El último baile

Cuarta parte El sacrificio de un caballero

—Dime lo que piensas —bebió de su copa, con los ojos clavados en la morena que tenía a su costado, recostando la cadera contra la columna, la examinó de arriba a abajo conteniendo las ganas de suspirar.

—Estoy pensando que seguramente usted debe ser un hombre muy solicitado por los demás invitados como para estar conmigo solamente en este rincón —se encogió de hombros tratando de esconder el escozor que ese pensamiento le causaba. Mónica jugueteó disimuladamente con su copa, viendo el líquido moverse de un lado a otro, las burbujas desapareciendo y creando nuevas. 

¿Dónde estaba Cati? Se preguntaba internamente, sabía que su amiga había estado bailando con William y que luego un hombre completamente desconocido la hizo partícipe de una escena completamente inusual. La Catrina que ella conocía hubiera salido corriendo al sentirse ser el centro de atención, todas las miradas de los invitados de este lado del salón clavándose en ella como dagas que juzgaban la interacción con maldad, una que seguramente llegaría a los oídos de su tía, causándole problemas. Contuvo la respiración al imaginar los castigos que esa mujer podría emplear en su amiga y también recordó la discusión que habían mantenido más temprano. 

Conseguiría una forma de ayudar a Catrina de la misma manera en la que ella la había ayudado tanto en un pasado, no iba a permitir que siguiera sufriendo en las garras de esa mujer que la usaba como una muñeca bonita de porcelana. Solo para poder lucirla en la sociedad y regodearse con su éxito. 

Pensaría en algo, pronto, alguien estaría dispuesto a ayudar a Catrina y a Sam a huir de la ciudad, sería difícil más no imposible. 

Esas ideas quedaron opacadas por la voz grave y coqueta de Nicolás que se había acercado más de lo establecido por el protocolo, se inclinaba a su lado, cerca de su oreja. 

—No hay otro lugar en el que me gustaría estar. A su lado me siento cómodo, usted además, es una hermosa mujer de ideas muy interesantes —dijo y su aliento cálido golpeó contra la oreja de la joven.

—Un noble como usted debería codearse con damas con su misma nobleza, no con personas como yo.

—¿Alguien como usted? Por favor aclare sus palabras, ¿Qué tipo de persona es usted a parte de una maravillosa? —Había un pequeño indicio de indignación en la voz de Nicolás que hizo encoger a Mónica.

—Que mis ropas no lo engañen, no soy ninguna noble, solo una simple sirvienta que su señora tuvo la amabilidad de traer como acompañante y arreglar para la ocasión. 

—¿Así es como se ve? Déjeme entonces decirle una verdad, señorita, yo no soy ningún noble tampoco, y eso poco debería importar, un mísero título no debería tener tanto peso como lo tiene ni importar tanto también, así que quite esa idea boba de su mente, soy un simple músico con buenos contactos, nada más. En lo personal me gusta mirar más allá de lo que se muestra de una persona. ¿Sabe que veo cuando la miro? A una mujer de carácter dócil pero leal, a una mujer que debe amar con uñas y dientes, a alguien con valores pero encasillada en lo que la sociedad le ha impuesto a pensar. Solo necesita un pequeño empujón para ver de lo que es realmente capaz, y yo estoy dispuesto a empujarla, no solo eso, también de acompañarla en el proceso.

Cada una de esas palabras fueron necesarias y lo suficientemente firmes como para instalarse en el cerebro de Mónica. 

Le concedió la razón, en silencio a medida que lo iba escuchando hablar, gesticulaba con tanta emoción, sus manos se movían con entusiasmo a medida que avanzaba en su avalancha de palabras. Cuando llego a hablar sobre que veía en ella, sintió el mundo moverse bajo sus pies y a medida que oía lo que ese hombre pensaba de ella sus ojos se abrían, sorpednidos, conmovidos y la sonrisa, la cual no se dio cuenta que embozo, delatando a su traidor corazón que se emociono como un tonto. 

En ese momento ella entendió que necesitaba ese empujón y aceptaría con gusto que la acompañará. Que deseaba dar esos pasos a su lado para que la ayudará a ver más allá de sus límites. 

—¿Y esa sonrisa? —Nicolás miró curioso a la mujer frente a él, que parecía haberse quedado muda. 

Ladeó la cabeza, no lucía enojada, si conmocionada, sus palabras habían caído hondo y se sintió satisfecho con ese hecho. La iba a ayudar y quizás en el proceso le robaría un par de besos.

Volvió a estudiarla, su aspecto menudo y ojos azules lo habían llamado entre la multitud, su presencia siendo como un imán, sin haberse dado cuenta había terminado frente a ella, con una copa y charlando. Apenas habían conversado unos minutos cuando un pensamiento le había cruzado la mente como un rayo. 

Me he enamorado. 

Lo había hecho, sin duda. Esa mujer frente a él años más tarde se volvería su esposa, su compañera y mejor amiga. La madre de su hija y la razón de su alegría. 

—No esperaba pasar así mi noche —susurró con timidez. 

El caparazón que una de las jóvenes había perdido, la otra lo había robado. 

—¿Cómo? ¿Con la compañía de un talentoso músico y su melodiosa voz? —alardeo de forma juguetona generando que la joven riera bobamente, llegando a tener que cubrir su boca con su mano, evitando que el sonido se expandiera mucho más.

—Eres arrogante —llegó a la conclusión. 

Él le dio una sonrisa radiante. —Lo soy, creo que es uno de mis mejores rasgos. 




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