No estoy seguro de si era el lugar elegante en el que estábamos, de techo alto con decoraciones victorianas y luces doradas que alumbraban el piso de mármol con ilustraciones excéntricas en tonos bordó o si era ella con su vestido carmesí, largo hasta los tobillos, dejando entrever sus tacones negros de punta, su cabello oscuro como las noches de invierno y largo hasta su cintura, sus ojos misteriosos y labios rojos. No estaba seguro de la razón, pero cada noche su belleza me cautivaba por completo.
Desde la esquina del salón entre la multitud de hombres y mujeres que esperaban su turno para danzar con ella, la observaba con detenimiento. Estudiaba cada uno de sus movimientos. Su energía hipnotizaba a todos cada vez que los violines comenzaban a sonar dándole comienzo a otra noche.
Era la primera en dar un paso hacia la pista con una sonrisa que alumbraba el lugar, osada danzaba para sí misma hasta que alguien era lo suficientemente valiente para unírsele. Su poder era tal que era normal dudar. Como yo, muchos dejaron pasar varias noches hasta ingresar a la pista para moverse el son de la música en su compañía.
Ella sonreía cuando alguien la sostenía en sus brazos, sus comisuras se pronunciaban más que cuando sus pies se movían en solitario. Disfrutaba de tener un par de ojos que observar mientras recorría la pista. Los volados de su vestido se movían con más gracia, acompañando la energía de quien lo vestía. Ella era feliz cuando bailaba con una persona y yo, me contentaba con mirarla desde la distancia.
Cuando la música acababa, la felicidad también se desvanecía. La danza se terminaba y ella desaparecería con su acompañante. Cuando se perdían entre la multitud, le daban comienzo a una velada normal con gente común, llevándose mi cordura a su paso.
Desconozco en qué momento comencé a asistir a estos bailes, solo que un día llegué vestido con elegancia en busca de una razón para seguir viviendo y me quedé en cuanto la atención cayó en ella. Era difícil dejar de pensarla. Cada vez que la noche llegaba a su fin, contaba los minutos hasta la próxima velada. Solo quería verla, observarla, pensarla y disfrutarla. No tenía más deseos.
Pronto estas expectativas fueron creciendo, observar con el paso del tiempo las personas con las que ella bailaba me causó brotes de celos. Yo también quería ser el elegido una noche. Yo también quería ver de cerca su rostro esculpido y estar en contacto con la piel de sus manos. Sin embargo, carecía del coraje.
Pasaron varias lunas hasta que me armé de valor. Supongo que había llegado a un límite. Mi mente sabía que la única razón por la que seguía viviendo era para verla brillar como una bola de discoteca. Y mi cuerpo venía susurrando día tras día que mis horas estaban contadas. No podía morir sin primero danzar en sus brazos.
Me preparé al pie del círculo que se formaba alrededor de la pista de baile con las manos sudorosas. Las limpié contra mi pantalón, esperando que no se diera cuenta cuando nuestras pieles por fin se tocaran. Esperé. Esperé paciente e impaciente a que llegara el momento, y cuando escuché los violines dar su primera nota y a ella apoyar el tacón negro con tal elegancia y poder que todas las miradas recayeron en ella, yo también di un paso hacia delante. Nos miramos y, por primera vez en mucho tiempo, todo tuvo sentido.
Esperé a que se acercara y, cuando lo hizo, me tomó de las manos para comenzar a bailar.
Era aún más hermosa de lo que había apreciado desde la distancia. Sus ojos eran aún más misteriosos, sus labios del color del fuego y su cabello enmarcaba su rostro de una manera digna de ser pintada.
Mis preocupaciones se esfumaron en cuanto nuestras manos de unieron. Ya nada importaba; estaba donde debía estar. Las noches de insomnio por pensamientos banales como el trabajo habían quedado atrás. El día en que por primera vez el pecho se me cerró obstruyendo mi respiración, quedó atrás. Las pastillas que el médico me había recetado para vivir la vida un poco mejor, quedaron atrás. Las dudas, los miedos, los pensamientos intrusivos, todo se esfumó en cuanto se cruzó en mi camino… ¿Por qué había tardado tanto en danzar con ella?
Estuvo esperándome como yo lo he hecho. Estaba seguro; podía verlo en su mirada. Sabía que este momento llegaría, ella tenía más fe en mí que yo. Esto me tranquilizó, puesto que nunca había conocido a nadie que confiara en lo que fuera capaz de hacer. Ella veía mi potencial y tenía claro que seguiría adelante con mi objetivo.
La melodía de los violines se fue apagando y supe que había llegado el final del baile, aunque aún me esperaba más.
La danza aminoró y ella, con su mirada, me invitó a que la siguiera fuera de este lugar. Era el último paso, podía dar marcha atrás si quería; pero estaba hipnotizado y la hubiera seguido hasta el faro del fin del mundo si así lo hubiera deseado. Por eso, cuando el baile se detuvo y ella se dirigió hacia la multitud para perderse, yo la seguí, camino hacia la oscuridad que solo los valientes se animan a cruzar.