El estudio de Berta Leitao se había convertido en el epicentro de la investigación. Las sombras se alargaban, proyectadas por la tenue luz de las lámparas, danzando con los secretos que Maura intentaba arrancar a cada miembro de la familia. Después de la reveladora conversación con Marcela, la detective sabía que Pamela y Bruno eran eslabones clave en la cadena de sospechas.
–Señora Pamela Leitao, señor Hernán Ortega– Maura llamó con su voz que no admitía réplica.
Pamela entró al estudio con una actitud desafiante, a pesar de sus ojos rojos y el rastro de rímel corrido. Su marido, Hernán, la seguía con una expresión confundida y ligeramente molesta, como si el incidente solo fuera una interrupción incómoda en su velada.
Maura los invitó a tomar asiento. –Señora Leitao, entiendo que usted y su hermana, Berta, tuvieron una discusión reciente. ¿Podría decirme de qué se trataba?–
Pamela se irguió en la silla, su mandíbula tensa. –Asuntos personales. Cosas de hermanas. Tonterías, en realidad.– Su voz era áspera, defensiva.
–¿Podría ser más específica? He oído que la señora Berta estaba preocupada por una 'relación' suya.– Maura clavó su mirada en Pamela, que palideció.
–¡Eso no tiene nada que ver con esto!– , espetó Pamela, y su voz tembló ligeramente. –Mi vida privada es mía. Berta siempre fue entrometida. Pero eso no significa que yo... ¡Dios mío, era mi hermana!–
Hernán, que había permanecido en silencio, intervino con voz vacilante. –Mi esposa y Berta tenían sus riñas, como todos los hermanos. Pero se querían, a su manera. Pamela no sería capaz de nada así.–
Miró a Maura con una súplica en sus ojos. –Ella es una mujer buena, un poco... despistada, quizás, pero buena.–
–Señor Ortega, ¿dónde estuvo usted exactamente en el momento en que la señora Berta se desplomó?– preguntó Maura, cambiando de tercio para probar la reacción de Hernán.
– Estaba... estaba brindando con el señor Ramírez, de 'Inversiones del Sol"– respondió Hernán, señalando hacia el salón. –Estábamos hablando de negocios, un trato importante.– Parecía aliviado de hablar de algo tan mundano.
Maura tomó nota mental: coartada corroborable. –Y usted, señora Leitao, ¿dónde estaba?–
Pamela se cruzó de brazos. –Estaba en el bar, pidiendo otra bebida. Vi cuando Berta levantó la copa para el brindis. Fue horrible.– Su mirada se desvió por un instante hacia la puerta, como si buscara algo o a alguien.
Maura sintió la tensión entre ellos. La relación con Bruno no se mencionaría fácilmente. Esto va a ser difícil de probar sin más evidencia, pensó.
Después de ellos, Maura decidió hablar con los jóvenes, los nietos de Berta. Los llamó uno a uno. Primero, Paulina, la hija de Abigail. Entró con una actitud de fría elegancia, sus ojos, extrañamente similares a los de Freda, analizaban el estudio.
– Paulina, ¿cómo era tu relación con tu abuela?– preguntó Maura.
–La abuela Berta era... una mujer de respeto– respondió Paulina, sin un atisbo de emoción en su voz. –Siempre me inspiró. Quería ser como ella, tener su imperio, su influencia.–
–¿Y su herencia?– , inquirió Maura directamente.
Paulina no se inmutó. –Ella siempre me dijo que yo sería su digna sucesora. Soy la más apta para continuar su legado. Darío es solo un libro, y Fabricio... bueno, Fabricio es Fabricio.– Había un tono de desdén en su voz cuando mencionó a sus primos. Ambición a flor de piel, pensó Maura.
Luego entró Darío, el nieto "nerd". Sus gafas se deslizaban por la nariz, y su postura era algo encorvada. Parecía más a gusto con los libros que con las personas.
–Darío, ¿viste algo inusual esta noche?– , preguntó Maura con una voz más suave, percibiendo la timidez del muchacho.
Darío jugueteó con el dobladillo de su camisa. –Yo... no lo sé, detective. Estaba leyendo en la biblioteca la mayor parte de la noche. Cuando salí, solo vi a mi abuela caer. Pero... no vi nada extraño.–
–¿Estuviste todo el tiempo en la biblioteca?– , Maura insistió.
–Sí, casi todo el tiempo– respondió Darío. –Solo salí un momento para ir al baño y tomar algo de la mesa de bocadillos. Vi a mi primo Fabricio cerca del bar, hablando con unas chicas. Y a la tía Pamela y el tío Bruno... parecían estar muy cerca, hablando en voz baja.–
Las palabras de Darío hicieron que Maura sintiera un escalofrío. Bingo. –Gracias, Darío. Eso es muy útil.–
Finalmente, Fabricio, el hijo de Ernesto. Entró con una sonrisa perezosa y una arrogancia que chocaba con la situación.
–Fabricio, ¿qué hacías en el momento del incidente?– Maura fue directa.
–¿Yo? Estaba coqueteando con unas señoritas, como siempre– dijo con una risita, como si fuera la cosa más natural del mundo. –La fiesta estaba un poco aburrida, ¿sabe? Los viejos se ponen muy serios. Vi cuando la abuela se desplomó, pero no vi nada raro. Solo... cayó. Creo que no estaba bien de salud.–
Maura lo miró fijamente. –Estuviste cerca del bar, ¿verdad? ¿Viste quién le sirvió la bebida a tu abuela?–
Fabricio se encogió de hombros. –Había tantos camareros. No me fijé. ¿Por qué iba a hacerlo? Estaba ocupado.–
Mientras Maura se quedaba sola en el estudio, procesando la información, Erasmo entró discretamente. –Detective, acabo de hablar con los equipos de seguridad. Las grabaciones de las cámaras de vigilancia están siendo revisadas. También, hemos encontrado una pequeña botella de cristal, vacía y sin etiqueta, escondida detrás de una maceta cerca de la mesa de bebidas donde estaba Berta. La hemos enviado a forenses.–
Una sonrisa sombría cruzó el rostro de Maura.
–Excelente, Erasmo. Esa botella podría ser la clave. Alguien la usó y la descartó rápidamente. Y dime, ¿qué encontraste sobre Bruno y Pamela?–