El amanecer se tiñó de una atmósfera de presagio. La mansión Leitao, antes un símbolo de poder inquebrantable, ahora era un silencioso testigo de su propia caída. Maura sentía que la verdad estaba al alcance de su mano, pero aún no podía ver la cara del asesino con total claridad. La pieza clave, la botella de cianuro con su rastro orgánico inusual, había sido enviada a análisis junto con el "Compuesto Orgánico X" encontrado en el laboratorio de Darío.
El mensaje del laboratorio forense llegó al mediodía. Erasmo se apresuró al estudio de Berta, donde Maura repasaba los perfiles de todos los sospechosos.
–Detective– dijo Erasmo, la voz grave. –Confirmado. El 'Compuesto Orgánico X' del laboratorio de Darío es el mismo que el rastro encontrado en la botella de cianuro. Idéntico.–
Una punzada de certeza recorrió a Maura. Era la prueba tangible que necesitaba. Darío no solo tenía el conocimiento y el medio (su laboratorio), sino que ahora también la evidencia de un compuesto particular que vinculaba su espacio directamente con el veneno.
–Trae a Darío– ordenó Maura con una determinación fría. –Esta vez, será diferente.–
Darío entró en el estudio, sus ojos grandes detrás de las gafas, pero con una nueva tensión en sus hombros. Parecía haber madurado en las últimas horas, la inocencia de antes reemplazada por una cautela palpable.
Maura no le dio rodeos. Puso el informe forense sobre la mesa y luego el cuaderno de Darío abierto en la página del cianuro. –Darío, el 'Compuesto Orgánico X' que encontramos en tu laboratorio, ese que sintetizaste y del que tienes apuntes tan detallados, coincide con el rastro encontrado en el cianuro que mató a tu abuela Berta. Y tu cuaderno explica cómo crear ese tipo específico de cianuro. ¿Tienes algo que decir al respecto?–
Darío palideció, su boca se abrió y se cerró varias veces antes de que pudiera hablar. –Yo... yo no fui. ¡Lo juro! Sí, investigué eso. Por curiosidad. Es una forma compleja de cianuro, y quería entenderla. Pero no la utilicé. No para... no para esto.– Sus manos temblaban.
–¿Entonces cómo llegó ese compuesto a la botella de cianuro, Darío?– , insistió Maura, su voz firme, sin dejarle escapar. –Alguien con tu conocimiento de química lo hizo. ¿Quién más tuvo acceso a tu laboratorio?–
Darío miró al suelo, sus ojos se llenaron de angustia. –Nadie... bueno, casi nadie. A veces, Fabricio viene a que le ayude con sus deberes de química. Y Paulina... ella a veces baja a buscar cosas viejas en el sótano, o a usar el gimnasio.– Hizo una pausa, y su voz bajó a un susurro casi inaudible. –Pero... yo no vi nada. De verdad.–
Maura le permitió procesar la información, observando su reacción. –Darío, este nuevo testamento te da un gran poder. ¿Alguien te presionó para que hicieras esto? ¿Alguien más sabía de tu investigación con este tipo de cianuro?–
Darío levantó la vista, sus ojos un torbellino de emociones. –La abuela Berta... ella estaba muy orgullosa de mi inteligencia. Pero también me decía que necesitaba 'carácter' para dirigir una fundación. Decía que no podía ser tan 'ingenuo'. Y Paulina... ella se burlaba de mí, de mis experimentos. Decía que yo era un 'nerd inútil' y que nunca sería tan importante como ella o Fabricio en la empresa.–.
El rencor subyacente en la voz de Darío no pasó desapercibido para Maura. La envidia de Paulina, el desdén de Fabricio, la presión de Berta... todo podía ser un detonante.
Mientras tanto, en el salón, la tensión entre los demás miembros de la familia era insoportable.
Ernesto y Freda parecían aliviados de que la atención se centrara en Darío, pero Maura no había terminado con ellos. Los había visto susurrar y mirarse de forma sospechosa.
Abigail, por su parte, había recuperado algo de compostura. Había estado observando a Bruno y Pamela. Se había acercado a Pamela y le había susurrado algo en el oído. Pamela había retrocedido, con una expresión de horror. Algo había cambiado en Abigail. La inocencia había sido reemplazada por una fría determinación.
Maura, sintiendo que la red se apretaba, decidió lanzar otra bomba. –Señor Fabricio Leitao, su madre me ha informado que usted a veces pedía ayuda a Darío con sus deberes de química. ¿Es cierto?–
Fabricio, que había estado intentando parecer desinteresado, se puso rígido. –Sí, a veces. Darío es bueno con los números y esas cosas.–
–¿Y alguna vez te interesaste por sus experimentos más... avanzados?– , preguntó Maura. –Por ejemplo, el cianuro.–
Fabricio se puso a la defensiva. –¡No! ¡Claro que no! ¿Para qué querría yo saber de venenos? ¡Yo solo quiero disfrutar de la vida!–. Pero su voz era un poco más aguda de lo normal, y sus ojos se desviaron.
Maura recordó la coartada de Fabricio: coqueteando en el bar. Y su posición, justo al lado de la mesa de bebidas. Él era un beneficiario directo del nuevo testamento, y el tipo de persona que se creía por encima de las reglas.
Y luego estaba Paulina. Su envidia hacia Darío era clara. Si bien no se beneficiaba monetariamente del nuevo testamento, la idea de que Darío, a quien consideraba inferior, obtuviera una posición de prestigio podría ser un motivo potente para alguien tan ambiciosa.
Maura sintió que la pieza final estaba a punto de caer en su lugar. Todos tenían un motivo, todos estaban conectados de alguna manera con el veneno o el testamento. Pero la verdad, como el cianuro, era rápida y cruel. Estaba a punto de desenmascarar al verdadero culpable...