Corrí sin pensar, sin mirar atrás. Los graznidos de los pájaros resonaban como campanas de guerra, cada vez más cerca. El terreno bajo mis pies cambiaba con cada paso: de arena a piedra, de piedra a algo blando que no quería identificar. Pero no me detuve.
El reloj flotaba frente a mí, guiándome. Su luz pálida iluminaba un sendero imposible en la oscuridad. Era como si quisiera ayudarme, pero también como si se burlara de mi desesperación.
De repente, el suelo desapareció bajo mis pies. Caí.
El impacto me dejó sin aliento, pero no había tiempo para el dolor. Me levanté en lo que parecía ser una vasta caverna, iluminada solo por el brillo fantasmal del reloj. Las paredes estaban cubiertas de símbolos idénticos al grabado de la caja. Cada línea parecía moverse, como si contaran una historia que yo no podía entender.
Los graznidos se hicieron más fuertes. Los pájaros estaban cerca.
—No hay salida. —La voz resonó de nuevo, pero esta vez no venía de mi mente. Era real, y provenía de un hombre que emergió de las sombras.
Llevaba un abrigo largo y desgastado, y su rostro estaba parcialmente cubierto por una máscara de metal que parecía fusionada con su piel. En una mano sostenía un reloj similar al mío, aunque más antiguo, con grietas que dejaban escapar una luz roja inquietante.
—¿Quién eres? —pregunté, retrocediendo.
—No importa quién soy. Lo que importa es quién serás tú. —Su voz era como un cuchillo, cortante y llena de una certeza aterradora—. Ellos te eligieron.
—¿Ellos?
Señaló hacia arriba, y allí estaban. Los pájaros, inmóviles, como guardianes de una sentencia inevitable.
—El tiempo siempre exige un equilibrio, y tú lo rompiste. No sé cómo, pero lo hiciste. Ahora eres su ancla. Su instrumento.
El hombre levantó su reloj, y al hacerlo, mi propio reloj comenzó a brillar con una intensidad que me obligó a cerrar los ojos. Sentí que el calor regresaba, pero esta vez no solo en mi mano. Era todo mi cuerpo, como si estuviera siendo consumido desde adentro.
—Devuélvelo —repitió el hombre, acercándose lentamente—. Antes de que sea demasiado tarde.
El reloj en mi mano comenzó a girar frenéticamente, y con cada vuelta, el mundo a mi alrededor se desmoronaba. Las paredes de la caverna se agrietaban, dejando escapar una oscuridad viva que se movía como una marea, arrasando todo a su paso.
—¡No sé cómo hacerlo! —grité, pero el hombre no respondió.
Los pájaros empezaron a moverse, cerrando el círculo. Sus ojos brillaban con un fuego amarillo que consumía las sombras. Mi reloj se detuvo de golpe, y en el silencio que siguió, comprendí que solo había una salida.
El hombre extendió su reloj hacia mí.
—El tiempo no es un regalo. Es una deuda.
Sin pensar, choqué mi reloj contra el suyo. La explosión fue inmediata, una luz cegadora que llenó cada rincón de la caverna. Sentí que mi cuerpo era lanzado a través del espacio, desintegrándose y reformándose a la vez.
Cuando abrí los ojos, estaba de vuelta en mi calle.
Era de día. Todo parecía normal. No había pájaros gigantes ni sombras inquietantes. Pero el reloj seguía en mi mano, frío y silencioso.
Y en el fondo, lo sabía: el tiempo me había dejado ir... por ahora.
FIN.
Editado: 09.12.2024