La mansión Leitao, que antes parecía un monumento a la fortuna, ahora se sentía como una jaula, cada susurro rebotando en sus muros y cada mirada pesando como una sentencia. Maura, con el peso del nuevo testamento en mente, sabía que el rastro del veneno era la clave. Y ese rastro, según las primeras intuiciones, apuntaba a un lugar inusual: el laboratorio de Darío.
–Vamos al sótano, Erasmo– ordenó Maura, la urgencia en su voz. –Quiero ver ese 'laboratorio' de Darío. Y que nadie nos moleste.–
El sótano de la mansión Leitao era vasto y sorprendente. Lejos de ser un oscuro trastero, revelaba el orden y la obsesión de su propietario. Había una sala de vinos climatizada, un pequeño gimnasio y, al fondo, un cuarto más allá, iluminado por luces fluorescentes: el "laboratorio" de Darío.
Al entrar, Maura y Erasmo se encontraron con estanterías llenas de frascos de reactivos etiquetados, vasos de precipitados limpios, tubos de ensayo y una mesa de trabajo inmaculada con un microscopio y varios libros de texto de química y biología. No era un simple pasatiempo de aficionado; parecía el espacio de un estudiante universitario avanzado.
– Impresionante para un 'laboratorio de pasatiempo– comentó Erasmo, silbando bajo. –El chico sabe lo que hace.–
Maura asintió, sus ojos recorriendo cada detalle. No había desorden, nada fuera de lugar. Darío era metódico. –Busca algo fuera de lo común, Erasmo. Algún químico que no debería estar aquí, algún equipo que no sea para experimentos inofensivos.–
Mientras Erasmo revisaba los estantes, Maura se centró en los libros. Había manuales de química orgánica, toxicología forense e incluso algunos tratados sobre la síntesis de compuestos raros. Encontró un libro titulado "La Química de los Venenos" con una página marcada en la sección sobre cianuro. Era una copia vieja, pero el conocimiento estaba allí.
–Detective– dijo Erasmo, su voz tensa. –Mira esto.– Sacó un pequeño frasco, similar en tamaño a la botella encontrada cerca del cuerpo de Berta, pero este contenía una diminuta cantidad de un líquido transparente. La etiqueta, apenas legible, decía "Compuesto Orgánico X".
Maura lo tomó con guantes. –Esto es interesante. Necesitamos analizar esto de inmediato. ¿Es el mismo compuesto que encontramos en la botella del cianuro?–
–Podría ser– , Erasmo frunció el ceño. –Darío no parece el tipo. Es callado, un poco retraído. ¿Un asesino? Parece descabellado.–
–A veces, los más insospechados son los más capaces– replicó Maura, su mirada fija en el frasco. –Y este testamento le da un motivo de influencia, no de dinero directo, pero sí de poder. No lo subestimes.–
Mientras tanto, en el salón, la noticia del testamento había encendido un polvorín.
Pamela estaba furiosa, su ira eclipsando el dolor.
–¡Ernesto! ¡Sabías de esto! ¡Esto es tu obra! ¡Siempre has querido arruinarme!–
Ernesto se rió, un sonido seco. –Pamela, por favor. Mi madre sabía lo que hacía. Tus 'actos de deslealtad y traición' no eran un secreto. Y la empresa necesita una dirección sólida. No un riesgo.– Sus palabras eran dagas.
Freda observaba la escena con una sonrisa apenas perceptible. El plan de su marido estaba dando frutos.
Paulina, por su parte, no podía ocultar su rabia contra Darío. Lo veía sentado, más callado de lo normal, pero con una nueva aura de importancia. –¿Una fundación para Darío? ¡Es ridículo! ¡Yo soy la que tiene la visión para los negocios de la abuela, no él! ¡Él solo es un cerebrito excéntrico!–
Fabricio, que parecía flotar por encima de la situación con su habitual desdén, intervino. –Tranquila, Paulina. Es solo dinero para investigación. No es como si fuera a dirigir la empresa.– Pero en su voz había un matiz de envidia que no pasó desapercibido para Abigail.
Abigail, que había estado cuidando a Bruno, quien se había hundido en un sofá en un estado de casi shock, levantó la mirada. Se sentía atrapada entre el dolor por su madre y la implosión de su familia. Miró a Bruno, luego a Pamela, y una terrible sospecha comenzó a germinar en su corazón. Su marido y su tía... Y ahora, la fortuna. El dolor se mezclaba con la traición.
De vuelta en el sótano, Maura encontró algo más. Escondido bajo una pila de revistas de química, había un cuaderno. No era un diario, sino un libro de notas de laboratorio meticulosamente detallado. Contenía fórmulas, observaciones y, en las últimas páginas, un análisis detallado de... distintos tipos de cianuro. Y una anotación: "Cianuro de Prusia, propiedades específicas. Posible síntesis casera con precursores comunes."
Un escalofrío recorrió a Maura. Cianuro de Prusia. Era otro nombre para el cianuro que se encontraba en la botella. ¿Darío había investigado esto? ¿Lo había sintetizado él mismo?
–Erasmo– Maura le mostró el cuaderno. –Esto cambia las cosas. Darío tiene el conocimiento. Y con el testamento, tiene un motivo para demostrar su 'brillante mente', incluso si no es dinero directo. O quizás, para eliminar a alguien que pudiera oponerse a su nuevo rol.–
Erasmo asintió, su rostro serio. –No podemos descartar a nadie, detective. Pero Darío es un nuevo y fuerte sospechoso. Especialmente si ese 'Compuesto Orgánico X' coincide con el que encontramos en la escena del crimen.–
Maura sintió la complejidad de la situación. La familia Leitao era un nido de víboras, cada uno con su propia ambición y resentimiento. El veneno había expuesto las fisuras, y ahora, el rastro del asesino se perdía y se encontraba entre las sombras de mentes brillantes, ambiciones desmedidas y corazones rotos. El misterio se profundizaba, y la verdad se resistía a ser desvelada...