Una de las cosas que suele suceder en los pacientes con cáncer es el famoso último buen día.
Y para mi desgracia, creo que estaba llegando ese día para mí.
Por lo que el doctor me había explicado, debido a mi caso irreversible habría días en donde podría sentirme invencible, que incluso podría levantarme de la cama y caminar todo el hospital si quisiera, pero, como todo con esta asquerosa enfermedad, mi salud se deteriora aún más.
Hasta que ya no pueda levantarme de la camilla.
También me explico que, por los valores de mis últimos exámenes, ese último buen día estaba más pronto de lo que él quisiera admitir.
La noticia me la dio junto a mi madre, que sostenía mi mano con suma delicadeza, y con William James que estaba lejos de mi cuerpo, apoyado en la pared con el ceño fruncido y mordiéndose el labio.
—¿Sabe exactamente cuanto tiempo es eso? — logro preguntar, hablar me cansaba demasiado.
Incluso respirar.
—Una semana a lo mucho.
Mi madre se derrumba, comienza a llorar hasta formar un escándalo, William James la abraza para tratar de consolarla, pero sabía que no había nada que pudiera consolarla.
Ya no.
El llanto de mi madre rompe mi corazón, el rostro de William James capaz de ocultar sus emociones es la gota que termina por derrumbarme El doctor termina escribiendo alguna información en la carpeta que está en mi camilla y sale de la habitación.
Dejándonos solos.
Pequeñas gotas saladas se escurren de mis ojos, bajando por mis mejillas, el castaño es el primero que lo nota, suelta de sus brazos a mi madre para acercarse hasta la camilla, hasta mí.
—No creas que te dejaré ir tan fácil—susurra besando mis dedos.
Junto a mi madre habían tomado la descabellada idea de pintarme las uñas de un azul eléctrico, cada uno se había puesto en mis costados y habían pintado mis uñas.
Quería responder, pero no era capaz, cierro los ojos dejando que el cansancio me envuelva entre sus brazos.
Lo último que escucho es la voz de mi madre, diciéndome que me amaba, y que estaba bien si quería irme, que siempre sería su niña.
Pese a todo, siempre sería su niña.
Abro los ojos tiempo después, por primera vez desde hace semanas veo dormitar a William James, abrazado a sí mismo, demasiado alto para el sillón de mi costado.
Él era como un recuadro que no encajaba del todo en la pared, pero que comenzaba a alegrarte los días con estar allí.
Bueno, compararlo con un cuadro estaba mal, pero debo atribuir mi falta de imaginación a los analgésicos.
William James se sobresalta cuando escucha que el sonido de las máquinas se empieza alterar levemente, dándole la señal que ya estaba despierta, se talla los ojos y emboza una sonrisa.
Se había cambiado, lo notaba levemente más delgado, pero su sonrisa estaba siempre para mí.
Abro la boca para decir algo, pero el resultado es terrible.
—¿Mi madre? —digo arrastrando las letras con lentitud.
Él se levanta de su asiento y se acerca hasta mí, acaricia mi mejilla generando que yo me sonroje, agradecida del calor que emite su cuerpo.
—No hables, eso te cansa—susurra por lo bajo, generando que yo sonría— quiero hacer algo para hacerte cambiar de humor y te levantes para que me golpees con la almohada ¿me dejas?
Logro asentir.
—Necesito que cierres los ojos, pero no te duermas —comienza a decir —, imagina un enorme cielo estrellado, tan grande como el océano, con muchas estrellas brillantes —toma una gran bocanada de aire, y vuelve a acariciar mi mejilla—. Estamos los dos acostados en una manta de cuadros negros y rojos, admiramos las estrellas y agradecemos lo hermosas que son.
Por un momento deja de hablar, pero evito abrir los ojos.
Su voz era suave cuando habla nuevamente, admiro la visualización de los dos tumbados en aquella manta, sin enfermedad, sin dolor.
—Ahora bien, imagina que en ese momento aparece una estrella fugaz y los dos cerramos los ojos para pedir un deseo. Y luego, al abrirlos, estamos demasiado cerca del otro como para poder sentir el aliento—suspira pesadamente—, me inclino ante ti y te robo tu casto beso, bajo todas las hermosas estrellas.
Abro los ojos con una pequeña sonrisa entre mis labios, la idea no me disgustaba del todo.
—Imbécil—logro decir, antes de cerrar nuevamente los ojos y dejarme llevar por los brazos de Morfeo.