(O de cómo Emilia sabía aparecer justo a tiempo).
El día siguiente, todo parecía seguir su curso. Llegaron a la oficina con café en mano y sonrisas que intentaban pasar por casuales. No hablaban de la tarde anterior, más allá de las fotos de la campaña, pero lo traían encima, como si fuera un perfume invisible que solo ellos podían oler. La complicidad seguía ahí, flotando entre sus escritorios.
Hasta que Emilia llegó.
💘—>: ¡Esperen! ¿qué hace ella aquí? Su campaña ya concluyó… a no ser qué… Anteros… ¡Ven aquí!
Con un blazer rojo impecable, tacones que resonaban como tambores de guerra y una carpeta en la mano, apareció en la sala de reuniones con esa energía vibrante —y peligrosamente calculada— que había aprendido a usar como una segunda piel.
—¡Buenos días, equipo! Espero que hayan descansado —dijo, clavando sus ojos en Fabián por una décima de segundo más de lo necesario—. Algunos, al parecer, más que otros.
Nadie dijo nada. Pero Giovanna lo sintió. Esa pausa, esa mirada. Y la sutil sonrisa con la que Emilia se sentó justo al lado de Fabián, sin dejar espacio entre sus sillas.
La reunión transcurrió como siempre. Emilia mostraba los cambios que la empresa ha sugerido para la estrategia digital, compartía ideas, hacía preguntas. Pero su tono, su manera de tocar el brazo de Fabián al subrayar un punto, el modo en que lo llamaba “Fabián, querido” … Todo era tan suave como el filo de una hoja.
Giovanna guardó silencio. Respondió con profesionalismo cada vez que le tocó intervenir. Pero algo dentro de ella se removía. No era celos, no del todo. Era la sensación de que el espacio que habían creado con tanto cuidado estaba siendo invadido.
Al final de la reunión, cuando todos comenzaron a salir, Emilia se acercó a Fabián con una sonrisa privada:
—¿Tienes cinco minutos? Me gustaría revisar unas ideas contigo a solas.
Él dudó. Fue apenas una sombra, pero Giovanna lo notó. Y en lugar de decir algo, se limitó a asentir con la cabeza y salió con el resto del equipo, sintiendo un frío antiguo en el pecho. El mismo que aparecía como un mal augurio.
Horas después, se encontraron junto a la máquina de café. Fabián traía cara de tensión. Giovanna fingió que no notaba.
—Te ves contento. ¿Sobreviviste a las ideas de Emilia?
—Sí, pero está en modo vendaval.
—¿Y tú? ¿En qué modo estás?
La pregunta flotó, sonado más pesada de lo que quiso que sonara.
Él la miró, como tanteando el terreno.
—En modo “no quiero que esto se estropee.” No dejes volar tu imaginación.
En su mente, la tarde perfecta se iba disolviendo entre los sonidos de los tacones de Emilia y el eco de sus silencios.
💘—>: A veces, los terremotos comienzan con un susurro. Así como en Pompeya.
La mañana en la oficina tenía ese olor a café, trabajo y mucho estrés. Giovanna encendió su computadora, intentando que el teclado absorbiera toda su atención. Lo último que quería era pensar en lluvia, apagones o miradas que duraban más de lo que la cordura recomendaba.
Pero el destino —o más bien, su versión con alas y pésimo sentido del humor— tenía otros planes.
—¡Fabián! —canturreó Emilia desde la entrada—. Necesito tu opinión urgente sobre unas fotos.
“Urgente. Claro.” Pensó Giovanna presionado el teclado.
Él levantó la vista de la pantalla y, por primera vez en mucho tiempo, su respuesta no fue inmediata.
—Claro… pero primero voy a ver un asunto con Gio. —Dicho con la naturalidad de quien dice “voy a buscar agua”, pero con la intención de un movimiento de ajedrez.
Emilia parpadeó. Una fracción de segundo, pero lo suficiente para que Giovanna captara la grieta.
—Tranquila, no te lo robo mucho tiempo —añadió ella, ya acercándose al escritorio de Gio.
Se inclinó, revisó un par de documentos en su pantalla y murmuró:
—Eres buena, me gusta tu trabajo.
Giovanna no vio venir un cumplido por parte de Emilia, por un instante quedó perpleja, pero supo defenderse, porque el supuesto cumplido tenía su segunda intención.
—Lo sé —respondió mirando fijamente a Emilia —. Siempre imprimo mi sello personal en todo lo que toco.
—Se nota… —las palabras de Emilia quedaron suspendidas como partículas peligrosas.
—Vamos Emilia, tengo más cosas que hacer —se apresuró a decir Fabián, cortando el aire incomodo del momento.
El día transcurrió con pequeñas dosis de tensión. Fabián buscaba excusas para interactuar con Giovanna, y cada una era un pequeño golpe al ego de Emilia, que respondía con sonrisas tensas y comentarios envueltos en terciopelo envenenado.
La estocada final llegó en la reunión de última hora.
Presentación improvisada. Sala llena.
Giovanna exponía un concepto creativo; Fabián, de pie junto a ella, iba proyectando imágenes. Emilia, desde la mesa, soltó:
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Editado: 03.09.2025