Llanura de las Cenizas Rotas – territorio neutral entre Terra e Ignis, siete días después de Puerto Sombrío
El cielo estaba partido en dos: al oeste nubes de tormenta verde; al este, un resplandor naranja que no era sol.
En el centro, un círculo de tierra quemada y agrietada de un kilómetro de diámetro.
Ningún ejército cruzaba la línea invisible; solo dos hombres.
Garen de Terra, Señor de la Raíz Inquebrantable, avanzó desde el norte.
Armadura viva de corteza y metal, cada paso hacía brotar hierba que se marchitaba al instante por el calor del suelo.
En su brazo izquierdo: el Escudo de la Eternidad, un disco de piedra ancestral tan antiguo como Elysara misma, grabado con runas que brillaban como raíces de luz.
Kaelen de Ignis llegó desde el sur, descalzo sobre lava solidificada que aún humeaba.
Su torso desnudo mostraba cicatrices de fuego; en la mano derecha cargaba el Martillo de la Ira Fundida, arma divina forjada en el corazón de un volcán muerto, cabeza de magma cristalizado que goteaba fuego líquido.
Heraldo neutral
(voz amplificada por cristales flotantes, resonando en toda la llanura)
—¡Por desafío público tras la afrenta de Puerto Sombrío!
¡Garen de Terra contra Kaelen de Ignis!
¡Un solo combate! ¡Sin cuartel hasta que uno ceda… o caiga!
Garen
(voz profunda como terremoto)
—Kaelen. Tu fuego ha quemado suficiente tierra inocente.
Hoy tu martillo se rompe… o tu orgullo.
Kaelen
(ríe, llamas bailando en sus ojos)
—Palabras de árbol viejo.
Ven, raíz podrida.
Te enseñaré lo que pasa cuando la tierra se atreve a desafiar al volcán.
El Escudo de la Eternidad se alzó.
El Martillo de la Ira Fundida se cargó de llamas.
En los bordes del círculo, miles de ojos —soldados de Terra, berserkers de Ignis, observadores neutrales— contuvieron el aliento.
Desde una colina lejana, Elara y Riven observaban a través de un visor lumínico.
Elara
(susurro tenso)
—Armas divinas…
Si una de ellas se descontrola, no quedará llanura que contar la historia.
Riven
(apretando su hombro)
—Y si una gana limpiamente, la guerra se inclinara para siempre.
Por eso nadie intervendrá… aún.
El heraldo bajó el brazo.
El duelo comenzó.
Llanura de las Cenizas Rotas – antes del primer golpe
El viento cesó.
Hasta las nubes parecieron contener el aliento.
En el centro del círculo, los dos portadores se detuvieron a veinte pasos uno del otro, dejando que la llanura entera contemplara las armas que sólo despiertan una vez cada varias generaciones.
Heraldo neutral
(voz resonando como campana)
—¡Contemplad las reliquias divinas!
¡Escudo de la Eternidad, forjado por la Madre Raíz en la Primera Edad!
Ningún golpe lo ha quebrado jamás.
Absorbe, desvía y devuelve toda fuerza.
¡Y el Martillo de la Ira Fundida, nacido del corazón del volcán Korrath cuando aún rugía!
Un solo impacto puede partir montañas y evaporar mares.
Garen alzó el Escudo.
Era un disco perfecto de piedra viva, tres metros de diámetro, cubierto de raíces luminiscentes que se movían como venas.
Donde tocaba el suelo, la tierra reseca reverdece por un instante antes de volver a quemarse.
Kaelen giró el Martillo por encima de su cabeza.
La cabeza de magma cristalizado rugía con llamas internas; cada giro dejaba un rastro de fuego líquido que flotaba en el aire antes de caer como lluvia ardiente.
Soldado de Terra
(grito desde las filas norte)
—¡Por la Raíz Eterna!
Berserker de Ignis
(rugido desde el sur)
—¡Quema, quema, quema!
Miles de gargantas repitieron los gritos.
Tambores de guerra retumbaron.
Cristales flotantes transmitían la escena a todas las Casas: Aetheria, Chronos, Thalassa, incluso los restos de Umbra observaban en silencio.
Desde la colina lejana, Elara bajó el visor un instante.
Elara
(voz temblando apenas)
—Escudo que no se rompe… martillo que rompe todo lo demás.
Si uno de los dos pierde el control, esta llanura será un cráter.
Riven
(mirando la escena con ojos entrecerrados)
—Exacto.
Y por eso nadie interviene.
Este duelo no es solo honor… es una prueba.
Quién tiene derecho a blandir poder divino.
Garen plantó el Escudo en el suelo.
La tierra tembló; raíces de luz se extendieron desde el borde, marcando un círculo protector de cincuenta metros.
Kaelen sonrió, dientes blancos contra la cara ennegrecida por el fuego.
Kaelen
(voz que resonó como erupción)
—Cuando termine contigo, árbol viejo, plantaré tu cabeza como trofeo en la cima de mi volcán.
Garen
(calma absoluta)
—Ven e inténtalo.
El Martillo se alzó.
El escudo brilló.