El Último Dios

Capítulo 1, parte 2: Arachs.

Merryl.

—Así que, Merryl está aquí —dijo la voz de una mujer.

—Podría decirse. Sin embargo, está en una cacería. No sé cuándo volverá —afirmó Cerbhall, moviéndose en su silla.

—Da igual, de todas formas, no vengo por él.

—¿Entonces a quién buscas?

—A ti. Traigo malas noticias.

—Allí están —dijo Celdrik, señalando hacia la base de la montaña—. Al parecer, la información era correcta; son tres.

En la falda de la montaña estaban las bestias. Un grupo de Arachs de mediana edad. Median dos metros y medio de altura. Su pelaje era blanco en sus patas y negro en todo su cuerpo. Básicamente, arañas gigantes, pero más peligrosas. Un pequeño tacto con su veneno y el cuerpo se inmoviliza en menos de un segundo, dejándote a su merced. Con normalidad, luego de cazar una presa, la llevan a su nido. Luego de ese punto, nadie podía imaginar lo que ocurría. No existía información en ningún libro de caza respecto a ello. Tampoco había antídoto. Eran letales, a lo menos en circunstancias normales.

Merryl observaba la zona. Se dio cuenta de que las Arachs llevaban unos cuantos días rondando. Los bosques detrás de ellas estaban cubiertos por sus telarañas. Los árboles se pintaban de una gruesa capa blanca que atrapaba a quien se adentrase. Las telas se extendían por varios metros hacia los lados, pero también por algunos metros hacia el interior del bosque. Los nidos de aquellas cosas estaban con seguridad hacia dentro. Un movimiento en falso cerca de esas trampas, y era una muerte segura.

Merryl miró unos pequeños bultos cerca de los árboles. Alguna criatura fue atrapada hace poco. No se movía ni se resistía. Por el tamaño, podría ser cualquier cosa. Un siervoleon o un oso enorme. En cualquier caso, estaba muerto.

—Así que, ¿cuál es el plan? —preguntó Celdrik.

—¿De verdad piensas bajar allí? —preguntó Brav asustado. Estaba temblando junto a la roca que lo ocultaba—. Yo no pienso bajar hasta ese lugar, ni loco. Solo con mirarlas desde aquí estoy muerto de miedo.

—Cálmate —dijo Merryl, mirando a Brav y a su compañero—. Como dije, ustedes solo son apoyo moral. Bajaré yo solo.

El grupo parecía tener sentimientos encontrados. Celdrik conservaba la calma, pero Brav y su compañero no podían ocultar su miedo a pesar de las palabras de Merryl. Cada tanto, ambos sacaban un poco la cabeza para ver a aquellas cosas. Las Arachs se movían de forma errática entre ellas, con movimientos raros y retorcidos.

—En serio, cálmense —dijo Merryl—. Escúchenme, las Arachs son letales si te metes con una de ellas; o si te metes con sus crías. Por lo general, esas cosas buscan espacios alejados para vivir; muchas veces una cueva o un lugar bajo tierra. De hecho, creo que son las primeras que se ven en estas partes desde hace décadas.

Y lo que decía Merryl era verdad. Las Arachs podían ser incluso vencidas por un número considerable de soldados. ¿Pero quién en su juicio iba a enfrentarse a esas cosas por el placer de hacerlo? Para eso estaban los cazadores.

—¿Para qué nos cuentas esto? —preguntó Brav.

—Para que se calmen y me dejen hacer mi trabajo —dijo Merryl riendo.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Celdrik una vez más.

—Yo bajo, las elimino y volvemos a casa a darnos un baño —dijo Merryl—. Sencillo y rápido.

Sin decir palabra, Merryl comenzó a descender. Ambos jóvenes miraron al cazador mientras una de las Arachs comenzaba a abrir uno de los capullos. Con miedo, evitaron la vista. Era obvio lo que iba a pasar.

—No se preocupen —les dijo Celdrik.

Celdrik vio a los jóvenes. Seguían asustados, como si ellos mismos fueran los que estaban bajando hacia la batalla. Estaban tratando de esconderse detrás de las piedras. El soldado que aún no revelaba su nombre estaba pálido, casi como un fantasma. Celdrik sonrió mientras miraba a su amigo.

—No se preocupen, estará bien —reafirmó Celdrik—. Solo, mantengan los ojos bien abiertos.

Merryl bajó por la pendiente. Era una vez más casi plana, como la parte contraria de la misma montaña. Estaba un poco cansado por la escalada que los llevó hasta ese punto. No había más que hacer, el sol ya comenzaba a descender una vez más, y Merryl no quería batallar en la oscuridad.

Delante de él, las Arachs destruían a un oso. Merryl silbó para atraer la atención de las bestias. Las tres se movieron de un lado al otro, mientras intentaban comprender qué clase de idiota se plantaba frente a ellas.

Merryl desenfundó su espada. El Acero Negro brilló con la luz del sol que aún quedaba. Una espada especial para una situación especial. Una espada especial para una pelea imposible.

El Acero Negro era un mineral extraño, casi imposible de conseguir. Nadie sabía de dónde salieron los fragmentos, o cómo se formaban. Aun así, todos conocían su letalidad. Eran duras como millones de placas de aceros apiladas; no había armadura que se resistiera. Y ante la carne sin protección era como mantequilla. La única desventaja era el peso, un tanto más robusto que lo normal. Pero para alguien con fuerza, esa desventaja era nula.

Merryl sonrió y apuntó hacia delante.

—¿Qué esperan, una invitación?

Las tres se lanzaron contra Merryl. Aquellas patas se dirigieron buscando terminar con la vida de quien perturbó su cena de un solo ataque. Venían en todas las direcciones. Merryl se movió entre ellas. Las Arachs se giraron buscando a la presa que se escapaba. Merryl estaba delante de ellas. Levantó su espada, y la puso en su hombro.

Esta vez, las bestias fueron inteligentes. Se movieron para rodear en tres puntos al cazador. Esperaron unos segundos, y volvieron a al ataque.

Primero atacó a la que estaba delante de Merryl. Su pata bajó a una velocidad propia de la especie. Merryl se movió hacia atrás, logrando que la pata se clavara en el suelo. Sin descanso, a los lados, las restantes se lanzaron con sus colmillos, intentando terminar la batalla con otro método. Merryl saltó hacia un lado, pasando por encima de la Arach que tenía a mano derecha.




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