WILLIAM JAMES
Marienn murió en mis brazos en una noche con el cielo estrellado más precioso de todos.
Era de esas noches en donde los signos vitales se disparaban a cada rato, su cuerpo temblaba por el frío que sentía y la cantidad de mantas que tenía encima no lograban calentarla. Su madre había ido a la cafetería por provisiones, Gabriela se había quedado dormida en el sillón y yo acababa de terminar de leerle el principito por enésima vez.
Me acerco hasta ella, con sumo cuidado tomo su mano y empiezo a hablarle como a una niña pequeña.
—Parpadea una vez para sí y dos para no, ¿vale?
Marienn pestañea una vez.
—Bien, me alegro de que tu capacidad cerebral siga intacta, quizás haga un recuadro de tu cerebro.
Podría jurar que ella me había rodado los ojos por mi comentario.
Su piel que en algún momento fue bronceada estaba blanquecina, sus labios habían perdido color alguna, su contextura delgada a este punto era casi inexistente provocando que los pómulos se le marquen demasiado, dándole un aspecto casi fantasmal.
Los tubos que aún le otorgaban vida le salían de varias partes, empezando con el que tenía introducido en la boca seguramente bajando hasta llegar a los pulmones, aunque no lo tenía claro.
Los demás estaban conectados mediante agujas que tenía en los brazos, permitiendo que los medicamentos pasaran por sus vías.
Pero a este punto ya era irreversible.
—Te contaré la vez que soñé que fui a la luna, y no antes de que comiences a debatirme sobre si la luna es realmente un planeta; la respuesta es no.
Ella logra apretar con su dedo uno de los míos, provocando que mi corazón de un salto, dejo de hablar por un momento para detenerme a observarla, pese a su aspecto obvio de un enfermo, seguía siendo bonita.
Marienn era mucho más que la palabra bonita.
Sus ojos brillan más de lo normal, veo como debate entre hablar pero era imposible.
—¿Sabes que estarán bien sin ti?—digo en un susurro.
Estaríamos bien, llevaría tiempo, pero estaríamos bien.
Ella vuelve a apretar mi dedo con mayor fuerza, nos quedamos mirándonos por un largo rato, yo sonreía por ella, yo viviría por ella aunque ella nunca lo supiera.
Y si hay una vida después de esta, quisiera encontrarme con ella para enamorarla.
Para ser felices.
—¿Me dejas abrazarte una vez más? —pregunto, a lo que ella parpadea una vez, otorgándome ese sí que había esperado desde hace tiempo.
Me acomodo lo suficientemente lento como para no lastimarla, o mover algún tubo vital, apoyo su cabeza en mi pecho y puedo ver como una oleada de lágrimas cristalinas cubren su rostro, empapando sus mejillas pálidas.
Deposito un casto beso en su coronilla, puedo notar como el monitor que delata sus signos vitales comienza a bajar peligrosamente, hasta que, simplemente dejo de sonar.
Marienn muere entre mis brazos.
Lo que sucede después es como estar en cámara lenta, los médicos entrar corriendo y me alejan de ella, a lo lejos, casi como un zumbido escucho el grito de su madre, Gabriela golpea a un enfermo para que las dejen pasar.
Su madre me zarandea para luego derrumbarse entre mis brazos, no soy capaz de musitar palabra alguna, las dos mujeres importantes en su vida me abrazan, los sollozos inundan toda la habitación, hasta que el médico da la hora de la muerte, provocando una nueva oleada de llantos desmedidos.
Marienn había muerto y yo ya podía estar en paz.
Todo comienza a parecer una película de antaño, todos dejan de moverse, mi cuerpo emerge del suelo para volverse solo luz, junto a ella, las dos mujeres no me abrazan a mí, se abrazan entre ellas, Marienn no ha muerto entre mis brazos, sino en los de su madre. Todo deja de ser gris para convertirse en color, y los dos siendo astros de luz emergemos hasta perdernos en la inmensidad de las estrellas, siguiendo una vida en donde no existe el dolor, solo la sensación de paz.
Ya no hay enfermedad, ya no hay dolor.
Ya no hay cáncer.