El Último Deseo de Cupido

✨Capítulo 47– Jugadas a distancia

La notificación llegó como un susurro inesperado entre la avalancha gris de correos rutinarios:

“Invitación a participar como conferencista en el Congreso Internacional de Creatividad y Marca – Lisboa 2025”

Giovanna parpadeó un par de veces, incrédula. Había enviado esa postulación meses atrás, casi como un experimento personal, sin expectativas reales. Pero ahí estaba: su nombre impreso, pasajes cubiertos, estancia pagada… y una sala para ella sola con más de doscientos asistentes esperándola.

—¿Lisboa? —preguntó Fabián cuando ella le contó, mientras compartían café en la terraza de la agencia.

—Lisboa —repitió ella, con una mezcla de nervios y orgullo que le tensaba la voz—. Me voy una semana.

—¿Una semana sin tu humor negro y tus comentarios sarcásticos? Esto será una oficina aburridísima.

Ella le dio un leve golpe en el brazo, sonriendo.

—Podrás sobrevivir. Seguro, Emilia, te mantiene entretenido.

—Ah, vamos… —dijo él, torciendo el gesto, como si la broma le hubiera tocado un punto sensible.

Pero bajo la superficie, algo se removía en ambos. Ese viaje no era solo un cambio de coordenadas: era un recordatorio de que la vida se movía, incluso cuando uno aún no se decidía a llamar a algo por su nombre.

El día de la partida, Giovanna se despidió con ligereza, arrastrando la maleta mientras los nervios le zumbaban bajo la piel. No miró hacia atrás al salir de la oficina, aunque supiera —casi con certeza— que Fabián la observaba desde la sala común. A veces, lo importante no era el adiós, sino ver quién se quedaba esperando.

En su ausencia, la agencia siguió girando… pero a un compás distinto. Fabián sentía el hueco, no solo en las reuniones —donde echaba de menos sus ideas afiladas y la facilidad con la que ella manejaba cualquier crisis—, sino en los detalles mínimos: la taza roja olvidada en la cocina, la música suave que escapaba de su escritorio, el aroma a canela del té que siempre dejaba enfriar.

Y justo entonces, Emilia movió ficha.

Había esperado el momento exacto. No uno cualquiera, sino ese: pasillo silencioso, él distraído, agenda libre. El hueco que Giovanna había dejado no se llenaba solo; había que llenarlo con algo familiar. Y ella siempre ha sido muy buena en eso.

—¿Tienes planes para esta noche? —preguntó con voz ligera, como si no llevara ensayando la frase toda la tarde.

Lo vio dudar. Ese segundo de silencio fue oro puro.

—Perfecto. Ven a cenar a casa —remató antes de que pudiera inventar una excusa—. Es más fácil trabajar allá… y tengo vino. Bueno, no el de la agencia.

Él sonrió. Lo tenía.

—Solo si hay pizza.

—Pizza y vino —dijo, inclinando apenas la cabeza—. No sé cómo no nos casamos antes.

Lo último quedó flotando en el aire, cómo un gas tóxico esperando ser respirado para hacer efecto.

En su departamento todo estaba en su lugar: luz cálida, mantel sin arrugas, velas que no olían demasiado (detestaba que compitieran con la comida). La pizza llegó cinco minutos después que él, y el vino estaba reposando en la copa antes de que se sentara.

No tenía prisa. No necesitaba gestos evidentes; eso asusta. Mejor sembrar despacio: comentarios elogiosos, disfrazados de recuerdos, proximidad medida, como receta de repostería, risas que parecían espontáneas, pero tenían coreografía.

—¿Sabes? A veces creo que seguimos orbitando en la misma galaxia por algo —, dijo mientras llenaba su copa.

—No te preocupes, no estoy intentando nada raro —añadió dándole un trago al vino—. Solo digo que, a veces, la vida te pone a prueba… para que elijas de nuevo.

Fabián sonrió, fingiendo no entender. Ella no se preocupó. Hay cosas que no se dicen para que fermenten solas.

Esa noche no iba a forzar nada. Las mejores partidas no se ganan con un movimiento; se ganan con una secuencia que el otro no ve venir hasta que ya no hay salida. Y ella… siempre juega a largo plazo.

Mientras tanto, al otro lado del océano, Giovanna se asomaba al balcón de su hotel en Lisboa con el corazón todavía vibrando. Su presentación había sido un éxito rotundo: aplausos, contactos, propuestas. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que su valor no dependía de vínculos indefinidos. Estaba brillando sola. Sin sombras.

Con una copa en la mano, escribió un mensaje breve:

“Sobreviví. Me aplaudieron. Y no he quemado Lisboa… aún.”

Esperó. Nada.

Pasaron minutos. Luego horas. Nada.

Giovanna apoyó el celular en la mesa. La pantalla seguía en silencio. Respiró hondo, dejando que la brisa del Tajo le despeinara. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que no necesitaba la respuesta inmediata de nadie para validar lo que acababa de lograr.

Mientras tanto, el teléfono de Fabián vibraba sobre una mesa… olvidado entre dos copas y una conversación peligrosamente íntima.

Y el reloj siguió corriendo.

💘 —>: “Ah, la distancia. El condimento secreto. Un océano de por medio y, sin embargo, las vibraciones siguen corriendo como corriente eléctrica. Giovanna brilla sola en Lisboa —y yo aplaudo, porque nada enciende más un vínculo que la certeza de que el otro no te necesita para brillar.




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