El Último Deseo de Cupido

✨Capítulo 22 – El malentendido del pareo rosado

(O de cómo los celos llegaron sin invitación y el ego se puso bloqueador solar)

El día amaneció con un sol insolente y un aire más húmedo que una conversación de WhatsApp a la una de la mañana. Giovanna se había levantado antes que yo—o eso creí—, porque cuando salí al área común, solo encontré su pareo rosado colgado de la silla y una nota rápida en el celular:

"Fui a explorar el otro lado de la playa. No mueras sin mí. G."

Perfecto. Tenía unas fotos por editar y una promesa conmigo mismo de no parecer un hombre demasiado disponible.

Pero la promesa se fue al traste cuando, una hora después, la vi volver… acompañada.

Él era alto, rubio, con cuerpo de instructor de surf y sonrisa de pasta dental. Y ella reía. Reía de esa forma en la que uno ríe cuando algo te gusta demasiado o cuando no quieres parecer obvia.

El estómago me hizo un ruido extraño. Como si las mariposas se hubieran convertido en gremlins con botas de combate.

¿Quién demonios era ese? ¿Y por qué ella llevaba su pareo de "vacaciones con flow" atado al pecho como si fuera una modelo de catálogo playero?

—¿Fabian? —dijo ella, notándome.

—¡Ah! Ya volviste —intenté sonar casual, pero hasta yo me escuché pasivo-agresivo.

Ella inclinó la cabeza, con ese gesto de evaluación silenciosa que hacía cuando sospechaba algo.

—¿Estás bien?

—Claro. ¿Y tú?

—Sí. Él es Johan, guía del grupo con el que me metí al sendero ecológico.

"Sendero ecológico", dijo. Como si eso explicara por qué se reía como si él le hubiera contado el mejor chiste del mundo.

—Mucho gusto —dijo el tal Johan, en español con acento nórdico y bíceps de calendario.

Apreté la mandíbula un segundo antes de responder.

—Igual — sonó seco y sin gracia, pero no me importó.

—Fabian, ¿quieres venir mañana? Hay otro recorrido y...

—No, gracias. Yo soy más del estilo sedentario. Amo mis pies sin ampollas.

Ella me miró con los ojos entrecerrados. Conozco ese gesto. Es el gesto de "te estás portando como un niño de cinco años y te tengo en la mira".

Esa noche, en el restaurante, la incomodidad era tan palpable que una cuchara de plástico podría haberla cortado.

El ventilador del techo giraba con un sonido lánguido, acompañando el silencio pesado.

—¿Te pasa algo? —preguntó finalmente.

—No, ¿por qué habría de pasarme algo? —quise sonar despreocupado, pero el tono en mi voz no me ayudó.

—No sé, tal vez porque desde que me viste con Johan actúas como si me hubiera inscrito a Tinder Premium.

—¿Quién es Johan? ¿Una estrella fugaz importada? ¿Tu nueva posibilidad escandinava?

—¡Por favor! Solo fue un guía simpático, Fabian. ¿Qué demonios te pasa?

Él bajó la mirada un segundo. Apretó el puente de la nariz como si quisiera organizar pensamientos que ya se le habían desbordado.

—Nada, solo… me pareció que estabas muy entretenida.

—¡Ah, vaya! ¿Estamos en esa etapa? ¿Celos pasivo-agresivos y suposiciones estilo novela?

Guardé silencio.

Ella se cruzó de brazos.

—Te lo diré solo una vez: si vamos a tener algo, aunque sea una amistad decente, no pienso andar dando explicaciones por cada hombre que me hable. Estoy cansada de eso. De tener que medir mis risas para no herir egos.

Me dolió. Porque tenía razón.

Ella no era mi novia.

Y aunque lo fuera, el respeto no se impone con comentarios mal disimulados.

Respiré hondo.

—Tienes razón —dije. Y lo dije en serio.

Ella me miró, aún a la defensiva.

—A veces, Gio… a veces me cuesta no pensar como el idiota que fui.

—Bueno, mientras no regreses a serlo, podemos sobrevivir.

Esa noche no hubo caminata por la playa ni brindis con ron.

Pero sí hubo un silencio compartido, uno de esos que no asfixian, sino que dan espacio.

Un pequeño quiebre, necesario.

Un recordatorio de que, aunque el pasado no se repite, a veces toca darle un manotazo para que no se meta en lo que estamos construyendo.

Y al final, antes de dormir, ella tocó mi puerta.

Me incorporé lentamente, como si ese golpe suave en la madera fuera un puente tendido en la dirección correcta.

—¿Vamos mañana al sendero ecológico tú y yo?

Ella apoyó la mano en el marco de la puerta, la luz tenue rozándole la clavícula.

—¿Con Johan?

—Sin Johan. Solo tú, yo, y mi pareo rosado.

—¿Prometes no coquetearle a ningún tucán?




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