El Último Dios

Capítulo 1, parte 4: Guerra.

Merryl.

—Me alegra saber que la misión fue un éxito —dijo Cerbhall con alivio. Estaba sentado en su escritorio mirando a Merryl y Celdrik.

—Sí, fue sencillo —dijo Merryl, cruzándose de brazos.

Cerbhall guardó silencio, y comenzó a revisar algunos papeles en su escritorio. Se mostraba alterado. Movía un documento para pasar a otro y luego a otro en intervalos rápidos. Cuando partieron, no existía tanto desastre. Algo tuvo que ocurrir.

Merryl miró a Celdrik. Ninguno quería preguntar realmente. Aun así, tenían qué.

—¿Pasó algo? —dijo Merryl.

—La verdad… —dudó Cerbhall—. Ya sabes, la guerra.

—Esa maldita guerra —dijo Celdrik—. El idiota del rey parece ser que no sabe cuándo parar. Y debería, porque ya está llegando a nuestras fronteras.

Cerbhall suspiró y se levantó de su asiento. Caminó hacia las ventanas de su oficina y se quedó quieto frente a ellas. Miró hacia el cielo azul durante unos segundos y bajó la vista. Caminó hasta estar frente al escritorio y se apoyó.

—Quizás, haya malas noticias —dijo Cerbhall, con ira y tristeza reprimida.

—¿Qué ocurre? —preguntó Celdrik.

Cerbhall dudó. Comenzó a caminar hacia una de las estanterías de su oficina. Ojeó algunos libros tratando de calmarse y volvió a suspirar.

—Tal vez… tengamos que abandonar el proyecto —dijo con pesadez.

—¿Qué? —dijo Celdrik estupefacto—. Pero… llevan tanto tiempo y recursos gastados. ¿Cómo?

—¡Por ese idiota! —gritó Cerbhall, arrojando uno de los estantes hacia el suelo. El golpe rompió la madera y arrojó varios libros—. ¡Ese idiota quiere los recursos que se están gastando aquí para la guerra!

Merryl miró a Cerbhall. Su cabello peinado ya no lo estaba. Su respiración cambió a una agitada y movida. Lo peor eran sus ojos que reflejaban odio. Merryl apartó la vista. Incluso él evitaba bromear en esa clase de situaciones

Cerbhall tomó aire, y arregló su cabello. Su molestia aún era visible. Camino de vuelta hacia el escritorio.

—Por la Esposa… perdón —dijo avergonzado—. Es que, esta situación me supera. ¡Mi gente no merece esto!

—Nadie lo merece —dijo Celdrik—. Pero es lo que pasa cuando tenemos a un rey incompetente. A veces, y me siento culpable por esto, creo que su padre tuvo que sobrevivir.

—A veces, yo creo lo mismo —dijo Cerbhall, con más vergüenza.

Todos guardaron silencio. Merryl miró a sus amigos y se rascó la cabeza. Este pequeño sonido hizo que Cerbhall saliera de su trance.

—Lo siento —dijo con su actitud habitual—. Ustedes no tienen que lidiar con esto.

—Lidio con cosas más feas —bromeó Merryl—. No te preocupes.

—Aun así, pido perdón —dijo Cerbhall con calma—. Escúchenme, es probable que el día de mañana tenga que dar las noticias. Mi única esperanza es encontrar en mi presupuesto algo que nos salve, pero… no creo que pase. Así que, si pueden dejarme solo para poder meditar, se los agradecería.

—Tu tranquilo, no es tu culpa —dijo Celdrik, mientras se levantaba.

—Si necesitas algo, estaremos rondando por aquí —dijo Merryl.

Cerbhall asintió mientras volvía a su escritorio. Merryl y Celdrik se miraron un momento, pero no había más que decir. La situación era la que era: una complicada y horrible.

Ambos comenzaron a caminar hacia la salida. Justo cuando la puerta se abrió, Cerbhall levantó de nuevo la voz.

—Casi se me olvidaba —dijo tratando de aparentar tranquilidad—. Lettah está aquí. Supuse que te gustaría saber eso, Merryl. Dijo que te esperaría en la taberna del pueblo, esta noche.

Merryl sonrió mientras salía de la oficina.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.