El Último Conjuro.

8-El maestro y la princesa de la oscuridad.

En algún lugar de Nueva Orleans.

La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz azulada de las pantallas de los ordenadores. Un grupo de personas se encontraba frente a sus dispositivos, sus rostros reflejando la luz parpadeante de una video llamada. La atmósfera era tensa, cargada de una sensación de inminente peligro que ninguno de ellos podía identificar.

En la pantalla, una figura oscura comenzó a materializarse. Azazel, el demonio, se reveló lentamente, su presencia llenando la habitación con una energía opresiva. Sus ojos, dos pozos de oscuridad infinita, se fijaron en cada uno de los participantes de la llamada. Un silencio mortal se apoderó del lugar.

De repente, las luces de las pantallas comenzaron a parpadear violentamente. Los rostros de las personas se contorsionaron en expresiones de terror absoluto. Azazel extendió una mano espectral hacia la cámara, y un viento helado recorrió la habitación. Los gritos de las víctimas resonaron en el aire, pero no había nadie que pudiera escucharlos.

Uno a uno, los cuerpos de las personas comenzaron a desplomarse, sus almas siendo arrancadas de sus cuerpos con una fuerza brutal. Las almas, ahora atrapadas en un torbellino de energía oscura, fueron absorbidas por Azazel, quien las devoró con una voracidad insaciable. El horror en los rostros de las víctimas quedó grabado en la pantalla, una imagen de pesadilla que se desvaneció lentamente.

Cuando el último grito se apagó, la figura de Azazel se volvió más sólida, más poderosa. En ese momento, una puerta al fondo de la habitación se abrió, y un hombre joven y atractivo entró con una sonrisa satisfecha en el rostro.

—Bien hecho, Azazel —dijo el hombre, su voz suave pero cargada de autoridad.

Azazel se inclinó ligeramente, mostrando una deferencia inusual para un ser de su naturaleza. —Gracias, maestro. Las almas de estos mortales han fortalecido mi poder.

El hombre se acercó, sus ojos brillando con una mezcla de ambición y deseo. —Pronto, cuando estés lo suficientemente satisfecho, me otorgarás el control total de tus poderes.

Azazel asintió, sus ojos oscuros reflejando una lealtad siniestra. —Así será, maestro. Pero hay algo más que debemos discutir.

—¿Qué es? —preguntó el hombre, su interés despertado.

—Nuestra princesa de la oscuridad —respondió Azazel, con una sonrisa maliciosa. —Charlotte. Ella tiene un poder inmenso, y cuando llegue el momento, gobernará a mi lado.

El hombre asintió, su expresión se suavizó al pensar en Charlotte. —Sí, ella será mi reina. Juntos, dominaremos este mundo y el siguiente.

En ese momento, una figura anciana apareció en la puerta. Aine, la abuela de Charlotte, entró en la habitación con una mirada de aprobación.

—La pequeña bruja ya está en la edad madura para liberar todo su potencial mágico —dijo Aine, su voz resonando con una autoridad ancestral. —Pronto, ella comprenderá su verdadero destino.

El hombre sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de amor y ambición. —Entonces, todo está en su lugar. Pronto, Charlotte se unirá a nosotros y juntos, seremos imparables.

Azazel, el hombre y Aine intercambiaron miradas de complicidad, sabiendo que el destino de Charlotte estaba sellado. La oscuridad se cernía sobre ellos, prometiendo un futuro de poder y terror.




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