El Último Deseo de Cupido

✨Capítulo 56 – En pausa.

(O de cómo la distancia también puede ser un acto de amor propio)

Giovanna no respondió el mensaje. No porque no lo hubiera leído. Lo hizo. Tres veces. En diferentes momentos de la noche. Releyó cada palabra, cada pausa. “No estoy jugando contigo. Eres la parte que me da calma.”

¿Y entonces por qué todo se sentía tan… ruidoso?

Cuando llegó a la oficina a la mañana siguiente, saludó con amabilidad, trabajó con eficiencia, y se mantuvo perfectamente… cordial. Ni distante, ni fría. Solo serena. Como quien ha puesto un muro invisible y blando entre el pecho y el mundo.

💘—>: “Y yo, desde mi rincón invisible, me preguntaba: ¿cuándo mi flecha se convirtió en un adorno de pared?

Fabián, en cambio, caminaba como quien lleva una piedra en el zapato, pero se empeña en sonreír para la foto. Buscaba sus ojos, luego los esquivaba. Yo casi quería gritarle: ¡decídete, hombre! Esto no es tenis, no hace falta mirar a los lados.

Y Emilia… Emilia brillaba otra vez. Aunque esta vez, el brillo era más agudo. Más consciente. Como quien sabe que el escenario está armado y que la otra actriz decidió bajarse del acto. Sonreía con dientes y con intención.”

En el pasillo, detrás de la sala de reuniones, el encuentro fue inevitable. Se miraron apenas un segundo.

—¡Ven acá! —escuchó decir, justo antes de ser arrastrada al cuarto de archivo—. ¿Por qué no me respondiste anoche? ¿Por qué me estás evitando?

—Anoche me dormí temprano. Y en cuanto a evitarte… ¿Por qué debería?

Sus palabras sonaban firmes, pero sus ojos no coincidían. Había en ellos un destello de rabia… o quizá de decepción.

—Lo que escribí anoche es cierto —dijo él, bajando la voz—. Tú eres mi calma, Giovanna.

—¿Me viste cara de valeriana o qué? —replicó ella, intentando una broma que no le salió del todo convincente.

Fabián soltó una risa breve, pero sus ojos permanecieron clavados en los de ella. Alzó la mano y le levantó la barbilla con suavidad, obligándola a sostenerle la mirada.

—¿Y qué si es así?

La cercanía entre ambos se volvió sofocante. Sus piernas se rozaban y el calor se expandía con rapidez.

—Te recuerdo que estamos en el trabajo… —susurró Giovanna, sin convicción alguna.

Fabián se inclinó hacia su oído.

—Nadie vendrá aquí —murmuró.

Su voz sonó ronca, peligrosa, como si hubiera prometido más de lo que podía cumplir. El aire en el cuarto cerrado se espesó de inmediato. Giovanna apenas alcanzó a inhalar cuando Fabián la besó. Fue un roce primero, después un mordisco suave que le robó un gemido ahogado.

El intercambio de alientos aceleró el pulso de Giovanna, que se dejó arrastrar por la presión de sus manos en su cintura.

Sus dedos comenzaron a explorar con calma peligrosa, desabotonando uno a uno los botones de su blusa. El roce de su piel desnuda lo encendió aún más; él hundió el rostro en el hueco tibio de su pecho, respirando hondo, mientras ella contenía un gemido que se le escapaba contra su hombro.

Las caricias se volvieron más atrevidas, más urgentes. El calor de sus cuerpos amenazaba con desbordarse en cualquier instante. Nada importaba: ni dónde estaban, ni si alguien podía entrar. Solo el deseo que los envolvía y el ritmo de las manos que buscaban más.

Pero unas voces junto a la puerta interrumpieron el momento. Ambos quedaron congelados, conteniendo la respiración, intentando silenciar hasta el más mínimo sonido. El mundo se redujo a la tensión en sus cuerpos y al roce entre ellos, contenido a la fuerza.

El murmullo al otro lado de la puerta se hizo más claro: pasos, risas, palabras sueltas que se mezclaban con el silencio opresivo en el cuarto. Cada sonido exterior volvía más evidente la tensión dentro. Ella cerró los ojos, con el corazón desbocado, consciente de que cualquier ruido los delataría.

El peligro debería haberlo hecho apartarse. Pero no lo hizo. En lugar de eso, buscó sus labios otra vez. El beso fue lento, prohibido, profundo, casi silencioso, cargado de esa mezcla entre miedo y deseo. La adrenalina del riesgo lo tenía atado a ella, más que cualquier deseo. Sabía que podían descubrirlos, que un movimiento en falso acabaría con todo. Y, aun así, no pudo soltarla.

Los labios de Fabián la hacían vibrar más que cualquier caricia. Giovanna intentó resistirse, pero sus labios se abrieron sin poder evitarlo. La prohibición, el riesgo, la cercanía del descubrimiento lo hacían todo más urgente.

Los pasos se alejaron al fin, perdiéndose en el pasillo. El silencio volvió, absoluto. Solo quedaba la respiración agitada de ambos.

Giovanna lo miró con una mezcla de reproche y deseo, con la blusa aún desordenada y el cabello revuelto. Supo que no podía culparlo a él: había sido ella quien no había querido detenerlo. Con las manos temblorosas se acomodó, como si eso bastara para borrar lo ocurrido, y salió del cuarto de archivo sabiendo que esa “trampa” no había hecho más que cerrarse un poco más sobre los dos.

Una trampa en la que había caído con los ojos abiertos.




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