El Último Deseo de Cupido

✨Capítulo 31– El brindis que no vimos venir.

(O de cómo una noche de tragos puede revelar lo que se oculta con risas)

Antorchas clavadas en la arena, guirnaldas de luces colgando entre las palmeras, y esa música tropical que parece diseñada para hacerte olvidar las deudas, los traumas emocionales y, si tienes suerte, tu ex.

La noche tenía ese aire de postal caribeña que uno no se atreve a cuestionar. Todo brillaba un poco más de lo necesario.

Giovanna apareció con un vestido ligero, estampado de hojas verdes y la espalda al aire.

No sabía si quería verse bonita para el grupo o… para mí.

Yo, por supuesto, llegué con camisa blanca abierta hasta el tercer botón y actitud de “yo no planeo nada, pero todo me sale bien”.

Spoiler: no todo me estaba saliendo bien.

Los amigos estaban repartidos como piezas de un rompecabezas desordenado: unos bailaban con entusiasmo sospechoso, otros reían con mojitos en mano, y en el centro del caos, Santiago —mi amigo de barba espesa y alma de animador de crucero— sostenía una botella de ron como si fuera el cetro del rey de la parranda.

—¡Vamos a hacer un brindis! —anunció, subido en una hielera que crujía bajo su peso.

—¡No otra vez! —protestó alguien desde la sombra.

—¡Esta vez no es por el cumpleaños de nadie ni por el Mundial perdido! Es por el “romance insular inesperado”.

Vi a Giovanna tragar saliva.

La miré, pero no dije nada.

No sabía si debía intervenir o dejar que el huracán social siguiera su curso.

—¡Por el amor en lugares exóticos, por las cabañas sin señal, y por las historias que comienzan sin avisar! —gritó Santiago, como si estuviera narrando una película de domingo por la tarde.

Todos alzaron los vasos.

Yo también.

Por inercia.

—¡Y por Giovanna, que le devolvió a este desgraciado la sonrisa que no tenía desde que cortó con la francesa, esa que le rompió el corazón y le enseñó a odiar los baguettes!

Carcajada general.

Menos de Giovanna, menos yo.

Nos miramos.

Y por un segundo, entre la música y las luces, no hubo más que un zumbido silencioso de emociones contenidas.

Como si el aire se hubiera vuelto más denso.

Como si el mar, a unos metros, contuviera la respiración.

Ella se apartó del grupo.

Fue a la barra improvisada por agua con gas, pero lo que necesitaba era aire.

Y espacio.

Lo supe porque yo también lo necesitaba.

La seguí minutos después.

El agua con gas sabía a nada. A burbujas sin propósito. Como yo, parada frente a la barra improvisada, fingiendo que necesitaba hidratarme cuando en realidad solo quería escapar.

La música seguía sonando, suave pero insistente. Como si el universo estuviera empeñado en ponerle banda sonora a mi incomodidad.

Sentí que alguien se acercaba antes de verlo. Fabián. Claro. Porque él siempre aparece justo cuando no sé qué hacer con lo que siento.

—Lo siento —dijo.

Lo miré. No por cortesía. Por necesidad.

—¿Por qué?

—Por mis amigos. Por el brindis. Por… no saber manejar esto.

Quise decirle que no era su culpa. Que yo también estaba improvisando. Que no tenía un manual para esto. Pero lo que salió fue:

—No es tu culpa. Ellos no saben que esto... no es lo que parece.

Mentira. O media verdad. Porque sí, no es lo que parece. Pero tampoco sé qué es.

—¿Y qué es lo que parece? —pregunté.

Silencio. Brisa. Un mechón de mi cabello se pegó a la mejilla por el sudor, y lo aparté con más fuerza de la necesaria.

—Parece que estamos juntos —dijo.

Y en mi cabeza, la frase sonaba distinta. Más temblorosa. Más honesta.

—¿Y no lo estamos?

Su voz tenía esa mezcla de humor y sinceridad que me desarma. Como si no supiera que cada palabra suya me deja sin aire.

Lo miré. Y me odié un poco por no tener una respuesta inmediata. Por no saber si quería que estuviéramos juntos o solo que él siguiera mirándome así.

—Estamos… compartiendo tiempo.

Otra media verdad. Otra frase que suena segura, pero se tambalea por dentro.

—Buena forma de decir “nos estamos viendo sin compromiso mientras tratamos de no sentir nada”.

—Exacto.

Pero no era exacto. Porque yo sí estaba sintiendo. Y eso me asustaba más que cualquier brindis incómodo.

—¿Y está funcionando?

Bajé la vista. No quería que viera la respuesta en mis ojos.

—Más o menos.

Él se rio. Una risa suave. De esas que no buscan hacer ruido, solo compañía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.