El sabor amargo de la soledad me abrazaba como una vieja amiga.
William James caminaba a paso lento junto a nosotras, que nos disponíamos a llegar hasta la parada del autobús con la esperanza de que mi madre pasara a recogernos por la zona.
Porque yo me reusaba a marcarle y pedirle algo tan simple como recogerme.
Pero ella, como la super mamá que es, sabía a qué hora estaría saliendo y en donde la esperaría si no le escribía para decirle mi ubicación.
Odiaba ser tan dependiente de ella.
Nuestros pasos resuenan por el pavimento, los tres permanecemos en un eterno silencio, hasta que William James abre la boca.
—Es extraño—comienza a decir algo avergonzado—, estamos caminando, pero ninguna de ustedes es capaz de mantener una conversación y yo no soy lo suficientemente extrovertido como para sacarles una palabra para entablar una.
Detengo mis pasos, extrañada ante el comentario, William James me observa extrañado.
—¿Y qué se supone que tengamos que hablar? —respondo ofuscada, jaloneando las mangas de mi suéter.
—¿Del clima?
—¿O de lo sexy que te ves? —murmura Gabriela rodando los ojos.
Quería gritar.
El tema con mi mal humor se había desarrollado poco antes de enterarme de que tenía Cáncer, y desde entonces, todo el caos hormonal se había desatado.
Si yo sufría, al menos los de mi alrededor tendría que sufrir conmigo.
Yo lo llamaba, apoyo mutuo.
Mi madre tenía otro nombre, le llamaba falta de empatía y egoísmo.
Cada vez que teníamos esa conversación, mi madre salía llorando y yo terminaba castigada en mi habitación por una hora.
Los tres permanecimos estáticos en la acera de una de las calles principales de Valencia, la gente ignoraba nuestra riña silenciosa. Los árboles estratégicamente plantados a nuestro alrededor se perdían entre los edificios, y el murmullo de la gente me hacía sentir nerviosa.
¿Dónde estaba mi entrometida madre cuando la necesitaba?
—¿Desde cuándo eres tan amargada? —se queja Gabriela, apretando los puños y abrazándose a sí misma.
—Desde siempre.
—Pero, Marienn—empieza a decir William James—, antes no eras así.
Antes no era así.
Antes no tenía cáncer.
Antes no iba a morir.
Esa es la diferencia.
—Antes no estaba enferma—le respondo mirándolo directamente a los ojos—, antes no estaba en mis últimos días de vida, William James, esa es la maldita diferencia.
—¡Qué estés enferma no te da el derecho de tratar a las personas como si no tuvieran sentimientos!
—¡Entonces enférmate tú, a ver que actitud tomarías en mi lugar!
Gabriela se lleva ambas manos para tapar su boca abierta por la sorpresa, intenta de alguna manera disimular la expresión estupefacta de su rostro, pero es muy tarde.
Ellos no tenía el derecho de juzgarme.
¿O sí?
—Marienn...
—¿Qué?
Ambos nos miramos fijamente, la fuerza de nuestras miradas sería capaz de desatar el apocalipsis en este momento si quisiéramos, corrección; si él quisiera, porque yo estaba dispuesta a dejar el mundo arder.
Si yo no iba a estar mucho tiempo para verlo, qué más da.
—Deberías de disfrutar el poco tiempo que te queda, no lamentándote.
—Hazlo tú, suena sencillo, ¿no?
—¡Marienn! —era la voz de Gabriela, sus ojos saltones me taladran intentando que cierre la boca de alguna manera.
—Lo lamento por la situación tan horrible que te toca vivir como paciente oncológico—susurra, retirando la mirada y detallando la suciedad de sus converse—, pero no por eso te da el derecho de desquitarte con el mundo por tu dolor.
—¿Y tú crees que es realmente lo que quiero? ¿Ser la mala del cuento? Ese papel no me va, pero fue el que me dieron, William James, no tuve elección. ¡Yo no escogí esta vida! ¡No me dejaron escoger el final de mi vida! ¿Sabes que quería? Una familia, hijos, terminar la carrera, poder acercarme a los animales sin temer a una recaída, ¡Dios! Quería ser capaz de tomar una sola gota de alcohol—mi voz se rompe—, ¿pero sabes qué? No puedo. La vida es injusta, y tú no puedes venir con tu sonrisa de campeón de futbol a decirme que la vida es hermosa, que tengo tiempo para cumplir mis sueños; te digo por qué, porque no tengo tiempo para hacerlo.
—Marienn...
—¡Ese es mi maldito nombre!
William rompe la sana distancia que manteníamos inconscientemente, se acerca con paso inseguro hasta unir nuestra separación con un abrazo.
—¿Qué haces?
—Te abrazo.
Gabriela se une a nuestro forzado abrazo, mis manos se mantienen pegadas a mi cuerpo, mientras siento como los brazos de Gabriela y William James me rodean amistosamente.
—Gabriela—mi voz sale grave, más grave de lo normal, tanta cercanía me estaba poniendo nerviosa—, suéltame.
Siento como ella se descuelga del forzoso abrazo, y un par de segundos después le sigue William. Antes de alejarse completamente de mí, tiene el gran acto de osadía de besar mi frente castamente.
—No es tu culpa la vida de mierda que te toco, pero lo mínimo que puedes hacer es disfrutarla hasta el último segundo.
Lo miro extrañada, siento como la bocina de un auto me saca de la ensoñación en la que me encontraba, al girar sobre mis talones detallo a mi madre con una gran sonrisa.
—¡Mi niña! —grita a modo de saludo—Te juntaste con nuevos amigos.
Puedo notar como la alegría en su voz se contagia en el pequeño grupo, me dan ganas de rodar los ojos.
—Él es William James—digo señalando al castaño que levanta la mano a modo de saludo y le dedica una sonrisa amigable—y vendrá a cenar con nosotros.