«Hace millones de años, nosotros llegamos a esta dimensión cuando tan solo era un profundo vacío cuya oscuridad se extendía en la infinidad. Donde el destello de una luz pudiera haber parecido el más inverosímil de los arrebatos de un loco, o, desde cierta perspectiva, la más grande idea de un soñador.
Cuando nosotros llegamos, éramos catorce. Las razones por las que llegamos hasta aquí no las podrían entender o imaginar, pues las mentes de los «humanos» siguen siendo jóvenes e ingenuas. Sin embargo, podrán entender que aquí construimos nuestro y vuestro hogar. En un comienzo, tratamos de evitar los errores fatales que cometimos y que nos trajeron aquí. Construimos estas tierras como un reflejo de nuestros antiguos hogares, tratando de volver a los días donde nosotros no éramos los dioses de un lugar desconocido.
La primera forma de vida que creamos en este nuevo universo era distinta a ustedes, muy distinta. Su forma, su fisionomía, su color, su cultura. Sin embargo, había algo malo en ellos, algo muy malo, por lo que tuvimos que eliminarlos. No era lo que nosotros queríamos al inicio, pero al final, fue la única solución. Y quien llevó a cabo dicha matanza fue «Él». Y fue desde este punto donde «Él» quiso llegar a una perfección inalcanzable, evitando aquel mal interior de nuestros intentos por crear vida. Esto solo género más muerte de varias formas de vida, de las cuales, la casi absoluta mayoría de ustedes jamás tendrá conocimiento siquiera de que habitaron el mismo mundo.
Mi nombre no importa, puesto que mi existencia no es relevante para la difícil tarea que deben enfrentar. Pero espero que a lo largo de estas escrituras heredadas a ustedes puedan obtener respuestas, aunque se mantengan en secreto para siempre.
Y espero, que puedan hallar también con estos escritos, la forma de detener a sus secuaces, pero más importante, a Él».
CELT.
—¡Todos a sus puestos! —gritó un soldado bajo el marco de la puerta.
Un sonido de campanas resonaba una y otra vez, llamando a todos a cumplir con su deber. Muchos escucharon el llamado de forma instintiva y comenzaron a alistarse para cumplir con sus obligaciones. Sin embargo, los reclutas más nuevos se quedaron mirando sin saber qué hacer. Aunque con la presión de ver a todos ponerse sus armaduras y comenzar a correr hacia fuera, los imitaron con poca precisión.
Celt miró con miedo mientras todos sus compañeros corrían hacia la oscuridad que se amontonaba fuera. Con miedo, se levantó de la cama donde descansaba. Avanzó hasta ponerse justo debajo de la puerta. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde había ido la luz? No pudo distinguir mucho. Solo vio las antorchas de miles de soldados que corrían en una sola dirección.
Celt era un joven. Apenas tenía dieciocho años cumplidos. Tenía unos ojos grandes de colores naranjos que transmitían miedo. No era alto ni fornido, era más bien una persona que estaba en formación de músculos. Durante unos pequeños momentos, llevó su mano hacia su cabello corto y desaliñado.
Una vez más se preguntó qué pasaba.
Sintió una mano que lo tomó por el hombro y lo empujo hacia atrás. Celt cayó al suelo con fuerza, mientras un hombre pasaba corriendo a su lado junto a otros soldados que gritaban con lo que su voz les permitía.
Celt vio a la luz de las velas cómo sus compañeros restantes corrían hacia fuera. El sonido de las armaduras lo aterró. No sabía lo que ocurría, pero intuía que algo estaba mal. No quería levantarse del suelo, prefería quedarse como un pequeño bicho: quieto y esperando a que nadie lo notara. Como un niño que esperaba a que los adultos resolvieran todo por él.
Y en el fondo, eso era lo correcto. Celt no se sentía preparado. Se unió al Ejército del Alba sin mucha experiencia. Sus únicos logros en combate fueron jugar con otros niños en una plaza alejada. Peleaban con espadas de madera y palos. Celt muchas veces venció a otros. Pero, esto era distinto. Era real. Era aterrador.
Celt notó a alguien que se agachaba junto a él. Miró hacia un lado, y su amigo Kamir lo miraba con expectación. Su mirada de ojos cafés reflejaba confianza en sí mismo. Era alto, aunque, al igual que Celt, no tenía musculatura. Ya vestía su armadura de color negro junto a grandes hombreras que permitían la movilidad. Encima de su cabeza tenía un casco circular con una punta triangular que separaba sus ojos. Apenas se podían ver los mechones de un color idéntico al de sus ojos.
Celt y Kamir se vieron unos segundos, intentando comprender lo que acontecía. Ambos eran jóvenes. Habían llegado hasta el Lago del Ocaso buscando escapar de sus vidas. Celt escapaba de su familia, al igual que Kamir. El primero era un chico que vivió en la pobreza, mientras que el segundo venía de una familia importante de políticos en su reino natal. Pero en ese sitio no importaba nada de eso. El origen era solo el pasado que alguien dejaba atrás para servir en esas filas. Hombres y mujeres solo miraban hacia el futuro. Y eso era lo que llamó la atención de ambos jóvenes.
—Vamos, levántate —dijo Kamir, tirando de su amigo—. No podemos quedarnos aquí.
Celt sonrió de mala gana mientras se ponía de pie. Kamir y él habían llegado a la Fortaleza del Alba el mismo día. Eran los novatos entre los novatos. Apenas llevaban una semana entrenando. Ni siquiera habían prestado juramento aún. Y, aun así, se enfrentaban a algo desconocido.
—Gracias —dijo Celt. Prefería haberse quedado en el suelo.
—Te ayudo a ponerte la armadura —dijo Kamir con empatía.
No pasó mucho tiempo en el que Celt sintió el peso de la armadura, el peso de su decisión. Aun así, Kamir le sonrió para alentarlo. Después de todo, ya no había nada que hacer.
Ambos corrieron hacia la oscuridad. Fuera, miles de soldados corrían en dirección al lago. Muchos de ellos cargaban grandes estructuras de piedra. Muchos otros cargaban antorchas mientras daban instrucciones y gritaban con señales de mano. Era de día hace poco, pensó Celt, mirando al cielo. No tuvo tiempo de pensar. Kamir tiró de él con un empujón.