El último día

CAPÍTULO X

El día del accidente.

 

Los padres de Daniel fueron a reconocer el cuerpo de su hijo, al igual que mi madre y yo el de Alex.

Mi madre comenzó a llorar mucho antes de que mirara el cuerpo de mi hermano, y al verla llorar, también yo lo hice; esta situación estaba rompiéndome el corazón y el alma entera.

Mi madre cubrió su boca de asombro al ver a Alex. Cubrió su rostro recargándose en mi hombro. La abracé muy fuerte y comenzamos a llorar de nuevo.

Contra mi hombro, mi madre gritó el nombre de mi hermano. Volvió a dolerme el corazón.

-Quiero ver a Daniel. –Le dije al chico que nos había mostrado el cuerpo.

-¿Es familiar? –Preguntó.

-Su prometida... -La voz se me cortó. –Por favor, sólo un momento.

Le rogué y al final aceptó.

Mi madre regresó a la sala de espera con los padres de Daniel, mientras yo seguía al chico que me llevaría a ver el cuerpo de Daniel.

No podía creer que ese fuera Daniel, tenía que estar soñando, esto no podía ser.

Traté de ser fuerte y contener las lágrimas, pero no pude evitarlo. Mi cuerpo se había quedado congelado y no sabía qué hacer, solo lloré en silencio con la mirada en el suelo.

Cuando me pidieron que saliera, le di una última mirada a Daniel y salí con los ojos llenos de lágrimas.

El chico que me había llevado a ver el cuerpo de Daniel me detuvo antes de que yo regresara con mi madre y los padres de Daniel.

-El traía esto en su chaqueta. –Me entregó una pequeña caja negra.

Lo tomé y le agradecí antes de irme.

Me encontré un anillo con un pequeño diamante dentro de la caja. Cubrí la parte de mi nariz y mi boca para contener un sollozo; no lo logré.

Caí de rodillas al piso.

Daniel le había pedido a Alex que lo acompañara a recoger el anillo. El auto de Daniel tenía días fallando, y por alguna razón en ocasiones se apagaba. Después de recoger el anillo ambos iban por una vía rápida de regreso a casa, el auto se apagó, otro llegó por detrás y los golpeó con tanta fuerza que ambos se golpearon el rostro contra el vidrio. Alex había salido más afectado en el accidente.

Parecía que iban estar bien, pero ambos habían perdido demasiada sangre, pero de camino al hospital, Alex murió. Daniel pocos minutos después de llegar al hospital.

 

Días después.

Desde que se conocieron, siempre estuvieron juntos; el funeral fue doble, y eso me partía aún más el corazón.

Los padres de Daniel lloraban frente el ataúd de su único hijo.

Mi madre abrazaba el ataúd de Alex, mientras lloraba y gritaba con dolor.

Yo estaba sentada en algún lugar lejos de aquellos ataúdes, había llorado demasiado los últimos días y ya no quería hacerlo más.

Mi mirada estaba concentrada en nada en específico, parecía que estaba dormida con los ojos abiertos.

-Halana. -La voz de Gabriela había salido casi como un susurro. Colocó su mano sobre la mía. -Me duele tanto verte de esta forma.

La observo, sus ojos están bastante rojos por el llanto.

No dije ni una sola palabra.

Volteo hacia otra parte y bajo mi cabeza. Gabriela comenzó a llorar a mi lado.

La abrazo. Esto era lo que más me dolía de los funerales. No bastaba con mi llanto y mi dolor, sino que también tenía que ver el de otras personas, y eso me hacía sentir aún peor de lo que ya me sentía.

Gabriela se tranquilizó, pero su cabeza aún seguía en mi hombro.

Después volví a quedarme sola en aquel lugar.

Las personas entraban y salían, y yo siempre recibía las mismas palabras. Lo siento, decían siempre.

Me puse de pie y volví a la sala donde estaban los ataúdes.

Algunas miradas se volvieron a mí. No tenían que verme cada vez que pasaba. Ellos no merecían lo que les pasó, todo era tan injusto. 

La vida es tan injusta, me arrebató la felicidad justo cuando ya la tenía asegurada para toda la vida.

 

Después.

-Inténtalo, tenemos que superarlo. –Dijo mi madre dejándome frente a la universidad.-Lo haremos de nuevo, sólo que ahora solo somos tú y yo.

Le doy una mirada rápida para después abrir la puerta del auto e irme sin decir nada más.

Algunos compañeros de clase estaban enterados de lo sucedido, así que cuando me vieron, algunos se acercaron para abrazarme, y entre ellos estaba Ana.

-Lo lamento mucho. –Dice Ana mirándome.

-Gracias. –Dije en voz baja.

No quería estar en la escuela, solo lo había hecho para que mi madre estuviera más tranquila. No había salido de la casa en semanas, y mucho menos de mi habitación. Todos los días estaba acostada, casi no comía, así que mi rostro no era el mejor en estos momentos.

Cuando la clase finalizó el profesor me pidió que me quedara para hablar.

-Has tenido muchas faltas. –Comenzó a decir. –Pero las justificaré, se la razón por la cual no te has presentado a clases. Lo siento mucho.

Le doy un asentimiento.

-¿Cómo te sientes?

Era horrible tener que responder a esa pregunta. Simplemente ya no sentía.

Me encojo de hombros.

-Tus padres, ¿Cómo están? –Pregunta ignorando mi gesto.

-Mi madre, lo está superando. –Dije en voz baja. –Lo hace mejor que yo.

-¿Y tu padre? –Vuelve a preguntar, como si no se diera cuenta de que sus preguntas me dolían hasta el alma.

-Murió hace cinco años. –Lo observo algo molesta. –Cáncer de pulmón, por si estaba a punto de preguntar el motivo.

Doy la vuelta y camino hacia la salida del salón de clases.

Limpio con rabia las lágrimas que corren por mis mejillas. Odiaba ser tan débil, pero en estos momentos no me importaba serlo, tenía los motivos perfectos para llorar todo lo que yo quisiera.




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