No terminé esa mañana.
Tomé la caja con manos temblorosas. Era fría, demasiado fría para haber estado al aire libre. El símbolo grabado en su superficie parecía moverse si lo miraba demasiado tiempo, como un susurro visual que quería decirme algo, pero no lograba formar palabras.
Un clic.
Sin siquiera tocarla, la caja se abrió con un leve chasquido. Dentro había un pequeño papel arrugado y un reloj de bolsillo que no marcaba la hora; sus manecillas giraban hacia atrás. La nota era breve, escrita con una caligrafía que parecía desesperada:
"No lo abras después del tercer graznido. Corre. Siempre corre."
Dejé caer la caja. El ruido metálico resonó en el vacío de la calle, y con él, llegó un sonido que nunca olvidaré: un graznido.
No uno normal. Este era más profundo, como si viniera desde las entrañas de la tierra. Giré mi cabeza lentamente, sabiendo lo que encontraría, pero rogando que estuviera equivocado.
El pato había regresado. No, otro pato. Más grande. Sus plumas ahora tenían manchas rojas, como si se hubieran impregnado de sangre. Sus ojos, antes negros, ahora eran un resplandor amarillo que perforaba la oscuridad.
Un segundo graznido.
Mi corazón martillaba en mi pecho. El reloj en mi mano giraba cada vez más rápido, como si quisiera advertirme de algo. Pensé en la nota. Tercer graznido. No podía esperar a averiguar qué significaba. Tenía que moverme.
Corrí. Pero esta vez, el pato no me dejó avanzar mucho. Con un batir de alas que levantó escombros y polvo, apareció frente a mí. Se movía como si flotara entre dos realidades, avanzando y desapareciendo al mismo tiempo.
Entonces, lo entendí. Esto no era un simple animal ni una ilusión. Era un cazador. Y yo, su presa.
Un tercer graznido resonó, pero no fue el pato quien lo emitió. Venía de detrás de mí. Me giré, y lo que vi rompió todo lo que creía real.
Decenas de ellos. Pájaros gigantes de ojos brillantes y picos afilados, emergiendo de las sombras. El reloj en mi mano se detuvo con un chasquido seco. Su mensaje era claro: mi tiempo había terminado.
El tercer graznido no marcó el fin, sino el inicio de algo mucho peor.
Los pájaros, decenas de ellos, rodearon la calle. Sus ojos brillaban con un amarillo ardiente que parecía comunicarse entre sí, formando un patrón, un lenguaje que yo no podía entender. El aire cambió; el oxígeno parecía más pesado, cargado de una energía que hacía que mi piel se erizara.
Me aferré al reloj, aunque ya no funcionara. Era lo único que tenía, lo único que podría significar algo. Sentía el metal vibrar, como si tuviera vida propia.
—¿Qué quieren? —murmuré, aunque sabía que no me responderían.
Y entonces, lo hicieron.
Una voz resonó, no en el aire, sino en mi cabeza. Profunda, antigua, y llena de una calma que helaba los huesos.
"No es cuestión de lo que queremos, sino de lo que tú debes hacer."
No supe de dónde provenía, pero al mirar al pato más grande, al líder, entendí. Era él. Sus ojos se fijaron en los míos, y por un instante, sentí que mi conciencia se desgarraba. Imágenes invadieron mi mente: ciudades destruidas, sombras caminando entre escombros, relojes invertidos y ese símbolo, siempre el símbolo.
"El tiempo no es tuyo. Devuélvelo."
—¿Devolver qué? —grité, pero mi voz apenas era un susurro frente a ellos.
El reloj comenzó a calentarse en mi mano, quemándome, pero no podía soltarlo. Su mecanismo interno giraba hacia atrás con tanta fuerza que el sonido de los engranajes retumbaba como un tambor.
Los pájaros se acercaron, cerrando el círculo. Sus plumas parecían absorber la luz, sumiéndome en una oscuridad creciente. Y entonces, el reloj explotó en mi mano, no con fuego, sino con un destello blanco que me cegó.
Cuando abrí los ojos, ya no estaba en la calle.
El suelo bajo mis pies era arenoso y húmedo, y el cielo sobre mí era negro, salpicado de estrellas que no reconocía. Los pájaros estaban allí, pero ahora eran estáticos, como esculturas, rodeándome en un círculo perfecto. Frente a mí, el líder.
El reloj, reparado y brillante, flotaba en el aire entre nosotros. El símbolo en su superficie ahora era claro: un círculo con tres líneas cruzándolo, como la marca de un reloj eterno.
—Devuélvelo. —La voz ahora era un susurro en mi oído, más humana, más urgente.
Toqué el reloj, y en cuanto lo hice, el mundo se derrumbó en fragmentos de luz y sombra. Fui arrastrado a través de ellos, viendo imágenes de mi propia vida pasar, pero no como yo la recordaba. En todas ellas, los pájaros estaban allí, observándome desde las sombras, en cada decisión, en cada paso.
Entendí que nunca había escapado.
Y entonces, el reloj habló.
"Corre. O muere."
El círculo se rompió, y los pájaros comenzaron a moverse nuevamente. Tenía que elegir: correr hacia lo desconocido o quedarme y enfrentar el final.
Corrí.
Editado: 09.12.2024