El hecho de que todos me estuvieran mirando me ponía terriblemente nerviosa.
Ser el centro de atención no era una de mis cosas predilectas del día, mucho menos que las personas sufrieran de tan poca empatía como para ignorar el hecho de que era una persona, no un objeto de ensayo.
Suspiro, dándole un sorbo a mi malteada de chocolate.
Hacía calor, pese a ser finales del invierno, pero el hecho de que yo tuviera siempre frío no ayudaba demasiado, siempre estaba helada. El clima en Valencia, no tenía en claro las leyes de las cuatro estaciones del año, podría ser un día caluroso en mayo, como un día lluvioso en diciembre.
Pero, particularmente, para ser septiembre, hacía demasiado frío, lo cual no ayudaba a mi escasa temperatura corporal. Jalo mi suéter para poder esconder mis manos en ella, tomo otro sorbo de la malteada mientras la mirada de Gabriela es la única que no me mira como si fuera un alienígena.
—¿Qué tal te fue hoy en el médico? —pregunta algo incómoda, mientras le da un sorbo a su café y me dedica una sonrisa cargada de comprensión.
La cafetería en la que estábamos tenía ese aire de antaño, decorada con madera oscura y libreros a nuestro alrededor, la carta era cosa de otro mundo, en forma de comic detallaba como si tratara de una historieta sus grandes especialidades.
El techo sobre nosotras tenía pintado un cielo estrellado decorado con múltiples luces led, que le daba ese aire exótico y místico del lugar, que haciendo juego con su aire de antaño le daba un toque fuera de este mundo.
Gabriela destacaba entre la multitud con su cabello rosa, sus ojos grises le daban ese aire de duende del bosque que sería capaz de asesinarte si se lo propusiera.
Al menos, conmigo, no tendría que tomarse la molestia de asesinarme.
Porque yo estaba muriendo.
—Me ha dicho lo mismo que hace un mes—respondo, encogiéndome de hombros—y lo mismo que me dirá el mes que viene, no tengo salvación, Ela.
Su mirada refleja reproche, y no soy capaz de responder algo más, era la misma mirada que me dedicaba mi madre cada vez que tocábamos el tema.
Iba a morir, ¿Por qué hacían tanto drama por ello?
—Buscaremos otro método, quizás si empezarás nuevamente con el tratamiento—susurra sorbiendo su café.
Evito rodar los ojos demostrando mi fastidio, estaba segura de que empezaría con su discurso de si retomaras las radioterapias, existiría la posibilidad de que el cáncer se reduzca y tu esperanza de vida creciera, aunque sea un poco.
—Por favor—digo, alejando la malteada que apenas había tocado—, no toques ese tema de nuevo.
Gabriela baja la mirada, resignada ante mi petición, incluso podía decir que ella se ponía a favor de las solicitudes de mi madre ante mi enfermedad, ante mi inminente muerte.
Desvía la mirada luego de un rato, observando la malteada que apenas había bajado dos dedos del líquido
—Tienes que comer—murmura, riñéndome mientras yo negaba con la cabeza.
Con los dos sorbos que había dado ya me sentía absurdamente satisfecha.
Ella suspira, resignándose a que cada una de mis respuestas no era la que ella esperaba que diera, y eso estaba bien, no quería ser la típica chica enferma que aceptaba todo con tal y sobrevivir.
Las personas a nuestro alrededor fingían que hablaban para poder tener la excusa de escuchar nuestra conversación, podía notar como en varios intervalos se quedaban callados, esperando a que alguna de nosotras dijera algo.
A lo lejos, a un par de mesas de sana distancia entre nosotras, distingo una cabeza castaña, estaba de espaldas hacia mí, encorvado, con una camisa roja que destacaba en el lugar y sin ningún tipo de comida en la mesa.
Noto como Gabriela me observa extrañada, para luego, darse la vuelta y dirigir la mirada hasta mi punto de interés, cuando vuelve a girar hacia mí, su expresión es una auténtica obra de arte.
Para los payasos.
—¿Ese no era tu compañero de clases? —pregunta apuntando con su dedo hacia su dirección.
El aludido, al escuchar su posible mención voltea su cuerpo para observarnos descaradamente, sus ojos primeramente denotan extrañeza, como si no supiera que somos humanos que hace unos momentos lo observaban como si fuera un animal de zoológico, al cabo de unos segundos, su confusión pasa a ser reconocimiento.
Me ha reconocido.
Alza la mano para saludarme, hasta que cae en cuenta en mi apariencia.
A estas alturas de mi edad, y lo avanzada de mi enfermedad, mi cuerpo lucia tan cansado como yo, estaba demasiado delgada, al punto que podría jurar que si caía una gran ventisca, fácilmente podía salir volando.
El cabello corto y lo blanca de mi piel resaltaban demasiado con cualquier ropa que me pusiese.
Quería irme a casa.
Me aferro a las mangas de mi suéter mientras el chico que hace unos segundos estaba mirando empieza a acercarse hacia nosotras.
Sus pasos son relajados, sus mejillas sonrojadas y sus ojos color miel no habían cambiado con el paso de los años, una pequeña barba se asomaba en su mentón, haciéndolo ver de una mayor edad.
—Si es—respondo al fin.
Él termina llegando hasta nuestra mesa, una sonrisa genuina surca entre sus labios y la sorpresa sigue reflejándose en sus ojos.
—Marienn, ha pasado tanto tiempo—dice a modo de saludo.
—William, sí que ha pasado el tiempo.
Gabriela le dedica una sonrisa ladina, claramente quería coquetear con él, y yo no me negaría o se lo impediría.
Claramente ella siempre conseguía lo que quería.
Comienzo a juguetear con las mangas, dejando que el silencio incómodo surja entre los tres, aunque el silencio duro poco, Gabriela empezó a acribillar a mi excompañero de clases con preguntas estúpidas como ¿Qué has hecho con tu vida? ¿Entraste a la facultad? ¿Tienes novia? ¿Sigues viviendo en tu antigua casa? ¡Vaya que estás guapo!