El Último Deseo de Cupido

✨Capítulo 53 – Punto de no retorno.

Hablaron poco de camino a casa de Giovanna, pero para ella el silencio fue una eternidad. En su mente, una y otra vez, se repetía la misma pregunta: ¿qué hacer cuando el auto se detuviera frente a su puerta?

Si lo invitaba a pasar, sería un atrevimiento… aunque quizá valiera la pena. Si no lo hacía, tal vez lo lamentaría el resto del día, y quién sabe por cuánto tiempo.

No llegó a decidirlo. Fabián, sin pedir permiso, la acompañó hasta la puerta.

—Gio… ¿y sí…? —murmuró, con la voz cargada de dudas.

—No hables —lo interrumpió ella de inmediato, temiendo que la indecisión la venciera otra vez.

Antes de pensarlo, lo tomó del rostro con ambas manos y borró cualquier distancia entre los dos.

Sus dedos rozaron la piel de su mandíbula, firme y cálida. Fabián se quedó quieto, sorprendido, con los ojos fijos en los de ella. El silencio se hizo más denso, como si todo alrededor hubiera desaparecido.

A Giovanna no le dio tiempo de reaccionar. Lo atrajo hacia sí y sus labios se encontraron en un beso breve, casi torpe, como una primera prueba. Al separarse apenas un instante, vio en su mirada la chispa encendida, esa mezcla de deseo y desconcierto que la empujó a no detenerse.

Volvió a besarlo, esta vez con más decisión. La boca de él respondió enseguida, firme, profunda, como si hubiese esperado ese momento demasiado tiempo. La respiración de ambos se aceleró y sus cuerpos se acercaron con naturalidad, pegándose hasta que la distancia desapareció por completo.

Fabián la rodeó por la cintura, sosteniéndola con una fuerza que contrastaba con la suavidad de sus labios. Giovanna sintió cómo el calor subía por su cuerpo, cómo la urgencia le recorría la piel mientras el beso se prolongaba, húmedo, creciente, inevitable.

Cuando al fin se separaron, apenas unos centímetros, ella seguía con las manos en su rostro, respirando agitada.

—No quiero pensar —susurró, y volvió a buscar su boca, decidida a dejar que el instante hablara por los dos.

El contacto comenzó sereno, pero pronto se volvió más profundo. Sus labios se abrieron y él la buscó con la lengua, rozándola primero con cautela, luego con decisión. El roce era húmedo, insistente, y ella respondió de inmediato, encontrándolo en un ritmo que se volvía cada vez más intenso.

El calor se acumuló rápido. La boca de él estaba tibia, húmeda, con un sabor que ella no reconocía, pero que quería prolongar. Cada movimiento despertaba una corriente que le recorría el cuerpo. Él sostuvo su mejilla con firmeza, guiando el beso con una mezcla de urgencia y cuidado, como si no pudiera apartarse.

La respiración de ambos se entrecortaba, chocando en la mínima distancia cuando se detenían apenas un segundo antes de volver a unirse. Había un leve sonido húmedo en cada encuentro, una marca que hacía imposible disimular la intensidad del momento.

El cuerpo de él se pegó al suyo, transmitiéndole el calor de cada línea de su figura. Ella sintió el peso de su pecho contra el suyo, el temblor en la presión de los labios y la tensión creciente en el aire.

Cuando el beso se prolongó, la lengua de él se entrelazó con la suya en un movimiento más profundo, más ansioso. Fue ahí donde el tiempo se desdibujó: solo quedaba la humedad del beso, el ritmo agitado de la respiración y la certeza de que ese contacto no era suficiente, que siempre pedía un poco más.

💘—>: ¡Por el rayo sagrado de Zeus! Creo que se me fue la mano con el polvo del amor de Venus.

El beso se hizo más largo, más profundo. Cada movimiento de sus labios arrastraba el aire, dejándolos sin aliento, como si el oxígeno pasara de uno al otro. Él la sostuvo con más fuerza por la cintura, acercándola hasta borrar cualquier distancia.

Sus bocas se separaron apenas, lo justo para que el aliento tibio de él rozara su mejilla antes de buscar su cuello. Los labios bajaron con lentitud, dejando un rastro húmedo sobre la piel. Ella cerró los ojos, entregándose a esa sensación que vibraba hasta la espalda.

La respiración de los dos se volvió irregular. El roce de las manos empezó a explorar más allá del abrazo inicial. Él deslizó los dedos por su espalda, deteniéndose en cada curva, mientras ella se aferraba a sus hombros, notando la firmeza de su cuerpo bajo la tela.

—Dime que no te vas a arrepentir después — susurró Fabián entre un suspiro.

Ella no emitió palabra alguna, solo movió la cabeza en negación; por consiguiente, él no necesitó palabras.

El beso regresó a su boca con urgencia, más hambriento, más intenso. Las lenguas se encontraron otra vez, enredándose en un vaivén húmedo y cada vez más profundo. Un sonido bajo escapó de ella, involuntario, y él respondió pegándose aún más, atrapándola en el calor que crecía entre ambos.

Las manos se volvieron más atrevidas. Él buscó la línea de su cintura y subió lentamente, explorando la forma de su silueta. Ella correspondió deslizando sus dedos por la nuca, bajando después por su espalda, sintiendo cómo cada músculo se tensaba bajo su toque.

La urgencia se volvió evidente. Los besos ya no eran pausados sino insistentes, cargados de un deseo que pedía más que labios. La piel rozaba piel, el calor se acumulaba en cada punto de contacto, y el mundo alrededor desapareció.




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