(O de cómo un almuerzo improvisado se convirtió en un refugio)
Fue Fabián quien propuso la escapada.
—¿Y si no volvemos directo a la oficina? ¿Y si nos robamos la tarde?
—¿Un secuestro voluntario? —preguntó Giovanna, divertida.
—Un almuerzo sin correos, sin cronogramas, sin Emilia rondando como ave de rapiña. Solo tú, yo, y una mesa con comida decente.
La risa de ella fue la primera señal de que la idea le gustaba. La segunda, que sin decir nada más, se subieron al auto y salieron.
El restaurante quedaba en una zona tranquila, con ventanales abiertos y manteles de lino. No era pretencioso, pero tenía ese aire de descubrimiento que lo volvía un lugar secreto. Fabián eligió una mesa junto al ventanal. Giovanna, sin maquillaje y con el cabello recogido de forma imperfecta, estaba más hermosa que en cualquiera de las sesiones fotográficas que habían compartido.
—Esto se siente raro —dijo ella mientras hojeaban el menú.
—¿Raro, bien o raro, mal?
—Raro nuevo.
Pidieron vino blanco, algo que nunca se habrían permitido en horario laboral. También compartieron un plato de pasta, riéndose de lo torpes que parecían al principio, como si fueran adolescentes, en una cita que ninguno se atrevía a nombrar como tal.
—¿Crees que lo nuestro funcione fuera de la burbuja? —preguntó él, girando la copa, sin atreverse a mirarla.
—No lo sé. Pero, por primera vez, no me importa tener todas las respuestas. Solo quiero ver qué pasa si tú no huyes y yo no me adelanto al final.
Él la miró entonces, sin defensas. Sus ojos oscuros parecían decir lo que su voz callaba: “yo tampoco quiero correr esta vez”.
Después del postre caminaron por el parque cercano. El sol se inclinaba y los árboles proyectaban sombras largas sobre el sendero. Fabián tomó su mano con naturalidad, sin pedir permiso. Giovanna apretó un poco, como quien dice “sí” sin necesidad de pronunciarlo.
—Esto también somos nosotros —dijo ella—. No solo el caos, el trabajo, las dudas. También somos esto: caminar sin apuro, reír por tonterías, guardar silencio sin incomodidad.
—Zona segura —murmuró él.
Ella sonrió. No era una declaración épica, ni un beso cinematográfico, pero algo se consolidaba entre ellos: la certeza de que podían estar juntos sin necesidad de espectáculo.
💘—>: ¡Ah, miren, qué lindo! Dos adultos funcionales descubriendo que se puede estar juntos sin incendiar la casa ni declararse en medio de la lluvia. Bravísimo. Mientras tanto, yo —el que supuestamente lanza flechas para provocar tormentas hormonales— me encuentro patrocinando tardes de vino blanco y frambuesas.
Sí, me estoy ablandando. O tal vez solo disfruto verlos bajar la guardia y llamarlo “zona segura”. Igual, no se confíen: todo esto tan idílico es como una manta de lana… cálida, pero si tiras de un hilo, se deshace rapidito… bueno, digamos que tengo un vuelo programado con turbulencias.
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Editado: 03.09.2025