Charlotte.
El cementerio de San Gabriel en Nueva Orleans estaba envuelto en una niebla espesa y fría. Cada paso que daba resonaba en el silencio de la noche, y el aire estaba cargado de una energía oscura y opresiva. Sentía el corazón latir con fuerza en mi pecho mientras avanzaba, sabiendo que me dirigía hacia una confrontación inevitable.
De repente, lo vi. Azazel, el demonio, se alzaba ante mí. Su apariencia era exorbitante y horrorosa, una amalgama de sombras y fuego. Sus ojos eran pozos negros de maldad pura, y su sonrisa revelaba colmillos afilados como cuchillas. Su presencia era tan abrumadora que me costaba respirar, y un miedo helado se apoderó de mí.
—Charlotte… —su voz resonó como un trueno, profunda y amenazante.
Comenzó a acecharme, moviéndose con una gracia siniestra. Intenté retroceder, pero mis pies parecían pegados al suelo. Justo cuando creía que todo estaba perdido, apareció mi abuela Aine, pero en lugar de ayudarme, se colocó al lado de Azazel, reverenciando su presencia.
—Abuela, ¿qué estás haciendo? —grité, la confusión y el dolor desgarrándome por dentro.
—Estoy donde debo estar, Charlotte —respondió Aine, su voz fría y distante. —Azazel es nuestro aliado.
El terror me invadió al ver a mi propia abuela aliarse con el demonio. En ese momento, una figura emergió de las sombras. Mi corazón se detuvo al reconocerlo.
—¡Víctor! —exclamé, la sorpresa y la incredulidad mezclándose en mi voz. —¡Estás vivo!
Víctor sonrió, una sonrisa fría y calculadora. —Sí, Charlotte. No morí en el incendio, cuánto lamento haberte engañado.
—¿Cómo pudiste? —pregunté, la traición desgarrándome por dentro.
Aine interrumpió, su voz llena de una calma inquietante. —Charlotte, el libro de rituales apareció ante ti porque estás en la edad donde tu magia madura completamente. Eres joven y puedes realizar el ritual sin esfuerzo alguno, a diferencia de mi por supuesto.
Poco me importaba lo que decía mi abuela, solo quería saber porque Victor me había engañado.
—¿Qué es lo que quieres de mí, Víctor? —pregunté, mi voz temblando de rabia y dolor.
—Eres mi princesa —respondió Víctor, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y ambición. —Quiero que gobiernes a mi lado. Juntos, dominaremos el mundo.
—¡Nunca! —respondí con firmeza. —Te amé, Víctor, pero ese amor se extinguió.
La ira se apoderó de él, y su voz se volvió un grito eufórico y enojado. —¿Es porque hay otro hombre?
Dudé, pero no respondí. Justo en ese momento, Víctor me sujetó fuertemente del brazo, obligándome a dirigirme a un altar que hasta ese momento no había visto. Su agarre era doloroso, y el miedo me paralizaba.
—¡Charlotte! —una voz familiar rompió el silencio. Era Gabriel, su respiración agitada y su mirada encendida con cólera hacia Víctor.
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Editado: 29.10.2024