El Último Conjuro.

5-El Último Conjuro.

Charlotte

No puedo quitar la vista de Gabriel. Me es imposible creer lo que acaba de decir. Al principio pienso que solo es una cruel broma, pero pronto me doy cuenta de que no es el caso y me enfado.

—¿¡Por qué carajos dices eso!? ¿¡Desde cuándo eres tan cruel!? ¡Creí que eras mi amigo!

—¡Y lo soy! Es por eso que te lo estoy diciendo. Jamás te mentiría y menos para lastimarte. Pregúntale a tu tía y ella te lo confirmará.

—¿Tía?

Ella me mira con sus profundos ojos negros y me da la impresión de que está viendo más allá de mí. Está buscando algo en mi interior, algo que al parecer logra encontrar, pero no sé qué puede ser.

—Charlotte, cariño, sabes tan bien como yo que Gabriel jamás te mentiría. Él está diciendo la verdad. Todo sería más fácil de explicar si tan solo aceptaras la idea de que en realidad tú eres una bruja, al igual que tu madre y yo.

—Pero, es que eso es imposible. Sí, admito que la gente de la ciudad acude a ti en busca de consejos, o para que les leas la fortuna y les tires las cartas. También acudían a mamá, cuando aún estaba cuerda, pidiéndole pociones para enamorar, curar y demás; incluso les piden para hablar con sus seres en el más allá y eso lo puedo aceptar. Cualquiera puede fingir esas cosas, pero…

—Incluso después de lo que pasó esta noche y que, por cierto, tú misma provocaste, ¿aún te niegas a ver la verdad?

—Sí, me niego; lo hago porque si acepto la idea de que mi familia en realidad es un aquelarre de brujas, entonces también estoy aceptando la idea de que un día estaré igual de desquiciada que mi madre.

Mi tía golpeó la palma de su mano contra el posa brazos del sofá y en su mirada vi el enojo incluso antes de que hablara de nuevo.

—¿Acaso sabes por qué tu madre es así?

—No.

—Es culpa de Aines, tu abuela. Ella utilizó la magia incorrecta, desafió a los espíritus y se hizo de un libro con magia prohibida. Todo en su intento por devolverle la vida a un hombre que, incluso en vida, solo sirvió como un escollo. El enojo de los espíritus fue tal que exigieron un pago a cambio de su ofensa, y el precio fue la cordura de tu pobre madre.

—¿Qué?

—Sí, Charlotte, debes entender que cuando una bruja desafía las normas y mandamientos de los espíritus, estos siempre exigirán un precio a pagar y no será la persona que los ofendió quien lo pagará, sino aquel ser más importante para el pecador.

Sentí cómo se me revolvía el estómago y la cabeza me daba vueltas con un pésimo presentimiento. Solo podía rezar para que el libro utilizado en el cementerio no fuera el mismo que mi abuela había usado entonces.

—Dorothy —Gabriel leyó mis pensamientos y comenzó a hacer la pregunta crucial—, ¿cuál era el libro?

Ella lo miró seria, buscando en él la respuesta, pero estaba buscando en los ojos incorrectos; era en los míos donde debía buscar la culpa.

—No creo que lo conozcan. Es un libro del cual solo existen tres copias en el mundo y una de ellas se quemó el día que Aines recobró la conciencia. Ver lo que le había causado a su hija la hizo despertar al fin y decidió quemar el maldito libro. Así que ahora solo existen dos copias y están bajo la protección de los dos aquelarres lunares, pero se trata de un viejo libro con una funda de cuero que lo protege. Todos son iguales.

—Tía —mis palabras fueron titubeantes por miedo y busqué apoyo en los ojos de Gabriel, y por supuesto, él estaba ahí. Siempre lo estaba—. No creo que Aines haya quemado el libro. Yo creo que eso es lo que les hizo creer a ustedes, pero en su lugar lo conservó. Hace rato preguntaste qué ritual utilicé para tratar de contactar a Victor. Bien, su nombre es: El Último Conjuro. Y pertenece a este libro.

Con dedos temblorosos, saqué el libro de mi mochila y se lo mostré a Dorothy. Sus ojos se agrandaron desmesuradamente y su mano temblaba de miedo cuando la estiró para palpar la tapa del dichoso libro. Pero antes de alcanzarlo, se retiró abruptamente hacia atrás, como si se hubiera quemado. Entonces, me miró directamente a los ojos y vi la decepción, el miedo y el horror reflejados en ellos.

—¿Pero qué has hecho?




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