(O de cómo una sala de juntas puede ser más íntima que una habitación con vistas al mar)
💘—>: “¿Ven lo que les digo? El universo tiene un sentido del timing que ni el mejor editor de video podría igualar. Justo cuando la tensión alcanza su punto de ebullición, ¡zas! Se va la luz. Y ahí están ellos, encerrados en una pecera de vidrio, sin PowerPoint, sin distracciones, sin escapatoria.
Yo, que he visto confesiones nacer en ascensores detenidos y besos robados en medio de simulacros de incendio, supe que este apagón no era técnico. Era emocional. “
Las siguientes jornadas se volvieron una coreografía compartida: cafés a deshoras, bocetos tachados, post-its con ideas brillantes y otras no tanto, y una tensión que crecía como una planta sin poda, alargándose entre palabras neutras y silencios incómodos.
Durante una sesión de trabajo particularmente larga, estaban encerrados en una sala con paredes de vidrio y marcadores por todas partes.
El equipo debía presentar al día siguiente una propuesta en formato teaser.
Fabián estaba revisando las tomas de referencia mientras Giovanna ajustaba la línea narrativa.
—Necesitamos un cierre que deje al espectador con un nudo en la garganta —dijo ella, señalando un último fotograma.
—¿Un cierre emocional? ¿Esperanzador? —respondió él.
—No. Más bien… humano. Que no todo esté resuelto, pero sí encaminado. Como… como alguien que vuelve a intentar confiar.
—¿En los demás o en sí mismo?
Ella alzó los ojos y lo miró.
La pregunta había salido demasiado cargada.
Fabián pareció darse cuenta y se aclaró la garganta.
—En el spot —, agregó rápido.
—Claro —dijo Giovanna, bajando la mirada de nuevo.
—Aunque confiar en uno mismo es el primer paso, ¿no?
Esta vez fue ella quien lo miró.
Y en su gesto había una sombra de sonrisa, pero también una trinchera.
—¿Estás intentando decirme algo, Carrasco?
—Solo estoy hablando del teaser, Torres —dijo él, alzando las manos como si no tuviera intenciones ocultas. Pero su tono tenía esa mezcla peligrosa de humor y ternura que ya no sabía cómo esquivar.
Un silencio largo.
Solo se oía el zumbido del proyector encendido y el lejano sonido de los teclados en otras salas.
—¿Tú confías en ti mismo? —preguntó ella, sin levantar la voz.
—Depende el día.
—¿Y hoy?
—Hoy… sí. Porque estoy donde quiero estar.
La frase se quedó flotando entre ellos como un secreto recién liberado.
Giovanna no respondió de inmediato.
Se quedó mirando su laptop, como si allí estuviera la respuesta.
Y entonces el destino, que siempre está a la espera de su gran entrada, hizo su jugada maestra.
La electricidad se cortó en todo el edificio.
Oscuridad total.
Un par de gritos en las oficinas contiguas.
Unos cuantos “¿qué pasó?” y celulares encendiéndose como luciérnagas improvisadas.
Ellos dos, encerrados en una sala de vidrio, solos.
Con el silencio más palpable que nunca.
Fabián se levantó.
—Creo que el universo quiere que tengamos esta conversación sin PowerPoint.
Giovanna rio, breve, sin moverse.
Luego, respiró hondo.
—A veces me asusta que tú estés tan… tranquilo. Tan seguro.
—No lo estoy. Solo finjo bien.
—Eso no ayuda.
—Entonces deja de pensar que esto tiene que ser tan complicado. Solo estamos… hablando.
—¿Y si no solo estamos hablando?
Fabián se acercó.
La poca luz del pasillo iluminaba apenas su silueta.
No dijo nada.
Tampoco intentó tocarla.
Pero estaba ahí.
Cerca.
Presente.
Y con los ojos puestos en ella, como si cada palabra que dijera fuera un paso sobre un hilo flojo.
—Entonces —dijo él, despacio— no hablemos. Pero no huyas.
La electricidad volvió en un parpadeo.
La luz blanca y cruel del techo lo envolvió todo como si nada hubiera pasado.
Pero algo sí había pasado.
Ella bajó la mirada, con una media sonrisa resignada.
—Tenemos que terminar el teaser.
—Claro —respondió él, sentándose de nuevo.
—Y después…
—Después, lo que tenga que pasar, pasará.
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Editado: 03.09.2025