Grababa en mi mente cada momento y cada detalle de aquel día como si mi vida dependiera de aquel recuerdo. Los claveles rojos que decoraban el pasillo, las polaroids colgadas en la entrada del lugar, las veladoras que formaban parte de la nítida iluminación junto con las luces que estaban delicadamente colgadas de árbol a árbol como si todo fuera parte de un cuento de hadas, el arco de flores, las sillas de madera de los invitados haciendo juego con el lugar rústico, el pasillo claramente marcado y despejado de forma natural y elegante, las ramas de los árboles de mina con flores blancas cayendo como lluvia, haciendo parecer que era un invierno perfecto dentro del verano, y él, entrando con una gran sonrisa, la misma que hace tres años atrás me había enamorado.
Por un momento pensé que no llegaría, pero ahí estaba, con su traje negro y un clavel verde sobresaliendo en la bolsa de su saco, sus manos aun a distancia se notaban temblorosas pero su paso era firme. Mi respiración se detuvo tal cual como lo había hecho hace un lapso de tiempo atrás, cuando pensaba que no iba a llegar, pero ahora estaba aquí, cumpliendo con su palabra y mostrando todo su amor.
Su cabello rizado y barba castaña destacaban sus hermosos ojos cafés en los que me gustaba sumergirme, también le ayudaban a definir sus facciones y a tener un brillo peculiar que con solo mirarlo podía hacer que me estremeciera. Nuestras miradas se cruzaron y un batallón disparó todas su armas dentro de mí, la guerra había comenzado, cada paso que daba marcaba la pérdida de dicha guerra, ¿sufriría solo yo las consecuencias o también él? No quería perder el contacto visual, me había costado meses el poder mantenerle la mirada sin tener un ataque de nervios, para evitar que mis manos temblaran y que mi corazón estuviera al borde de una explosión con tenerlo cerca de mí, el contacto con su piel era letal, una droga que mi piel se acostumbro a necesitar, desprendiendo un aroma tan peculiar que jamás en toda mi existencia podría olvidar.
Al ponerle más atención, me percate de que su camisa blanca era similar a la mía del día que nos conocimos. Una noche, en la fiesta de un amigo que teníamos en común que con el pasar de los años se ha convertido en un completo desconocido. Tomábamos un vino rosado que por su sabor desagradable se podía saber que era barato, pero que nos servía para así poder sobrellevar la situación de la primera impresión, tomando fotos horribles que no volvería a ver en mi vida, entre sonrisas forzadas y conversaciones banales fuimos a su departamento, me mostró y tocamos casi todos los vinilos empolvados que tenía, prendimos un incienso de canela y la noche se tornó personal, creando nuestras propias bromas locales y yo, riendo como nunca antes lo había hecho en mi vida.
En un tiempo récord llegue a tomarle la confianza de un amigo íntimo, con el que podría parecer que llevo años hablando y frecuentando, en ese momento él ya no era un desconocido de hace tres segundos. Bailamos descalzos al sonido de una canción de jazz que yo no conocía, pero que él tuvo la delicadeza de explicarme la expresión que había detrás de ella, el cómo cada instrumento funcionaba dentro de la melodía, el como estando todos juntos podía armar una obra maestra, y lo que el intérprete intentaba transmitir, no entendí nada, pero la forma en que me contó todo hizo que me conmoviera, y que casi llegará al éxtasis en el que estaba al escuchar cada nota de aquella canción.
Nos seguimos riendo hasta quedarnos sin aliento, recuerdo cómo por eso manchó mi camisa con un nuevo vino que habíamos pedido, pero eso no importo, en ese momento no era consciente que esa mancha color borgoña se haría indeleble como su amor, me beso y la sangre no tardó en pintar mis mejillas de un profundo color escarlata. Cansados miramos al cielo a través de su ventana y el cielo tenía un color granate marcando el inicio de un nuevo día, habíamos perdido el tiempo y desde ese entonces lo empecé a ver todos los días.
Tengo que admitir que esa noche fue la culpable de que lo eligiera a él sobre todas las personas que había en mi vida, tenía algo que no podía encontrar en los demás, era el único que podía hacer que mis mejillas se sonrojaron con una gran intensidad que parecía que el color escarlata era mi tono natural de piel, pero eso solo era cada vez que se encontraba cerca de mí, también empecé a esconder mis clavículas ya que en ellas se encontraban las marcas que él dejaba en mi después de que vaciáramos nuestro amor en el otro, sus labios se convirtieron en mi hogar y no me molesto el llamarlos de esa forma, sus caricias cargaban toda mi vitalidad y las noches se volvieron cómplices de nuestro amor ilícito porque no queríamos que nadie se enterará de él, queríamos que ese pequeño cuento en el que ambos nos encontrábamos durará para siempre, formamos nuestra propia fortaleza y nos protegíamos en ella del exterior.
Alejábamos nuestros miedos y los malos presentimientos, permitiéndonos respirar y sentir que la ansiedad abandonaba nuestros cuerpos, aunque una pequeña dosis de ella se quedaba en nuestro pecho, sintiendo como a veces nos robaba la respiración, pero culpabamos a la adrenalina por ello, decíamos que aquello duraría para siempre, una pasión que jamás se apagaría.
Cada vez que miraba sus ojos era como ver los platillos voladores de otro planeta que me hacían escribirle poemas como Dickinson y generando una costumbre empedernida de darle cartas como Wilde lo hizo en su momento, declarando el amor y los sentidos que había desatado en mí.
Estar con él era como estar en caída libre, no sabía que en algún punto ese sentimiento cambiaría a uno en el que no le encontraba sentido a todo lo que hacíamos, ¿por qué seguíamos así? Yo lo mantenía como un sacramento y el me dejaba como un simple secreto, la caída libre se transformó a como cuando manejas hacía una calle sin salida, estando tras las mismas malditas situaciones y soltando todas nuestras inseguridades.
No sé en qué momento nos perdimos, tal vez fue la noche de su traición en la que tuvo mi cabeza entre sus manos llorando, besándome con el descaro que tuvo Judas al momento de entregar a Jesús, y yo queriéndolo perdonar, ¿cómo habíamos llegado a ese punto? Tal vez fue antes, cuando el vernos a escondidas resultó cansado y agotador, cuando los lugares en los que solíamos ocultarnos ya no eran seguros o cuándo su departamento ya no era tan inmenso como solía aparentar y ahora me sofocaba hasta el punto de sentir que me moría, quería más, pero él no podía dármelo, esperaba pacientemente, pero aun y estando entre una multitud él no podría reconocerme, mi angustia se desataba cuando salía a fumar con sus amigos, sabía que la llama azul que destilaba nuestro agonizante amor en aquel momento se estaba asfixiando.
El soñaba con irse de esta puta ciudad y yo no era la persona correcta como para hacer que se quedará, ojalá pudiera hacerlo, pero aun y cuando le arrancará todos los pétalos a cada una de las flores que sembramos juntos, siempre saldría el que no me ama, así que era mejor dejarlas morir de sed a torturarlas por un orgullo lleno de esperanza. Estábamos perdidos, acudiamos solos a las matiné de los lunes y en la oscuridad ya no había roces de manos, ni besos pequeños para no perdernos de la trama, su traición había quedado marcada en mí, haciendo que mi corazón se sintiera de cierta forma incompleto, con una duda sembrada siempre en mi interior, pensando en cuándo lo volverá a hacer, ¿su sonrisa es sincera o solo la muestra para ocultar la nueva traición que aún no descubro?.
Pero cuando amas a alguien te ciegas, así que no dude en perdonarlo cuando en mi cumpleaños apareció en la puerta de mi casa, con un ramo de claveles rojos que él había confundido con rosas, que ironía que ahora esas mismas estén decorando el pasillo por el que camina, ¿se habrá confundido patria vez? su arrepentimiento lucía puro, sus ojos que me abrían una ventana a su alma, me suplicaban perdón, lo hice, aunque aun la cicatriz estuviera abierta y doliera, pero el era el amor de mi vida y nunca lo podría negar, y las cosas resultaron como terminaron ahora, él, en un pasillo natural decorado de una forma preciosa, caminando a jurar amor eterno, a dar esos votos sagrados que ante Dios se espera que nunca se rompan, sus pies rozaban las pocas hojas que quedaban en el pasillos, haciéndolas crujir y quebrarse, tal y como mi corazón lo había hecho antes.
Con cada paso que él daba sentía que yo entraba en un paro cardíaco, la música junto con el coro sonaban tan lejanos que si la escena fuera vista en mi cabeza pensarían que es de una película, algo que tal vez estoy imaginando y no la vida real. Después de tanto tiempo, de tantas peleas en persona y por telefono, de estar alejados por kilometros debido a las ciudades a las que decidimos correr para refugiarnos de los estragos de nuestro amor, una tan llena de calor que sofocaba como los actos deplorables que él había cometido, y otra tan abundante de personas que podría ser fácil olvidarme. Pero después de todo, después de haber quemado nuestras cartas y regalarnos nuevas, incluso después crear nuevos sueños sobre los rotos, todo eso terminaba aquí, con él listo para comprometerse de por vida, algo que por años había estado buscando.
Recuerdo cuando en nuestras pláticas nocturnas mirando a la luna le suplicaba que la relación diera ese paso, recuerdo como él se reía y me decía que no creía en eso, ahora yo me rió al respecto porque al final de cuentas terminó cayendo en lo que juro que nunca haría, ¿qué pensaría su yo de hace unos años atrás? ¿Se estará riendo de él o mirará aquella escena horrorizado rezando porque salga corriendo arrepentido? Creo saber la respuesta y por eso mismo río a mis adentros, sé que sus latidos son iguales a los míos, no lo puede negar, con solo mirarlo lo puedo notar.
Los problemas y días de llanto terminaban aquí, porque él estaba listo para hacerlo, me agitaba de solo pensar en el beso que sella la promesa sagrada, ¿sería largo? ¿sería corto? ¿qué pensaría su familia de verlo por primera vez el mostrar ese tipo de afecto? No lo sabía, solo era consciente de su existencia y de cuánto lo quería. Mi amor por él era incondicional, moriría por él en secreto, arruinaría mi existencia miles de veces a costa de su felicidad, condenaría mi alma más de lo que ya está con tal de que el estuviera a salvo, haría un pacto con Mefistófeles generando mi tragedia eterna, porque que no era una vida sino era con él, mi alma no valía nada si no podía tener sus caricias y palabras de afecto, las piezas de los rompecabezas no harían sentido, el camino a casa se volvería tedioso y las habitaciones se encontrarían embrujadas.
No quería una vida sino era con él, porque preferiría estar lejos del océano que de sus dulces sonrisas, la ciudad ardería ante su pérdida, se convertiría en una ciudad fantasma con señales sin sentido. El verlo aquí me daba esperanza a esa felicidad que buscaba para él, nunca antes lo había visto así de contento, con sus mejillas sonrojadas y su sonrisa más brillante que antes, más brillante que el día en el que nos conocimos, más acogedora que este día de verano en el que estábamos.
Lo vi todo muy bien, él llegó al final del altar, tomó su mano y juntos escucharon al sacerdote impartir la misa que también podría ser mi funeral de una muerte desdichada, lo estaba viendo en vida, con mi cuerpo presente, pálido y frío sin poder generar calor propio, apreciando como cada palabra de sus votos se encajaban como dagas en mi espalda, me había vuelto a traicionar y yo estaba aquí dándole un cierre que me dolía tanto. Para él era importante que yo estuviera presente, volvió a ser negligente con mis sentimientos, no importaba si yo lo resentía, sabía que iba a aceptar, porque tal vez no mentía cuando menciono que yo era una de las personas que más amaba y requería en uno de sus días más importantes.
Intentaba odiarlo, pero solo lograba odiarme a mi mismo por seguir amándolo, por creer que una droga sería suficiente para calmar mis sentimientos y mi dolor por algunos momentos, que agonía en la que vivía, otra tragedia amorosa que a nadie le importaba, mi figura taciturna podía destacar dentro de aquel lugar, donde las flores representaban la vida a la que había renunciado al momento que decidí rendirme y ceder, el ya no iba a ser mío, nunca más lo podríamos intentar y todo aquello que me hubiera gustado decirle quedaría atrapado en mi garganta, desgarrandome como púas, haciéndome sangrar por dentro, trayendo la muerte de mis esperanzas, la podía sentir caminar en aquella boda, también pisaba los pétalos, rozaba los troncos de los árboles, susurraba entre las ramas y sus palabras llegaban a mi por medio del viento, estaba ahí, mirándome desde el altar mientras mi amado tomaba a alguien más.
Vi como él contemplaba sus labios color granate como el cielo que admiramos una vez los dos al amanecer, sus palabras salían suaves y melodiosas y no golpeadas y secas como lo hacían conmigo, en ambos sus sonrisa brillaba más que la luz del sol y cuando se besaron la última daga se clavó en mi corazón, gritos y vítores se escucharon a lo largo del jardín, ¿acaso celebraban mi muerte? Se tomaron de la mano y caminaron con regocijo, esparciendo amor a todos menos a mi, solo me daban miseria, por dentro me preguntaba si él lloraría si me iba, ¿aún era importante para él o solo volvió a disfrazar palabras vacías? Si gritaba no me escucharía aunque produjera eco, no me seguiría si me viera partir en la dirección contraria.
Intenté sobrellevar la fiesta, verlo bailar nuestra canción me aniquiló, ¿por qué tenía que hacer eso? ¿Acaso me quería muerto? el beber el vino de mi mesa no me calmo, recordar nuestras largas noches entrelazados me convirtió en un fantasma, no podía convivir con los invitados sin ser grosero, la decoración a pesar de seguir siendo preciosa aun cuando oscureció por completo, me producía aberración, mi amargura era contagiosa y lo podía ver en la cara de las personas que estaban sentadas conmigo, mi miraban con disgusto, pero ¿qué sabían ellos si aún no tenían la pérdida de su vida?.
Decidí partir de la fiesta temprano y dirigirme a mi cabaña que me había sido asignada como invitado del evento, ahí iba a darle fin a todo, saque de mi coche una soga, pero antes de entrar vi otro camino despejado que llamó mi atención, ebrio y poco consciente de lo que pasaba a mi alrededor lo exploré, y este me llevo a un hermoso lago, que transmitía una paz que había perdido ya hace tiempo, ahí me permití llorar por última vez, mis lágrimas rebotaban en los bordes del lago, ahí quedaría marcada mi pena y agonía, ojala que el agua fuera suficiente para purificarme y sentirme limpio de nuevo, pero no lo iba a lograr, ya no había lugar al cual ir, ya no sabía qué hacer.
Mi estómago estaba vacío, todos mis órganos me habían abandonado dejándome solo con las piezas de mi corazón que poco a poco se desvanecían. También me permití gritarle a la luna mi perdida, quería reunirme con ella, ser una estrella a su lado y ser admirado por él, llamar de nuevo su atención de alguna manera, aunque ella acaparará toda su atención, quería hacerle saber que siempre sería suyo aunque se arrepintiera de todo lo que alguna vez tuvimos, porque sus palabras martilleaban mi cabeza, no podía dejar de escuchar el "nunca debimos ser más que amigos. Fue un error" nunca fuimos un error, él lo sabía pero nunca lo quiso admitir.
Entre sollozos y espasmos, hice un lazo corredizo a la cuerda que llevaba conmigo, me aseguré de que la última carta que no me atrevía a quemar siguiera en mi bolsillo y que nuestra última polaroid también estuviera ahí. Inspeccione de que en verdad llevará mi camisa blanca con esa mancha borgoña que parecía aún fresca a pesar del tiempo que ya había pasado, porque nunca la pude quitar, al igual que su amor. Até la cuerda con el lazo a una de las ramas de un árbol que se encontraba justo al lado del lago, y acto seguido arrastré una piedra lo suficientemente grande para que yo pudiera subirme en ella y alcanzar el lazo, todo estaba listo. Respiré ese aire puro por última vez, pensé de nuevo las circunstancias y esto me parecía lo más adecuado, no podía seguir mi vida con normalidad después de este día, ya había sido por mucho tiempo una montaña rusa y me acababa de encontrar en una calle sin salida.
Subí a la roca y noté que mis piernas temblaban, supongo que era normal ante la situación, pero no me arrepentía ni un poco de mi decisión, había perdido y no iba a sanar, el ya no estaría a mi lado y no estaba dispuesto a seguir siendo un secreto, el mundo había sido abusivo con mi alma, no podía amar a alguien más que no fuera él.
Pasé la soga por mi cuello, mis lágrimas seguían brotando sin piedad, el sonido de los grillos era tranquilizador y la luna se había convertido en un buen reflector para mi escena final, no había más que decirle porque nada lo detuvo, así que nada lo haría conmigo tampoco, me había dejado vacío y sin sentido, navegando en un mar completamente desconocido y sin suplementos para sobrevivir, así que lo mejor era hundirlo, acabar con la agonía, mi cuerpo se mantenía de pie pero mi alma ya había partido.
Una vez decidido contemple el bello paisaje que tenía enfrente, el lago brillando como en una película gracias a la luna, los árboles moviendo sus ramas con delicadeza, era la muerte susurrandome de nuevo, aclamaba mi presencia junto a ella y yo ya no se lo iba a negar, tomaría su mano sin protestar y producir queja alguna, había tenido suficiente.
Ya no pertenecía aquí, ya no era dueño de sus brazos, los labios de otra persona se habían convertido en su hogar abandonando los míos, sus caricias ardían por todo mi cuerpo, sus mentiras no dejaban de sonar como eco en mi cabeza, nunca supe como seguir adelante y él no fue un buen instructor yendo y regresando una y otra vez.
La decisión estaba hecha, sujetando con una mano temblorosa la cuerda, me eleve y con mis pies avente la piedra a un lado, me solté de la cuerda y mi cuerpo quedó sin más esfuerzo suspendido, pude sentir como intentaba dar ese último aliento, de forma inconsciente trate de que mis pulmones lucharán por mi vida pero no sobreviviría a esto, ¿Acaso el lloraría ahora que he partido de verdad? Ya no sentía nada.
La muerte apareció ante mí, tomó mi mano como él lo había hecho alguna vez, y su tacto frío hizo que me estremeciera, volamos alto por el cielo oscuro, y a mis pies pude ver la fiesta que aún seguía, tan iluminada como si fuera de día, y él, cargando a la novia mientras daban vueltas, todos a su alrededor aplaudían y los ovacionaban, ¿así sería al día siguiente que me encontrarán? ¿Permanecería esa felicidad? Dejamos la fiesta atrás y nos adentramos más en la oscuridad de la noche, dirigiéndonos a la luna y las estrellas.