El Último Deseo de Cupido

Capítulo 5: Las Estrellas Fugaces (Brillan mucho… duran un segundo)

Hay amores que llegan como meteoritos: atraviesan tu cielo, te dejan un destello cegador y luego se pierden en la nada. En mi arca emocional, tuve varias “estrellas fugaces”—paso breve, brillo intenso y decepción garantizada.—

El poeta de un solo verso

Lo conocí en un bar de noche temática de los 90. Llevaba una chaqueta de mezclilla, gafas redondas y un cuaderno con hojas arrugadas. Me leyó un poema que llevaba el título “Tu sonrisa en mi café”. Lo escuché, me emocioné, él me besó. Al día siguiente: “Gracias por aplaudir mi arte, pero necesito un mes para escribir mi obra maestra”. Fin del acto. Su “obra maestra” jamás llegó.

Después, el músico. —continuo mi gusto por las artes y la bohemia—

Cabello revuelto, mirada intensa, alma bohemia y una voz ronca que hacía que hasta pedir un café sonara poético.

Me escribió una canción la primera semana.

La segunda me dijo que necesitaba “libertad creativa” y desapareció con una francesa que conoció en una jam session.

Ni un adiós. Solo me dejó una playlist en Spotify y un suéter que olía a pachuli.

El Deportista Impulsivo

Entró a mi vida—literalmente—cuando corría en el parque. Tropezó, me pidió perdón con una sonrisa perfecta y me regaló su número garabateado. Salimos a correr juntos cinco días seguidos, hablamos de metas, ritmos cardíacos y endorfinas. Al sexto día… desapareció. Su WhatsApp quedó en “visto” eterno. Quizá decidió que nuestras pulsaciones no iban al mismo compás.

El Estudiante de Intercambio

Una semana de intercambio universitario, café tras café, risas en bibliotecas y confesiones a medianoche. Nos prometimos escribirnos cartas, pero al final solo intercambiamos regalos de aeropuerto: un cojín con su cara impresa y un llavero de la torre Eiffel. Su vuelo partió y, con él, mi ilusión de amor transcontinental.

Después vino el chef.

Ah, el chef.

Cocinaba como los dioses. Hacía que hasta una tostada tuviera alma. El sexo era salvaje, como todo en él. Pero su temperamento también.

Un día me preparó una cena de cinco tiempos y al siguiente gritaba porque “no entendía el arte de los sabores”.

Terminamos cuando tiró un plato al suelo porque le pregunté si tenía sal.

A veces el amor no se quema: se sobrecuece.

Cada uno de ellos llegó como una promesa fulgurante. Me hacían reír, me hacían vibrar, me hacían volar; y luego, sin previo aviso, se desvanecían. Como si nunca hubieran estado. Como si yo hubiera imaginado cada beso, cada conversación hasta la madrugada.

Y aunque en su momento cada despedida me dejó un nudo en el pecho, hoy los recuerdo con una mezcla de ternura y sarcasmo.

Fueron capítulos cortos, escenas de película independiente, lecciones veloces.

Porque con las estrellas fugaces aprendí que no todo lo que emociona permanece. Que a veces el brillo solo sirve para deslumbrarte… no para guiarte.

Hoy, cada vez que veo una estrella fugaz en el cielo, ya no pido deseos.

Solo sonrío y pienso:

"Que no se queme otra vez el cielo de mi alma por una luz que no piensa quedarse."




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