferencia sobre genética. Se hicieron muy amigos y este les escribió para exponerles un experimento, pero que para ello necesitaba a dos seres humanos y a poder ser, una pareja. 
El hombre se llamaba Adán. Un joven de poco más de 35 años. Alto, a la vez que fuerte. Con una larga melena roja como el fuego y unos preciosos ojos verdes esmeralda. Su mujer, Eva, era joven, 27 años. Una mujer muy hermosa, con unos ojos de un azul grisáceo precioso y un pelo negro como la noche. Ambos de tez muy morena, lo cual hacía resaltar aún más tales atributos.
-Pasad, amigos míos. Estáis empapados. -invitó su anfitrión con un amable gesto de su mano- Vayamos al salón, allí entrareis en calor junto a la chimenea y haré que os traigan unas ropas nuevas. - el doctor se ofreció a coger los equipajes mientras ambos pasaban. - ¡Igor! -llamó él. Y un hombre no muy mayor, que apareció entre la oscuridad del hall, encorvado por su joroba, saludó diciendo:
- ¿Sí, mi señor?
-Por favor, toma estas maletas y deposítalas en la sala norte. Trae también para el señor Adán, uno de mis trajes de gala y para la señorita uno de los del armario de damas. Confío en tu buen gusto mi querido Igor.
-Sí, mi señor. Enseguida. -y tal y como apareció, desapareció entre la oscuridad del hall.
Caminaron por un largo pasillo adornado con cuadros, armaduras y un sin fin de grandes objetos de gran valor artístico, a lo cual, Adán no pudo evitar preguntar:
- ¿Cómo logró tales bellezas doctor? -asombrado miró hacia el techo por el cuál pasaban y este estaba adornado por una enorme obra pintada, que mostraba ángeles en el cielo.
-Con los años, amigo mío, han pasado de generación en generación recolectándolas. ¿Te gustan? -decía mientras avanzaba unos metros por delante de ellos.
-Sí, por supuesto. -dijo maravillado mientras agarraba la mano de su mujer la cual también estaba entusiasmada, y está le sonrió feliz.
Llegaron a una puerta doble de madera. Los techos eran muy altos y esta puerta también lo era. Entraron, y si ya se habían maravillado de lo visto hasta ese momento, aquél salón no sería menos. 
Una enorme chimenea de leña presidía desde la entrada el enorme salón lleno de butacones y sofás. Alfombras persas preciosas, estatuas, armaduras, cuadros, lámparas de araña...Si el lujo y el buen gusto serían persona, aquél hombre sería esa persona. Pues el doctor era también a su vez duque y señor de las tierras colindantes y sobra decir que de clase alta.
Tomaron asiento e Igor irrumpió en el salón pidiendo permiso para entrar. Traía en un par de perchas los ropajes para ambos huéspedes. Las depositó sobre una mesa y tal y como vino, se fue. 
El doctor les indicó que pasaran a una habitación contigua y que se cambiasen de ropa y así hicieron. Al regresar al salón, el doctor había preparado unas copas de vino tinto y las ofreció. Una vez cogieron cada uno la suya, propuso un brindis por el reencuentro y por un experimento satisfactorio y tomaron asiento en un sofá de piel negro.
-Bueno, sabéis a que os exponéis.
-Sí, desde el primer día lo supimos. -dijo ella sosteniendo la mano de su amado. -Y queremos hacerlo.
-Os agradezco vuestra confianza. Sabéis que, si todo esto sale bien, vuestras vidas cambiaran completamente. Ya no seréis humanos. No volveréis a ser los mismos.
-Lo sabemos. -dijo el joven. - Pero sabemos que nos ofreces la posibilidad de vivir muchos años. Más de los que cualquier ser humano pudiera vivir jamás, y de ser diferentes a todo lo conocido. Más fuertes, más rápidos. Podremos ser más sabios con los años. Conocedores de mil cosas. Ver cambiar el mundo. Creemos que va a ser algo increíble.
-Espero que tal entusiasmo e ímpetu siga ahí siempre. Brindo porque esa convicción no decaiga.
-Nosotros también. -Adán miró con ilusión a su mujer.
-Los experimentos los realizaremos durante las mañanas. De nueve a dos más o menos para que veamos los resultados por las tardes.
-Nos parece bien. -respondió él tras mirarse el uno al otro.
-Está bien. Disfrutad de la estancia. Todo lo que necesitéis podréis pedírmelo a mí o en su defecto a Igor. - Alzó su copa de nuevo.
-Gracias, doctor.
-Adán, por favor, llámame Viktor.
Los días pasaron fugazmente, y el joven doctor se maravillaba por los avances. Adán y Eva, (nombres que le resultaron adecuados, y de mera casualidad al conocerles y saber de las miles de bromas que sufrieron por ello), estaban desarrollando grandes cambios.
Comenzaron con una agudeza sensitiva increíble. Sobre todo, comenzando por el oído. Se volvieron más rápidos, fuertes, ágiles. Eran sobrehumanos ahora. Pero Viktor deseaba algo más. Esperaba otra cosa.
La transformación.
Según su experimento, sus cobayas poseían una virtud única en los seres humanos, jamás vista. Podían sintetizar en sus ADNs las proteínas de otros seres vivos. En este caso, las de los lobos. Y este quería verlos cambiar. Una metamorfosis completa. Ese era su fin.
Y con tan convicción, ese día llegó. Era de noche. Luna llena. Y unos gemidos agónicos y de auténtico terror lo despertaron.
Bajó desde el torreón, donde se localizaba su dormitorio, hasta la primera planta, donde se encontraban la habitación de sus amigos.
Corrió con todas sus fuerzas hasta llegar allí. Casi cae por las escaleras en un par de ocasiones. Y justo, cuando iba a llegar a la puerta, los gritos cesaron de oírse.
Era un silencio mortuorio. Extraño. 
De pronto, escuchó un gruñido. Como de un animal. Sonrió, pues pensó en lo que tanto deseaba que ocurriese y quizás estaba pasando. Sólo tenía que abrir aquella puerta.
Posó la mano con temor sobre el pomo de aquella habitación que antes abría con tanta seguridad, temeroso de que iba a encontrar, a la vez que ansioso.
Poco a poco la puerta se fue abriendo, y cuando esta se abrió por fin, allí estaban.
Eran enormes. Si Adán media 1´90cm y pesaba unos 90 kilos, aquél lobo debía ser así de grande. Y ella, del mismo modo, su tamaño correspondía a su forma de lobo también.
Sus pelajes, eran del mismo color que sus cabellos.
Adán era rojizo como el fuego y sus ojos, verdes como esmeraldas. Ella negra como la noche, sus ojos azules como mar. Ambas miradas se veían con claridad en la oscuridad de la habitación.
Le miraban fijamente.
No temió por ellos, pero se quedó inmóvil. No sabía que podría pasar. Si aquellos animales lo reconocerían o lo atacarían. Si habían perdido su memoria humana y eran tan sólo animales salvajes.
Pero cuál fue su sorpresa al ver que el enorme lobo rojo se inclinó hacia él. Como si le saludase. Y después pudo ver como se observaban los dos animales uno a otro, como si estuvieran viendo en que se habían convertido.
Pasaron los meses.
Ambos eran perfectos.
Viktor los envidiaba. Sus creaciones eran maravillosas.
Una noche, Eva despertó a su amado mientras este dormía. Estaba nerviosa, y su hombre la miró como a un conejito asustado.
- ¿Qué ocurre mi amor? –preguntó posando con dulzura su mano sobre su mejilla.
Ella la sostuvo entre su rostro.
- ¿Estoy embarazada?
Adán no pudo evitar que de sus ojos brotasen unas suaves lágrimas de alegría. Pero vio que ella no parecía tan feliz.
-Amor mío, ¿qué ocurre?
Ella se incorporó, dándole la espalda.
- ¿Y si Viktor lo trata como un experimento? ¿Y si no podemos criarle aquí? ¿Y si no nos deja irnos de aquí? –rompió a llorar.
-Amor. –el la abrazó con fuerza intentando consolar su llanto-. Eso no pasará. Si no nos deja partir, nos iremos. No somos sus presos. Somos voluntarios y el experimento ya llega a su fin. No pasará nada amor mío. Todo irá bien.



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En el texto hay: accion, romance , aventura

Editado: 26.03.2020

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