El último baile

P r ó l o g o

Por motivos personales el último bailarín seleccionado se ha tenido que retirar, así que damos por finalizado el campeonato. Gracias a todos por el calor que habéis dado a todos los concursantes. Ahora los jueces realizarán el recuento de los puntos y en unos minutos os informaremos de los ganadores —dijo una voz femenina que se hizo escuchar por todo el polideportivo.

A pesar de que sabía que lo había hecho lo mejor posible, mi pecho se desinfló cuando supe que el último bailarín que competía en mi sección junto con dos más se había retirado. Ahora indudablemente iba a estar en el podium, sin embargo no me causó felicidad.

A los diez minutos mi pequeño cuerpo estaba encima del número dos demostrando a todos los que nos hacían fotos mi segundo lugar.

Mi madre me sonreía ilusionada desde las gradas mientras aplaudía eufórica como cualquier madre haría. En cambio yo, no sentía esa euforia. Lo había hecho bien, me había esforzado y me merecía aquel puesto, sí, pero si el bailarín que se había retirado hubiese participado quizás yo no estaría ocupando el segundo lugar.

Cuando la entrega de premios finalizó todos los padres bajaron de las gradas para felicitar y animar a sus hijos o familiares. Mi madre corrió hacía mí y me envolvió en un enorme abrazo de oso.

—Lo has hecho genial, mi amor —murmuró contra mi pelo.

Cuando se separó de mí puso sus manos suaves en mis mejillas para mirarme mejor.

—¿No estás contenta, Jess?

—No.

Sus facciones se suavizaron y mi madre me regaló una sonrisa llena de amor hacia mí, hacia su hija.

—Pues deberías estarlo, porque lo has hecho genial, mi amor —su pulgar acarició mi mejilla con suavidad de forma relajante.

—Pero si el otro bailarín hubiese participado quizá yo no habría quedado en segundo lugar. No ha sido justo.

—Sí que lo ha sido, sólo que eres demasiado estricta. A veces incluso más que yo —me sonrió—. Has ganado justamente, deja de pensar en el bailarín que no ha podido concursar. Tú sí que has podido y lo has hecho de maravilla.

Mis ojos comenzaron a brillar.

—¿De verdad?

—Claro que sí, cariño —sus brazos me envolvieron en otro cálido y reconfortante abrazo maternal.

Suspiré aliviada contra su pecho. Mi madre de alguna forma u otra siempre me hacía ver las cosas de otra manera, y esta vez me enseñó que efectivamente debía quedarme con el hecho de que lo había clavado.

—Venga —dijo cogiéndome la mano—, es hora de ir a casa y enseñarle a papá esa medalla tan bonita que tienes.

Ya en el coche ambas escuchábamos las canciones que la emisora iba poniendo. Mi mirada no se despegaba de la carretera mojada. La lluvia caía a una gran velocidad mientras los árboles se agitaban con violencia debido al viento.

—Papá se pondrá muy contento —mamá seguía hablando de lo bien que lo había hecho.

—Papá se pondría contento aunque hubiese quedado última —sonreí burlona.

—Porque el esfuerzo es motivo suficiente de orgullo.

Le miré de reojo. Mamá era guapa, o mejor dicho guapísima. Su cabello rubio y lacio le caía como una cascada hasta la altura de sus hombros. Su piel era de un leve, muy leve tono de bronceado que le hacía contraste a sus ojos grises. Y su sonrisa, sin lugar a dudas, era lo mejor de ella.

Mamá era una mujer risueña que con una sonrisa le podía cambiar el día a cualquiera, y eso era algo que envidiaba de ella.

Papá había tenido mucha suerte al conocerla, aunque a veces me dijera que mamá era muy fría y estricta cuando era joven y que a él sinceramente le daba miedo en algunas ocasiones. Pensar en eso me hizo acordarme de su gran y apasionada historia de amor.

—Mamá, ¿me la cuentas otra vez?

Me miró de reojo con una tierna sonrisa.

—¿Otra vez? ¿Cuántas van ya, cien?

Por fiiii —le dediqué un puchero a lo que ella negó divertida.

—Está bien, está bien.

Me acomodé en el asiento atenta a sus palabras.

—Tu padre y yo siempre habíamos sido amigos. Desde pequeños ambos habíamos ido a clases de baile juntos. La verdad es que el hecho de que el fuera el único chico del grupo y todas las chicas estuviesen coladas por él pudo ser uno de los detonantes de que le diese mi primer beso.

Sonreí embobada con el comienzo de su historia. Me la habían contado un millón de veces pero yo nunca me cansaba. Era algo así como un cuento de hadas pero real.

—Eso se llama celos, mamá.

—¿Qué? No fueron celos, solo me dio curiosidad.

—Ajá... —le lancé una mirada llena de diversión.

Sonrió.

—¿Puedo seguir?

—Adelante, no te interrumpo.

—Bueno. Después de aquel beso tu padre pareció sorprendido, y no lo culpaba, a veces yo era muy...

—¿Reservada? ¿Fría? ¿Mandona? ¿Intimidante?

Mamá alzó las cejas con la mirada en la carretera.

—¿Tu padre ha dicho todo eso de mí?

—¿Eh? —carraspeé— ¿Por dónde ibas? —pregunté desviando el tema de conversación.

Entrecerró los ojos dándole un aire cómico a lo que dijo a continuación.

—Ya verás cuando lo vea.

Solté una carcajada que hizo que sus facciones se suavizaran. Ella continuó con la historia.

—Lo que decía, tu padre se sorprendió y me dijo que él no sentía lo mismo por mí. Después obviamente yo le dije que tampoco, que había sido algo impulsivo, así que ambos seguimos igual con nuestra amistad.

Puse los ojos en blanco. Menudo orgullo tenía mamá, conociéndola en realidad ella seguro que había sido la primera en caer.

—Ya en nuestro último año de instituto nos enteramos de un campeonato muy importante y decidimos ir juntos, eso sí, costó un poco por culpa de su novia. Siempre se ponía celosa de mí —sonrió orgullosa—. Durante los meses de entrenamiento nos acercamos y nos conocimos de otra forma muy diferente. Vi cosas en tu padre de las que no me había percatado jamás y supe mucho antes de darnos nuestro segundo beso que a mi me había bastado con el primero para saber que yo estaba enamorada de él.



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Editado: 04.06.2020

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