“El monólogo que nadie quiso escuchar”
¡BASTA! ¡Silencio en la sala! Porque hoy… habla el acusado.
—>Yo, Cupido. Dios del amor. Arquero celestial. Portador de flechas doradas… y también de errores humanos.
Hasta ahora he soportado sus quejas con estoica paciencia. —“Cupido me odia.” —“Cupido está ciego.” —“Cupido me mandó al ex equivocado.” ¡Por favor!
Hasta ahora he sido paciente, soportando cómo me cargan toda la culpa. Pero yo, Cupido, también tengo mi versión de los hechos.
Porque, como bien dicen: “el lobo siempre será malo si solo escuchan a Caperucita.”
Es cierto, lo admito: algunas veces —y entiéndase bien, “algunas”— no he acertado del todo con mis flechas. ¿La razón? No sé… problemas en casa., tal vez. No es fácil lidiar con la vida cuando tu madre es Venus, diosa del amor eterno, y tu padre es Marte, dios de la guerra.
Ella quiere romanticismo sin fecha de caducidad. Él prefiere un buen conflicto… ¿Y yo? En medio, intentando complacerlos a ambos. ¿Romance eterno o caos calculado? ¡Decídanse!
A eso súmenle el estrés de que medio mundo me exige, “la pareja perfecta,” pero nadie colabora. Como si yo, un simple dios con alas y pañal (¡no es cómodo, por cierto!), pudiera hacer milagros sin que ustedes pongan de su parte.
Y no, no siempre acierto. ¿Han probado disparar flechas mientras esquivan expectativas humanas, algoritmos de Tinder y traumas no resueltos? ¡Es un deporte extremo!
Sí, lo admito: A veces confundo la flecha de oro con la de plomo. Una provoca amor eterno. La otra… ganas de huir, bloquear, y borrar fotos del carrete. Pero no siempre es culpa mía. A veces, el inventario celestial está desordenado. A veces, el destino juega a los dados. Y a veces… ustedes eligen mal.
Pero, en mi defensa, les diré esto:
El día que Giovanna conoció a su exesposo, ella lo eligió. Yo había destinado mi flecha dorada para la persona que estaba justo a su lado, pero claro, con su libre albedrío, decidió apuntar hacia el objetivo equivocado. Y ahora, ¿la culpa es mía?
También intenté arreglar su error, lo juro por mi carcaj. Le mandé señales clarísimas: —“No es el momento.” —“Tal vez no sea buena idea.” —“Este hombre huele raro a futuro desastre.” Pero nada. Ella seguía convencida. ¿Y así quién puede salvarla?
Y bueno… si quieren seguir culpándome, al menos escuchen el expediente completo. ¡Yo también tengo corazón! Aunque esté blindado con sarcasmo y alas de segunda mano. Así que, si van a juzgarme, háganlo con el expediente completo. Porque detrás de cada flecha fallida… hay una historia que nadie quiso escuchar.
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Editado: 03.09.2025