El último día

CAPÍTULO IV

Antes del día.

Daniel baja del auto y abre el cofre. Al igual que Daniel, salgo del auto y me coloco a su lado.

-¿Qué tan mal está? –Pregunto colocando ambas manos en mi cintura.

-No tengo idea. –Me observa. –No sé sobre mecánica.

Me rio levemente.

-Eres hombre, deberías saber algo sobre mecánica.

-Tú eres mujer, deberías saber cocinar. –Contraataca.

Vuelvo a reír.

-No se cocinar, pero te encanta el espagueti que hago.

-¿Tengo otra opción? –Le doy un golpe leve en el hombro. –Es broma, te queda delicioso.

-No volveré a cocinar espagueti para ti. –Río divertida.

Me abraza por la cintura y esconde su rostro entre mi cuello y mi pecho. Se aleja de mí y saca su celular de su bolsillo.

-Llamaré a Alex para que venga por ti.

-Puedo esperar contigo. –Tomo su brazo.

-Lo sé amor, pero no quiero que se moleste conmigo por tardar en llevarte a casa.

-Alex no se molesta... -Me observa por unos segundos. –Tal vez un poco.

Mi hermano no tardó en llegar al igual que el mecánico al que Daniel llamó.

Me despedí de Daniel y me fui con Alex.

-Alex... -Me da una mirada rápida y continua conduciendo. –Tu estas celoso de...

-¡Por supuesto que no! –Responde de inmediato.

Suelto una leve risa.

-De acuerdo está bien. –Observo por la ventana.

-¿De verdad Daniel te hace feliz? –Pregunta de la nada.

Lo observo confundida. ¿Por qué pregunta eso? ¿No era obvio?

-Claro que sí, ¿Por qué me preguntas eso? –Lo observo esperando una respuesta.

-Por nada, es solo que a veces me parece raro que Daniel puede llegar a ser parte de la familia... es raro para mí.

-Si piensas que dejaré de quererte sólo porque amo a Daniel, déjame decirte que eso no pasará.

Niega con la cabeza, y sonríe.

-Por favor ya consíguete una novia, odio cuando te pones melancólico.

Me observa y vuelve a sonreír, sólo que esta vez una leve carcajada lo acompaña.

El auto de Daniel ya estaba listo, no era nada grave según él, solo se había apagado por alguna razón que Daniel no tenía ni idea, y aunque la supiera y me lo explicara, seguro no le entendería.

-Cuando llegues a casa avísame. –Dije con el celular en mi mano; estaba en altavoz.

-Sí, lo haré. –Responde Daniel. –Te amo, nos vemos mañana.

-Te amamos. –Gritó Alex desde la cocina.

Lo último que escuché fue la risa de Daniel.

Después.

-Halana.

Escucho dos golpes en la puerta, pero no respondo. Estoy muy cansada como para responder.

-Por favor abre la puerta. –Vuelve a decir mi madre. –No me gusta que estés todo el día encerrada en tu habitación.

Vuelve a quedar todo en silencio. Minutos después escucho el sonido de unas llaves contra la puerta. Finalmente se abre y por el rabillo del ojo logro ver a mi madre.

Desde que desperté había estado sentada en la cama mirando al frente.

-Llamaron de la universidad. –Guarda silencio esperando respuesta de mi parte, y al no tenerla, continúa. –Necesitas regresar a tus clases, no puedes seguir faltando.

-No quiero ir.

Escucho un sollozo de su parte. Se calma antes de continuar hablando.

-Me deprime verte así, hija.

-Entonces no me veas.

Se acerca de repente a mí y toma mi mano.

-Halana, necesitamos seguir adelante. –Corre una lágrima por su mejilla. –Esto también me duele a mí, demasiado, como no tienes idea, y más al verte así.

Continúo con mi vista al frente, y mi madre por fin se percata de lo que estoy observando.

-Tienes que quitar eso de la pared. –Apunta a los planos pegados en la pared frente a mi cama. –No puedes seguir así.

Acerco mis piernas a mi pecho y escondo mi cara entre mis piernas y mis brazos, y comienzo a llorar sin control alguno.

Al instante también escucho el llanto de mi madre.

-Hija por favor. –Me abraza, y después de rechazarla muchas veces termino abrazándola también. –Saldremos de esto, ya lo hicimos una vez, podremos de nuevo.

Por un momento siento que me ahogo con mi propio llanto, pero después me desahogo con un grito de dolor en mi pecho.

-Ya no puedo mamá. –Vuelvo a llorar. –Esto me está matando.

-Lo sé amor, pero tenemos que ser fuertes.

Ambas lloramos por un largo rato, sin control alguno, nadie podía negarnos el llanto, ya que el dolor era lo único vivo en nuestro interior.

 




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