Soy Alex.
Hace unos días, mi vida cambió para siempre. No soy un héroe ni alguien valiente; soy solo una persona normal atrapada en una realidad que no logro comprender. Pero esta historia no trata de lo que fui, sino de lo que ahora temo haberme convertido.
Era una mañana común, una de esas en las que el silencio es tan opresivo que parece esconder algo. El aire estaba cargado de una humedad pesada y densa, como si la atmósfera misma intentara advertirme de lo que estaba por venir. Salí de mi casa, preparado para enfrentar la rutina, cuando lo vi.
La sombra llegó primero. Oscura y monstruosa, cubría la pared con una silueta imposible de descifrar. Mi corazón se detuvo, y sin querer, giré la cabeza. Allí estaba.
Un pato. Pero no uno común.
Era gigantesco, con un tamaño que desafiaba la lógica, un ave que parecía sacada de un mal sueño. Sus plumas eran blancas, pero no de un blanco puro, sino de un tono enfermizo, como huesos bajo la luz de la luna. Sus ojos eran dos abismos negros, vacíos de toda emoción, excepto una: hambre.
No dije nada. Mi voz estaba atrapada en mi garganta. El ave me miraba fijamente, estudiándome. Entonces, emitió un graznido profundo y gutural, un sonido que no debería salir de un ser vivo. Fue como si el aire mismo vibrara a su paso.
Corrí. No sé por cuánto tiempo. Las calles estaban vacías, un vacío inquietante que no tenía explicación. Era como si toda la ciudad hubiese desaparecido, dejándome a solas con esa criatura. ¿Dónde estaba la gente? ¿Acaso no habían escuchado el graznido?
Pero el silencio no fue lo único que me inquietó. Conforme avanzaba, las cosas a mi alrededor empezaron a cambiar. Los edificios parecían más oscuros, las sombras más profundas, y el cielo, antes gris, ahora se tornaba de un rojo inquietante.
Me detuve, jadeando, y me atreví a mirar atrás. El pato seguía allí, más cerca que nunca, su mirada fija en mí. Pero no corría. Caminaba lento, como si disfrutara del miedo que me consumía. Fue entonces cuando entendí que huir era inútil. No se detendría. No hasta que me enfrentara a él.
El coraje no vino de un lugar noble. Fue el pánico el que me empujó. Grité con una fuerza que no reconocí como mía. Mi mente, dividida entre el terror y la ira, solo tuvo un pensamiento: sobrevivir.
Corrí hacia la criatura. No tenía un plan, ni armas. Solo mis puños y una desesperación que me hacía sentir invencible. Pero al impactar contra él, algo extraño sucedió.
El pato comenzó a descomponerse. Su cuerpo, aparentemente sólido, se disolvió en una nube oscura que me envolvió. Dentro de esa niebla, vi formas que no puedo explicar: figuras humanas que gritaban en silencio, fragmentos de algo que no pertenecía a este mundo.
Cuando el humo se disipó, todo había cambiado. El pato no estaba. En su lugar, había algo peor: una pequeña caja metálica, grabada con un símbolo que no reconocí pero que me llenó de un terror indescriptible.
Entonces lo supe. Esto no había terminado. Apenas comenzaba.
Editado: 09.12.2024