El Último Deseo de Cupido

✨ Capítulo 18: ¿Ex de quién dijiste que eras?

Y justo cuando estaba empezando a confiar... ZAS, telenovela”

El día empezó bien. Demasiado bien, y eso para mí era un mal presagio.

Benjamín me había invitado a dar un paseo en kayak, y aunque dije que era por “ejercicio”, en el fondo sabía que era por él. Pero no me juzguen, ¿ok? Era eso o meditación con el gurú otra vez.

(Spoiler: ya no me habla desde que le pregunté si cobraba por inhalación.)

Remamos entre manglares, él me hizo reír con una historia absurda sobre un turista que intentó nadar con un manatí pensando que era un delfín con sobrepeso… y por un momento, juro que todo pareció fácil. Ligero.

Hasta que la vimos.

Ella: Cabello rubio, piernas largas, vestido blanco que parecía flotar como en comercial de detergente, y esa seguridad que tienen las mujeres que han sido primeras opciones.

Se acercó a Benjamín como quien vuelve al lugar que dejó en pausa.

—Benjaaaamín —dijo, como si el nombre fuera de su propiedad intelectual.

Y lo abrazó. Como si nada.

Yo sonreí. Por reflejo. Por defensa. Por puro instinto de “no me vas a ver temblar, Barbie playera”.

—¿Y tú eres…? —me preguntó con la amabilidad justa como para sonar pasivo-agresiva.

—Huésped VIP. ¿Y tú?

—Carolina —respondió. Así, sin apellidos. Como si no hiciera falta más.

Benjamín se rascó la nuca. Mala señal. Los hombres solo hacen eso cuando no saben cómo explicar algo sin morir en el intento.

—Ella es Carolina… mi ex —habló por fin, pero con titubeo y la mirada clavada en la arena.

¡Boom! Estalló mi sistema de alarma anti-alimañas. Benjamín tenía el perfil perfecto para ingresar al arca. Solo si yo lo permito.

Mi cerebro hizo una búsqueda rápida: ¿Dónde están las salidas de emergencia de esta playa? ¿Y cómo se desaparece uno emocionalmente en menos de cinco segundos?

—Oh, ex. Qué palabra tan… llena de historia.

“¿Cuántas temporadas duró la serie?”, pensé sin decirlo, aunque ganas no me faltaron.

Carolina sonrió. Me dieron ganas de lanzarle un coco. Pero uno sin jugo esta vez.

—Lo suficiente como para dejar huella —dijo, sin mirarme.

Y ahí lo supe. No era solo una ex.

Era “esa ex.” La que todavía flota en la atmósfera. La que deja aroma a “esto no está del todo cerrado”.

Yo no iba a ceder. Pero tampoco iba a quedarme a ver el show.

Así que respiré, sonreí, y me retiré con dignidad (que, por cierto, era lo único que me quedaba seca, porque estaba empapada del paseo en kayak).

No lloré, no hice drama. Solo una cosa:

Le escribí otra carta mental a Cupido… esta vez con insultos en mayúscula.

“Porque ya esto no es sabotaje. Es persecución emocional con alevosía”

Querido, odioso e inoportuno Cupido:

¿Podemos hablar?

Y cuando digo hablar, me refiero a que te sientes, cierres la bocota y me escuches. Porque lo que hiciste hoy no tiene nombre. Bueno, sí tiene: TRAICIÓN.

Vamos a repasar los hechos, para que no digas que exagero (aunque sí lo estoy haciendo, y con razón).

Primero, me mandas a un socorrista con abdominales y sonrisa de “te voy a desarmar con un chiste”.

Luego, me haces confiar. Sí, confiar, esa palabra que normalmente me produce urticaria. Y justo cuando mi corazón empieza a quitarse los barrotes y asomarse por la ventana… ¡zas!. Aparece ella.

Carolina. Nombre de perfume caro, cara de portada de revista y actitud de “yo estuve aquí primero”.

¿Y tú crees que yo no sé lo que estás haciendo?

Estás jugando a tu jueguito favorito: El triángulo incómodo.

Ya lo hiciste antes. Con Marco y su ex “inofensiva” que aún tenía su clave del Wi-Fi.

Con Diego y su “mejor amiga” que dormía en su sofá (ajá).

Y con Lucas… bueno, él no tenía ex, pero sí una planta que cuidaba más que a mí. Punto para ti, eso fue creativo.

Pero esto ya es pasarse. Porque ver a Benjamín abrazarla fue como ver mi última neurona emocional suicidándose por WhatsApp.

Y la forma en que ella lo miró…

Como si todavía tuviera llaves de su sonrisa.

Como si pudiera deshacer todo lo que él construyó conmigo en una sola palabra.

Y él… Él no me defendió. No me explicó.

Solo se quedó ahí, con cara de “esto es incómodo” y las manos en los bolsillos, como si eso solucionara algo.

Así que te aviso, Cupido:

No me voy a romper. No voy a correr a decirle cómo me siento.




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