El Último Deseo de Cupido

Capítulo 35: Memorias de un arquero con puntería cuestionable (Expediente Amoroso.)

“Cinco casos. Cinco intentos. Un solo culpable… según ustedes.”

💘—>: Dicen que el amor es un arte. Yo digo que es un deporte de alto riesgo. Y si alguien lo sabe, soy yo: Cupido. Dios del amor, sí, pero también víctima de expectativas imposibles, corazones testarudos y flechas que no siempre aterrizan donde deberían.

Hoy quiero hablarles de Giovanna. Una mujer con el corazón más valiente que muchos héroes mitológicos. Y también, con una puntería emocional que… digamos, no siempre coincide con la mía.

Como ejemplo, les mostraré las cinco veces en que intenté ayudarla. Cinco veces terminé con el carcaj vacío y el ego magullados. Aquí están los casos. Juzguen ustedes.

Caso #1: El Novio del Colegio.

Lo vi venir desde el Olimpo. Un enamoramiento escolar, de esos que duran lo que un recreo y se recuerdan con ternura. Él tenía el encanto de los primeros amores: sonrisa tímida, olor a marcador, promesas escritas en servilletas. Yo pensé: Perfecto. Un flechazo suave, dorado, de esos que enseñan sin dejar cicatriz.”

Yo lo tenía clarísimo: era un crush inocente

Pero ella, no… ella decidió que era “el amor de su vida”. Y ahí empezó el desbalance. ¿Qué podía hacer yo?

Así que intenté que el chico se fuera de viaje con su familia para que se enfriara la cosa. Pensé que el tiempo haría lo suyo.

¿Resultado?

Cartas, llamadas, promesas de amor eterno… en papel y por teléfono fijo, ¡qué época!

Se rompió igual, claro, pero ella me guardó rencor porque “no funcionó”. Pues sí funcionó: Se acabó. ¿Qué más quería?

Caso #2: El Artista Melancólico. (alias “el mago”)

Este… lo reconozco, fue culpa mía.

Vi al tipo en una cafetería, escribiendo en una libreta con cara de tragedia. Pensé: “Poeta apasionado. Perfecto para Giovanna.” Le disparé con una flecha dorada sin pensarlo dos veces.

Error.

¡Ja! Resultó ser más un dramaturgo de telenovela barata. Tres meses después, él ya escribía cartas de despedida como si fueran capítulos finales de una serie de tragedia griega —de esas que nos gusta ver en el Olimpo, si… pero que en la tierra suenan a drama innecesario—

Intenté deshacer el hechizo con flecha de plomo, pero Giovanna, cabezona, insistía en que “nadie la había entendido como él”

Spoiler: él tampoco se entendía a sí mismo.

Y yo, desde las alturas, me preguntaba si debía empezar a usar filtros emocionales antes de disparar.

Caso #3: El Empresario Aventurero. (alias “el banquero”)

Aquí me la jugaron. Yo apunté bien, pero él… llevaba un chaleco emocional antibalas. Ni dorada, ni de plomo, ni de goma… nada, nada funcionaba.

El tipo estaba vacunado contra el compromiso. Le mandé mil señales: maletas siempre listas, viajes de “negocios” misteriosos, fotos con sonrisas sospechosas… pero Giovanna interpretó todo como “es un hombre con visión global”. Claro, visión global… y manos globales también.

Yo, mientras tanto, me preguntaba si debía actualizar mi sistema de flechas. ¿Una que detecte red flags? ¿Otra que active el sentido común?

Caso #4: El Exesposo.

El famoso. El innombrable.

El que todos mencionan para echarme tierra. Ya lo dije: mi flecha dorada iba para la persona de al lado. Pero ella lo eligió a él. Y encima, cuando intenté arruinar la boda con lluvia, tráfico y una tía opinando que “no es buena idea”, lo tomó como señales de “destino romántico”.

La luna de miel… bueno, mejor no hablemos. Ahí hasta yo tuve que taparme los ojos.

Caso #5: Las Estrellas Fugaces.

Pequeñas aventuras. Algunos ni siquiera estaban en mi radar; fueron accidentes de libre albedrío.

Como el chico de la playa con el que solo debía tomarse un cóctel y terminaron discutiendo sobre teorías de conspiración a las tres de la mañana.

O el vecino guapo que parecía príncipe… hasta que ella descubrió que pedía azúcar a todas las mujeres del edificio.

Y así podría seguir, pero no se trata de dejarla mal parada. Porque, a pesar de todo, Giovanna sigue creyendo en el amor. Y eso, queridos míos, es mérito suyo… y un poquito mío, aunque no lo reconozca en voz alta.

Ahora, si me disculpan, tengo una flecha que afilar. Nunca se sabe cuándo tendré que usarla… o dónde se va a clavar realmente.




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