El Último Deseo de Cupido

✨Capítulo 30 – En el ojo del huracán tropical.

(O de cómo los amigos de Fabián se convierten en jueces de lo que ni siquiera tiene nombre aún)

Apenas bajamos del carrito del hotel, el recibimiento fue como el de dos celebridades caídas en desgracia.

Aplausos. Silbidos. Como si todos alzaran una pancarta invisible que dijera:

“Sobrevivientes del amor… o de algo muy parecido.”

—Qué vergüenza… —murmuré entre dientes, sintiendo cómo el calor del Caribe se mezclaba con el de mis mejillas.

—No sabías en lo que te metías al juntarte con mis amigos —respondió Fabián con media sonrisa, mientras me rodeaba con el brazo como si eso pudiera protegerme del espectáculo. Su gesto era más teatral que reconfortante.

Allí estaban: cuatro de sus amigos de toda la vida, en traje de baño, con piñas coladas en mano, y más entusiasmo qué filtro solar. El aire olía a coco, protector solar barato y drama anticipado.

—¡Fabián, viejo zorro! —gritó uno de barba espesa y gafas de buceo aún puestas—. Dijiste “vamos a caminar un rato” y te apareces dos días después con la sonrisa de quien encontró petróleo.

—No exageres, Santiago —respondió Fabián, alzando las cejas—. Nos perdimos.

—Sí, sí. Perdidos en el bosque y encontrados en el amor. ¡Giovanna, felicitaciones! Lo domesticó.

—No lo domesticó —interrumpió otra, con risa contagiosa y un sombrero tan grande que parecía diseñado para ocultar secretos—. Lo embrujó. ¡Y sin señal ni Wi-Fi! Eso sí es talento.

Yo me reí, nerviosa.

Porque, aunque todo era en tono de broma, sentía las miradas inquisitivas detrás de cada chiste.

Como si cada palabra fuera una lupa, buscando grietas en nuestra historia.

—¿Y entonces? —preguntó otra chica, que más parecía una reportera de farándula que una amiga de playa—. ¿Hubo “cabaña-gate”?

—Dormimos —dije, firme, como quien lanza una piedra al mar esperando que no haga olas.

—¿Durmieron? —repitió la del sombrero, alzando una ceja—. ¡Ay, Giovanna! Esa palabra no existe, pero el amor sí. ¡Y ustedes lo están negando con mucha fuerza!

Fabián, por su parte, parecía disfrutar cada segundo de la atención.

Se acomodó el cabello como si estuviera en una entrevista exclusiva, y hasta se estiró como quien acaba de salir de una película romántica.

—Podrían dejarnos al menos ducharnos antes del interrogatorio —dijo, con tono de galán agotado.

—¡Claro, claro! Pero no se escapen, que esta noche hay cena en la playa. Y queremos saber TODO —dijo Santiago, haciendo énfasis en la última palabra como si fuera el título de una telenovela.

Mientras caminábamos hacia la recepción, sentí el sudor pegajoso en la espalda, el roce incómodo de la ropa arrugada, y el peso invisible de las expectativas.

Fabián me guiñó un ojo.

Yo solo quería una ducha, una siesta, y tal vez un manual para sobrevivir a amigos con exceso de entusiasmo y cero filtros.

—¿Disfrutaste el circo? —preguntó de repente

—¿Disfrutarlo? ¡Lo organizan cada vez mejor!

—Son intensos.

—Son simpáticos, pero… —me detuve—. No me gusta sentir que todos ya sacaron conclusiones sobre algo que ni siquiera sé si está pasando.

Él me tomó de la mano, serio por primera vez desde el regreso.

—Yo tampoco tengo todas las respuestas —respondió bajando la mirada

—¿Y te molesta que insinúen cosas?

—¿Y a ti? —me preguntó, sin evadir.

Lo miré.

No era un interrogatorio. Era una invitación honesta a hablar.

—Me asusta que esto empiece a ser más de lo que puedo manejar —confesé, con la voz más baja—. Que de pronto el juego deje de ser juego y yo me vuelva a perder, pero esta vez no en el bosque.

Fabián me tomó la mano. Y aunque no dijimos mucho más, el silencio que siguió no fue incómodo.

Fue tibio.

Como una cobija que no resuelve nada, pero al menos abriga.

Más tarde, en la cena, las bromas continuaron, pero yo ya no sentía el mismo peso.

Fabián se sentó cerca.

No me tocó.

No me presionó.

Pero cada vez que hablaban de “ellos” como un posible “nosotros”, me lanzaba esa mirada cómplice que decía: “Tranquila. Yo tampoco tengo prisa.”

Y así, en medio de bromas, cerveza y música caribeña, el “no definido” entre nosotros empezó a sentirse como un lugar cómodo donde quedarse un rato más.




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