El Último Beso Bajo Las Estrellas

- 5. DE VIAJE EN TU MIRADA -

Despertar nuevamente era la sensación más horripilante del último mes.

Pero, el notar la alegría de mi madre cada vez que abría los ojos me producía una punzada de amargura, ¿Qué pasaría el día en que no sería capaz de abrir los ojos otra vez?

Quiero sacudir esa nefasta idea de mi mente, pero el sonido de las máquinas haciendo bip, era el triste recordatorio de que la posibilidad de que mi salud mejorará era nula.

La bata del hospital y yo ya nos habíamos hecho amigas íntimas, la enfermera, su nombre me parecía precioso, Eva, siempre me traía caramelos de menta para tenerme de buen ánimo.

Las tardes de visita estaba atestadas de preguntas aleatorias de mi madre con William James, que hasta el momento no había faltado ni un solo día en venir a visitarme.

¿La razón?

No tenía ni idea, pero lo empezaba a agradecer.

Cada día traía una historia diferente para leerme antes de dormir, o leerse mientras dormía, además, intercambiaba turnos con mi madre para que no pasara las noches a solas.

Sus conversaciones se limitaban por mis respuestas en monosílabos:

¿Cómo te sientes? Bien.

¿Tienes frío? Sí.

¿Tienes hambre? No.

¿Te gusta Imagine Dragons? Sí.

Pero pese a ello él seguía manteniendo una sonrisa gentil en sus labios y el curioso brillo en sus ojos.

El día de hoy su camisa de Game of thrones hacía juego con sus converses negras, el cabello castaño estaba despeinado y las mejillas estaban encendidas, pequeñas gotas de sudor se deslizaban de su frente.

—¿Te peleaste con un tigre? —susurro con voz ahogada, el frío me impedía hablar bien, mi garganta se resecaba a cada momento.

William James niega, depositando un beso en mi frente, que para su suerte y mi entera desgracia, era el único lugar que no tenía alguna vía conectada que impidiera sus muestras de afecto.

—Se descompuso el autobús donde venía a veinte cuadras de distancia—comienza a decir sentándose dramáticamente en el sillón junto a mi camilla—, espere alrededor de diez minutos y no paso ningún otro, tuve que caminar para llegar a tiempo.

Muerdo mi labio para evitar rodar los ojos como acto reflejo.

—Lamento ocasionar tantas molestias—respondo por fin.

William James levanta la vista y se dedica a observarme un largo rato antes de pronunciar palabra alguna, sus ojos mieles estaba más brillantes, su aura de chico bueno me transmitía paz pese a estar adolorida.

La sangre en sus mejillas poco a poco se había disminuido, y se tomó todo el tiempo del mundo en tomarse su botella con agua de un largo trago.

Finalmente termina ignorando mi respuesta ácida, toma su bolso entre manos y abre con paciencia para extraer algo de su interior, me dedico a observar cada uno de sus movimientos con demasiado interés, y él lo nota.

Termina sacando un pequeño libro algo desgastado y lleno de etiquetas de colores, deja a un costado su mochila y sostiene con orgullo el pequeño tomo, logro leer el título para luego sonreírle.

William James nunca decepcionaba, ni siquiera escogiendo un libro.

—¿En serio has leído El principito tantas veces como para agregar etiquetas en cada frase icónica?

Él asiente sonriente.

—Es un libro icónico, fácil de leer para que te duermas y nunca me cansaría de leerlo. Así que los dos ganamos.

—¿Tú que ganas?

El castaño suelta una carcajada algo timada, sus mejillas vuelven a encenderse, ahora que lo notaba se veía gracioso sentado en el sillón, era demasiado alto que el sillón parecía que se rompería en cualquier momento.

—La satisfacción de que te hice feliz por un instante.

—Es un premio terrible—logro decir.

William James menea la cabeza en señal de desacuerdo ante mis palabras, para él nada parecía perturbarlo.

Quisiera tener esa capacidad.

—Empieza a leerme.

Noto como vuelve a negar, sin quitar su sonrisa infantil del rostro.

—¿Puede decir por favor? —pide divertido.

—Soy una moribunda, no voy a detenerme a decir por favor, no quiero que sea mi última palabra, podría morir hablando—me excuso sacando la lengua en señal de rebeldía.

—Con más razón, pero dudo que sea tu última palabra.

—¿Cuál crees que sería?

Él lo piensa un segundo antes de contestar.

—Quiero que seas mi último beso—responde por fin, satisfecho ante su oración.

Me dedico a mirarlo.

—¿Qué clase de última frase sería esa?

William James me sonríe antes de contestarme.

—La frase que me dirás antes de irte.




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