“Spoiler: también tiene opiniones. Muchas. Maldito sea”
Era oficial: la isla y yo teníamos una relación complicada. Como esas parejas que se gritan en público, pero se abrazan en privado.
Lo nuestro era una tragicomedia en tres actos: Entre cocos asesinos, gurús transpirados y mosquitos con hambre espiritual, ahora… tenía que sumar a la ecuación al socorrista omnipresente. Ese hombre aparecía en cada escena como si fuera parte del decorado natural.
Sí, él.
Ese espécimen con sonrisa de comercial, de protector solar que aparecía en cada maldito capítulo de mi estadía, Como si la isla lo hubiera parido solo para arruinarme la paz. O para ponerme a prueba. O para joderme, simplemente.
Esa tarde, intentaba fingir que leía un libro bajo una sombrilla. —aunque en realidad usaba el libro como escudo facial para evitar conversaciones con humanos— Y digo fingir porque el libro en realidad me servía para taparme la cara y evitar saludar a gente demasiado entusiasta que me decía “namasté” con mirada de secta.
Estaba en la página treinta y cuatro desde hacía cuarenta minutos.
Mi lectura consistía en mirar fijamente una frase mientras me concentraba en no existir.
Hasta que alguien se sentó en la tumbona de al lado.
Sin permiso.
Sin disimulo.
Con la naturalidad del que cree que su presencia es un regalo para el mundo.
—¿Ya superaste la guerra contra el coco o todavía estás en terapia? —dijo una voz que reconocí al instante.
Respiré hondo. Bajé el libro con la lentitud dramática de quien considera seriamente usarlo como proyectil.
—¿Tú no tienes víctimas reales que salvar? ¿O el servicio de rescate ahora incluye comentarios sarcásticos a domicilio?
—Me llamo Benjamín, por cierto. Ya que te estás quedando gratis en mis recuerdos, al menos llámame por mi nombre.
Benjamín —porque sí, por supuesto que se llama Benjamín, ¿qué otro nombre podía tener un socorrista con complejo de protagonista romántico? — sonrió como si mis pullas fueran cumplidos, disfrazados.
Tenía esa expresión de “me estás divirtiendo y no pienso esconderlo”, lo cual, honestamente, solo empeoraba mi humor.
Lo miré de reojo, a través de mis gafas oscuras.
—¿Benjamín? Suena a tipo que colecciona libros de autoayuda y cree que puede arreglar a mujeres con traumas usando metáforas sobre el mar.
Él alzó una ceja.
—¿Y tú? Giovanna, ¿cierto? Suena a nombre de protagonista de novela que jura que odia el amor, pero en el fondo solo está esperando que alguien le sostenga la mano mientras ve una puesta de sol.
Parpadeé. No porque me doliera el golpe, sino porque me sorprendía que supiera mi nombre.
Claro, trabajaba en el hotel. Podía haberlo visto en la lista de huéspedes, en la tarjeta de habitación o en cualquier rincón donde la privacidad se desintegra con una sonrisa bonita y un uniforme ajustado.
“Qué inseguridad tan sexy”, pensé, con desprecio hacia mí misma.
—¿Prácticas eso frente al espejo o te sale así de natural? —solté, tratando de sonar indiferente mientras el corazón me latía con la violencia de una adolescente viendo su primer crush en vivo.
—Natural. Lo tuyo, en cambio, suena a sarcasmo pasivo-agresivo con posgrado. ¿Siempre eres así, o solo conmigo?
Me quedé callada. Un segundo. Dos. No por falta de respuestas, sino porque, maldita, sea…
Tenía chispa.
De esa molesta.
De esa que se te mete por una rendija y no te deja en paz.
Como el zumbido de un mosquito simpático. Si es que eso existe.
—Solo contigo —dije al fin, sin mirarlo directamente—. No todo el mundo se gana el privilegio.
Benjamín se recostó con los brazos detrás de la cabeza, como si acabara de ganar una apuesta invisible.
Y en parte, lo hizo.
Porque por primera vez desde que puse un pie en esa isla con pretensiones de sanación espiritual, alguien me hizo sonreír sin que tuviera que fingirlo.
Claro que me cuidé de mostrarlo.
Nada de gestos amplios. Nada de risitas suaves ni de pestañeos coquetos.
Esto no era un coqueteo.
Definitivamente, no era tensión romántica.
Era un duelo.
Un intercambio de ironías bien lanzadas.
Eso era todo.
Y entonces, esa molestia sutil. Ese cosquilleo en el estómago.
Como si algo hubiera aleteado dentro de mí. ¿Mariposas?
No. Imposible.
Claramente una úlcera.
O un reflejo de supervivencia.
O…
Estoy jodida.
#2448 en Novela romántica
#672 en Novela contemporánea
humor comedia romantica, romance amores fallidos, volver a creer esperanza reconciliacion
Editado: 03.09.2025