El jueves amaneció envuelto en una bruma espesa, de esas que no mojan, pero pesan. El cielo tenía ese gris premonitorio que parece advertir que algo —o alguien— está a punto de desbordarse.
En la agencia, todo transcurría con su caos habitual: cafés olvidados en escritorios, pantallas repletas de moodboards inacabados, creativos en su eterna coreografía de ideas sueltas y deadlines que respiraban en la nuca. Pero en la sala de reuniones, donde Giovanna y Fabián solían moverse como engranajes perfectamente calibrados, había aparecido una nueva pieza en el tablero: Emilia Rossetti.
💘 —>: Emilia… Ah, la vieja jugada de la pieza nueva en el tablero. Algunos la llaman competencia, yo la llamo catalizador. No es que quiera ver el mundo arder —bueno, quizá un poquito—, pero nada acelera la química como la presencia de un tercero con timing perfecto y sonrisa milimétrica.
Y no solo observaba. Jugaba.
—Fabián, ¿puedes quedarte un momento después de la reunión? —preguntó Emilia, con esa cortesía europea que sonaba a terciopelo… pero pinchaba como alfiler—. Me gustaría repasar contigo los ajustes que hablamos anoche.
Giovanna, que ya recogía sus cosas, apenas levantó la mirada. El gesto fue neutro, pero en su interior la frase “los ajustes que hablamos anoche” le cayó como una piedra al agua, creando ondas que no quería mostrar.
—¿Anoche? —dijo con voz suave, como quien mide la temperatura del agua antes de sumergirse.
—Sí —contestó Fabián rápido, demasiado rápido—. Coincidimos en un cóctel con otros directivos. Fue espontáneo.
—Muy espontáneo —añadió Emilia, con una sonrisa que simulaba inocencia, pero traía pólvora escondida.
La presencia de Emilia comenzó a modificar el clima de las reuniones. Opinaba más de lo necesario, desafiaba las ideas con una elegancia que cortaba, y dirigía sus comentarios a Fabián con una familiaridad milimétrica, como quien recuerda secretos sin decirlos en voz alta.
Una tarde, durante una presentación interna, dejó caer su bomba con delicadeza estudiada:
—Creo que deberíamos considerar una narrativa más sensual. Algo que tenga… química.
—¿Entre qué elementos? —preguntó Giovanna, firme, sin perder el control.
—Entre los protagonistas. Que el espectador sienta una tensión latente… algo como lo que ustedes dos proyectan cuando trabajan juntos —remató, con esa sonrisa suya que encendió risitas alrededor de la mesa.
Giovanna respondió con otra sonrisa, impecable en la superficie, pero por dentro se tensaba. No era la insinuación lo que le molestaba —ella sabía que algo existía con Fabián, aunque aún no tuviera nombre— sino la manera descarada en que Emilia jugaba con el subtexto como si fuera su propiedad intelectual.
Más tarde, revisando los materiales juntos, Giovanna soltó sin apartar la vista de la pantalla:
—¿Te molesta que ella haga esos comentarios?
Fabián exhaló, como si soltara aire contenido desde hace días.
—No me molesta… me incomoda. Pero no sé cómo ponerle límites sin que parezca que estoy aclarando algo que nadie ha preguntado.
—Yo sí lo estoy preguntando.
La mirada de él se suavizó.
—Entonces sí, Gio. Me incomoda. Porque ya no estoy donde ella cree que estoy. Y porque… me importa lo que tú pienses más que lo que ella insinúe.
Ese “me importa lo que tú pienses” quedó flotando entre ellos, como una nota sostenida que ninguno se atrevió a cortar. No era una declaración. Pero era algo.
Cuando salían hacia el estacionamiento, Emilia apareció como si hubiera ensayado su entrada.
—Fabián, ¿te importa si te robo un momento?
—Depende —dijo él, esta vez con una sequedad que llamó la atención—. Estamos saliendo juntos… Giovanna y yo tenemos que revisar unos layouts.
El silencio que siguió fue tan abrupto que hasta el viento pareció detenerse. Giovanna lo miró de reojo, notando que el “estamos saliendo juntos” era una ambigüedad calculada, tan peligrosa como deliciosa.
Emilia sonrió, pero ya no con esa calma de cazadora; esta vez, la incomodidad le rozó la comisura de los labios.
—Entonces no los interrumpo. Me avisas si tienes tiempo más tarde —dijo, y se marchó con pasos que sonaban a retirada estratégica.
—¿“Estamos saliendo juntos”? —preguntó Giovanna, arqueando una ceja, intentando disimular la mezcla de sorpresa y cosquilleo que le recorrió la espalda.
—¿No lo estamos? —replicó él, con ese tono a medio camino entre broma y declaración, sin quitarle los ojos de encima —. Estamos… saliendo del edificio. Eso es todo — continuó, sin poder evitar que la comisura de sus labios se levantara apenas.
—Ajá. Y yo soy diseñadora solo porque sé usar Photoshop —ironizó, acercándose un paso más.
Giovanna sintió que el aire entre ellos se volvía más denso, cargado de algo que no estaba en el guion.
—No empieces, Fabián.
—¿Y si ya empecé? —dijo él, con una media sonrisa que, de cerca, parecía peligrosa.
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Editado: 03.09.2025