El Ultimo Crisol de Elysara

CAPITULO 22

Cresta de los Ecos, Tres Semanas Antes de la Desaparición

El tiempo no fluía en la Cresta de los Ecos; se arrastraba, se detenía y a veces mordía. El viento aullaba con una voz que no pertenecía a este mundo, cargada de polvo de estrellas muertas y arena que nunca tocaba el suelo.

Valerius de Aetheria avanzaba contra la tormenta, su capa de aerotela rasgada y pegada al cuerpo por la presión atmosférica. En su mano derecha, la Espada de los Vientos Eternos brillaba con una luz blanca y furiosa, cortando las ráfagas sólidas como si fueran carne. No estaba abriendo camino para él, sino para ella.

A su lado, Cassia de Chronos caminaba con los ojos fijos en el Reloj de las Eras. Las agujas del artefacto giraban en sentido contrario, temblando violentamente, incapaces de encontrar un norte en medio del caos temporal. Su rostro estaba pálido, iluminado por el resplandor errático de los cristales que flotaban a su alrededor, suspendidos en burbujas de estasis natural.

Valerius

(gritando para hacerse oír sobre el rugido del vendaval)

—¡El viento no me responde, Cassia! ¡Es como si tuviera miedo! ¡Nunca he sentido una corriente que rechace mi espada!

Lanzó un tajo horizontal que dispersó una nube de niebla negra, revelando un sendero de roca fracturada que parecía vibrar.

Cassia

(sin levantar la vista del Reloj, su voz tensa y concentrada)

—No es miedo, Valerius. Es rechazo. Este lugar no obedece a las leyes de Aetherius ni de Chronos. Estamos caminando sobre una cicatriz del mundo.

Se detuvo un instante cuando el suelo bajo sus botas envejeció mil años en un segundo, convirtiéndose en polvo gris, y luego rejuveneció hasta ser magma sólido al siguiente paso.

Cassia

(ajustando un dial con dedos temblorosos)

—Las fluctuaciones son peores de lo que Janus predijo. Si seguimos avanzando, perderemos el rastro de vuelta. El tiempo aquí es un laberinto sin salida.

Valerius se giró para mirarla. El cansancio marcaba sus facciones nobles, pero había algo más profundo en sus ojos grises: un temor que no era por su vida, sino por lo que dejaba atrás. Miró hacia el oeste, hacia donde debería estar la Ciudadela del Cielo, oculta tras muros de tormenta.

Valerius

(voz baja, cargada de una premonición oscura)

— Si no encontramos la fuente de esto... Aetheria caerá. Mi padre está ciego, Cassia. Corvus ve enemigos en las otras Casas, pero no ve que el cielo mismo se está rompiendo. Si fallo aquí, no habrá viento que sostenga nuestras torres.

Cassia cerró la tapa del Reloj con un chasquido metálico. La determinación endureció sus rasgos suaves.

Cassia

(poniendo una mano sobre el brazo de la armadura de él)

—Entonces no fallaremos. No lo hacemos por nuestros padres, Valerius. Lo hacemos por lo que viene después de ellos.

Valerius asintió, apretando la empuñadura de su espada hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

Valerius

(con una sonrisa triste y desafiante) —Tienes razón. Vamos. Si el viento no me deja pasar... lo romperé.

Y juntos, el Señor del Viento y la Dama del Tiempo dieron un paso más hacia la oscuridad que los estaba esperando, ignorantes de que ese paso sería el principio de su leyenda... y de su final.

La atmósfera se volvió densa, como si respiraran mercurio. A su alrededor, el paisaje parpadeaba: una roca se desmoronaba en polvo y se reconstruía en un bucle infinito, atrapada en un segundo roto.

Cassia se detuvo, mirando el Reloj de las Eras con una mezcla de fascinación científica y horror puro. El cristal de la esfera se había agrietado por la presión, y los engranajes internos chirriaban con un sonido que recordaba a huesos rompiéndose.

Cassia

(golpeando suavemente el artefacto, voz temblorosa)

—No es solo una distorsión, Valerius. Es una hemorragia. El tiempo aquí no está fluyendo... se está desangrando.

Valerius

(cubriéndose el rostro con el brazo ante una ráfaga de viento cargada de arena estática)

—¿Podemos cerrarla? ¿Tu Reloj puede sellar la herida?

Cassia

(negando con la cabeza, sus ojos fijos en las agujas locas)

—El Reloj está diseñado para medir y manipular el flujo existente, no para crear orden donde no hay nada. ¡Esto está más allá de cualquier cosa que Janus me haya enseñado!

Una onda de choque invisible la golpeó, no física, sino temporal. Por un instante, Cassia se vio a sí misma anciana, con la piel arrugada y los ojos ciegos, y un segundo después, se sintió pequeña y frágil como una niña.

Gritó, cayendo de rodillas mientras su propia cronología luchaba por estabilizarse.



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En el texto hay: fantasia épica, mundo construido, heroina resiliente

Editado: 06.12.2025

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