La mansión Leitao, antes un bastión de la opulencia, se había transformado en una fría escena de crimen. El equipo forense llegó con la eficiencia sombría que caracteriza a quienes tratan con la muerte. Luces blancas, cámaras que destellaban y el suave zumbido de los equipos rompían el silencio tenso. Erasmo, metódico, acordonó la zona alrededor del cuerpo de Berta, mientras los técnicos comenzaban a recolectar muestras y a inspeccionar cada rincón. La copa de champán, ahora una pieza clave de evidencia, fue cuidadosamente embalada.
Maura observó el proceso con la mirada clínica de un cirujano. Las primeras hipótesis ya se formulaban en su mente: un veneno potente, de acción rápida. Lo más probable era que Berta lo hubiera ingerido con la bebida. ¿Quién tuvo acceso a la copa? ¿Quién la sirvió?
Con los forenses trabajando, Maura se centró en los "testigos". Agrupó a la familia en el salón principal, un espacio ahora despojado de su alegría, mientras Erasmo se encargaba de asegurarse de que ningún invitado abandonara la propiedad sin ser registrado y de que la policía ya cerraba todas las entradas y salidas de la mansión. El ambiente era espeso, cargado de dolor, miedo y, sobre todo, recelo
–Necesito hablar con cada uno de ustedes– , anunció Maura, su voz firme, cortando cualquier intento de charla o lamento. –Empezaremos con los más cercanos. Señor Ernesto Leitao, señora Freda Leitao, por favor, acompáñenme al estudio de la señora Berta–.
Ernesto, con una palidez que delataba su shock pero con los hombros rectos, siguió a Maura. Freda lo hizo con una sonrisa imperceptible en sus labios, sus ojos ya evaluando el mobiliario de lujo.
En el estudio, un espacio imponente con estanterías llenas de libros y una enorme mesa de caoba, Maura se sentó detrás del escritorio de Berta, un gesto que marcaba su autoridad.
–Señor Leitao, ¿qué relación tenía con su madre?– preguntó Maura, observando cada gesto.
Ernesto dudó un instante. –Era mi madre. La respetaba, por supuesto. Una mujer fuerte, de negocios.– Su tono era frío, pragmático, sin el matiz de dolor que Maura esperaba de un hijo que acababa de perder a su progenitora. –Por supuesto, teníamos nuestras diferencias, como cualquier familia. Pero nada grave.–
–¿Diferencias de qué tipo?– , inquirió Maura.
Freda, que se había mantenido en silencio, intervino con una voz suave pero punzante. –Mi suegra era... controladora. Tenía una mano muy dura en los asuntos de la empresa familiar. Ernesto ha estado intentando modernizar la compañía durante años, pero ella siempre se oponía a cualquier cambio significativo.–
Ernesto asintió, su mandíbula tensa. –Era reacia a soltar las riendas, a pesar de su edad. Yo soy el heredero, y era lógico que asumiera más responsabilidades.–
Maura anotó: control, herencia, ambición.
–Y la relación con su hermana, Abigail, ¿cómo era?–
Ernesto se encogió de hombros. –Abigail siempre fue la preferida de mamá. La 'buena hija'. Siempre sumisa, siempre complaciente. Demasiado ingenua para mi gusto.– Una ligera mueca de desdén cruzó su rostro.
Después de Ernesto y Freda, Maura llamó a Abigail y Bruno. Abigail, aún con los ojos hinchados y el dolor grabado en cada facción, apenas podía hablar.
–Mamá... ella era todo para mí– sollozaba, sostenida por Bruno, quien se mostraba excesivamente atento y solícito.
– Señora Leitao, ¿conocía usted a alguien que pudiera desearle la muerte a su madre?– , preguntó Maura con delicadeza, pero sin rodeos.
Abigail negó con la cabeza, sus lágrimas cayendo.
–No... Mamá tenía sus enemigos en los negocios, pero ¿envenenarla? Es impensable.–
Bruno interrumpió, su voz suave y convincente.
–Detective, mi esposa está destrozada. Berta era una mujer intachable. No creemos que tuviera enemigos personales.–
Maura los observó con una ceja ligeramente alzada. Había algo en la perfección de Bruno que no le cuadraba. –Señor Bruno, ¿cuál era su relación con la señora Berta?–
Bruno sonrió, un gesto que no llegaba a sus ojos.
–Era mi suegra. Una mujer formidable. Siempre apoyé a Abigail en todo, y Berta apreciaba eso–
–¿Y qué hay de Pamela, la hermana de Berta?– , Maura lanzó la pregunta de repente, observando la reacción de Bruno.
Un micro-segundo de tensión cruzó el rostro de Bruno antes de que recuperara su compostura. –Pamela... es la hermana de Berta. ¿Por qué la pregunta?– Su voz era un poco más dura.
–Solo estoy recopilando información de todos los presentes– , Maura respondió con una sonrisa glacial. –Gracias. Pueden volver con los demás.–
Mientras salían, Maura se inclinó hacia Erasmo.
–Bruno está demasiado tranquilo para alguien que acaba de perder a su suegra. Y Pamela... hay algo entre ellos. Investiga su relación a fondo. Y también la situación financiera de Bruno. Mi instinto me dice que es un oportunista.–
La siguiente fue Marcela, la mejor amiga de Berta. Llegó al estudio con un pañuelo de seda y un aire de dolor auténtico. –Berta era mi alma gemela. No sé qué haré sin ella.–
–Señora, ¿sabía si Berta tenía alguna preocupación reciente? ¿Algún problema que la inquietara, personal o financiero?– , preguntó Maura.
Marcela vaciló. –Berta era una mujer con muchos frentes abiertos. Los negocios de la familia, las tensiones con Ernesto, la preocupación por la ingenuidad de Abigail... y últimamente, estaba muy preocupada por Pamela. Decía que su hermana estaba cometiendo errores.–
Maura levantó una ceja. –¿Errores de qué tipo?–
Marcela bajó la voz. –Berta estaba muy enfadada con Pamela por su relación con... alguien. Berta se lo había advertido, pero Pamela la ignoró. Habían tenido una discusión fuerte hace apenas unos días.–
Maura sintió un escalofrío. ¿Una discusión? ¿Por una relación? ¿Y si esa relación fuera con Bruno? La telaraña se hacía más densa.